EL CINE VICTORIA

Hace quizá demasiado tiempo que no incursionamos por este espacio, y a fuer de verdad, si hoy retorno, es porque fui inspirado por nuestro exclusivo rescatista de la historia local, don Héctor Lázaro que revive para todos nosotros parte del otrora acontecer del pago chico.

Cada vez que voy al pueblo querido, aminoro la marcha cuando transito frente al viejo cine Victoria y su posterior conversión en el Lourdes, su continuador. Se podría hablar de alguna anécdota referida al cine, porque las hay, y seguramente muchas (quién no tuvo, por ejemplo, sus primeros inocentes amoríos en la última fila de la sala, para lo cual había que llegar temprano y reservar lugar a la pareja “levantando el asiento”); no obstante, me parece más importante hacer una semblanza sobre este  tema, dedicada en primer lugar a los jóvenes, ya que muchos de ellos habrán indagado a sus padres más de una vez sobre ese edificio cuasi abandonado que alguna vez fue CINE. Y vaya si lo fue, al punto que en mi caso particular constituyó la primera inspiración para la profunda cinefilia que felizmente me invadió la vida para siempre.

El Victoria junto con el Lourdes forman parte inescindible de la cultura comunitaria de Juan N. Fernández, que alguna vez habrá que rescatar. Porque el cine, ya en su acepción artística, y a través de la ficción cinematográfica de la realidad, constituye su bien ganado prestigio de “Séptimo Arte”. Por aquella época, que hoy rescata Héctor con sus afiches, no había, que yo recuerde, demasiadas expresiones  culturales para consumo de los parroquianos. El cine, entonces, en días alternados, sobre todo sábados y domingos cubría esa necesidad, y en el resto de la semana se agotaban las críticas en los espacios de reflexión generados en los mostradores de los comercios, o en los encuentros en la vía pública, donde cada quien volcaba sus conclusiones interpretativas de lo visto. No había, de hecho, crítica especializada, ni gráfica y casi ni radial al respecto, por lo que la evaluación sobre la calidad de una “cinta”, se formaba por el mayor o menor impacto  que la misma producía en los improvisados interpretadores, que éramos todos. No había forma de equivocarse mucho: el producto era bueno, regular o malo, escala esta de hace 60 años que precedió a los profesionalizados  guarismos de  5,4,3,o 2 estrellas que aparecen en los medios gráficos que se dedican en forma especial a esto hoy en día.

 Lo cierto es que los cinéfilos de J.N. Fernández y los que andamos por otras geografías, debemos agradecer el haber tenido la oportunidad de ver CINE a temprana edad. Y por eso, esto no es una anécdota, pero si un homenaje a quienes hace tanto tiempo supieron manejar ese instrumento de  CULTURA formativa, por lo que ello representaba en una comunidad carente por entonces de otras expresiones para cultivo del espíritu.

Roberto Iguera

Bahía Blanca

08/11/2013

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