"El agujero negro" podría, quizá, ser un buen título para
denominar una zona reciente de la historia de la Argentina en la
que nada se hizo para evitar el preocupante fenómeno social que
representa, hoy, la inseguridad desatada por individuos sin
códigos de tipo alguno.
Ante el fracaso el Estado en su misión de velar por la seguridad
de los ciudadanos, la pretendida teoría sobre la calidad de
"sensación" atribuida a la inseguridad, durante mucho tiempo, está
siendo abandonada en los análisis de coyuntura que es dable
escuchar o leer por estos días. Dicho de otro modo: no vale más
filosofar sobre la realidad cuando esta es una contundente
sucesión de evidencias objetivas.
Pero también es necesario proyectar ideas basadas en diagnósticos
que todos deberíamos consensuar, porque, parafraseando la licencia
que dan los dichos populares, ya hay demasiada leche derramada
para seguir llorando resignadamente sobre ella.
En la difícil tarea de diagnosticar, vemos que va quedando atrás,
también, la concepción clásica sobre las causas que llevan a
delinquir a cierta parte de la especie humana, por haber rebasado
toda frontera lógica el cúmulo y las características de esos actos
y que, hasta ahora, eran comparables, en casuística y
fenomenología, con otras sociedades del mundo. Ya no, y se hace
necesario encontrar una explicación local, porque el proceso
desatado está diezmando a muchas familias y socavando las bases
mismas de la convivencia comunitaria, a causa, entre otras cosas,
de un plexo jurídico que pareciera insuficiente para sostener las
garantías necesarias para esa convivencia.
Valga, entonces y para mejor proveer, citar al Dr. Juan Manuel
Villarruel, profesor de la universidad de Rosario, que, en su
trabajo titulado El valor de la seguridad jurídica , en el primer
párrafo, dice todo lo que debemos tener definido: "El sustrato del
fenómeno jurídico se encuentra constituido por la vida, entendida
como la tendencia a persistir en la existencia, y la libertad,
cual búsqueda del desarrollo de las potencialidades ínsitas en lo
humano".
Algo, en el patrón vernáculo de sucesos delictivos, se salió de
madre y no responde a estadísticas, modalidades ni código alguno
relacionado con la vida y los bienes de los ciudadanos comunes. La
gente percibe una guerra demasiado sucia, porque es una guerra con
rehenes indefensos que son buscados en los escenarios de su vida
diaria. Y el destino de las intersecciones entre ciudadanos y
malvivientes es tanto o más azaroso que el dicho popular lúdico:
"a suerte o verdad". Suerte, si se es privado sólo de los bienes,
y la verdad suele ser (cada vez con más frecuencia) la supresión
de la vida.
¿Como retornamos a nuestra metáfora del título? A poco que sepamos
que el agujero negro está en la Vía Láctea con más incógnitas que
conocimiento por parte de la ciencia humana, que no lo ha podido
penetrar y, por ende, no conoce lo que allí sucede, comprenderemos
una de las tantas descripciones de su impenetrabilidad, por la vía
de un párrafo extraído de Internet: "Este horizonte de sucesos
separa la región del agujero negro del resto del universo,
convirtiéndose en una especie de frontera que ninguna partícula
puede atravesar. Obviamente, si la luz no puede salir de un
agujero negro, no tenemos forma de obtener información de lo que
ocurre detrás de su horizonte de sucesos".
La metáfora es tan aceptable como cualquier otra para sentar como
presupuesto válido que en una zona de nuestra historia reciente
ocurrió, y ocurre aún, algo parecido. El horizonte de sucesos es
la mente enferma de parte de una generación, que estuvo y está
como habitante en ese agujero en el que no penetra y tampoco sale
nada de luz.
Una generación a la que le fue reemplazada la educación y una vida
digna por la condena a vivir en el agujero, con la sutil
diferencia, en la comparación con el sorprendente cosmos, que este
agujero negro terrenal y argentino sigue siendo el albergue del
cual se puede salir para ejecutar los actos más irracionales que
"la falta de luz" pueda dictar, y luego regresar para seguir
permaneciendo en la penumbra más aterradora que una mente normal
pueda soportar.
Otra diferencia metafórica: al alucinante e increíble cosmos no se
le demandan las causales de sus designios, más allá de indagar, a
través de la investigación astronómica, los orígenes de sus
fenómenos; el agujero negro made in Argentina, en cambio, sí tiene
responsables directos, como así también una legión de
indiferentes, conocedores de su existencia y su permanencia. Los
primeros, los más comprometidos, son quienes manejaron y manejan
los ramos de la administración pública del Estado. Ellos no deben,
no tienen derecho de aparecer, como se suele ver por las
pantallas, con sus ceños fruncidos, alegando no entender este
fenómeno que está envolviendo con un luctuoso manto de
irracionalidad la sociedad argentina. No deberían ofender así
nuestra inteligencia y sí deberían abandonar tanta hipocresía y
falta de recato.
Los segundos, lamentablemente, en mayor o menor grado, somos
todos: es un fácil comodín la excusa de haber delegado en los
primeros toda la responsabilidad sobre un tema tan sensible; en
todo caso, el escenario no es diverso, es único y es, también,
nuestro único continente para el transcurso de la existencia de
todos.
La alegación de ignorancia ("no creí que había tanta pobreza",
"nunca imaginé que la droga estaba tan presente en la franja
etaria más vulnerable, que es la juventud", "ignoraba tanta
deserción escolar") es un signo preocupante de nuestra propia
capacidad de caminar sobre las ruinas; en este caso, de los
valores, de los derechos, de las oportunidades.
Sabemos, y, si no, debemos saberlo, que existe parte de una
generación ya condenada, por haber sido habitante del agujero
negro: Niños desnutridos sin el desarrollo de sus capacidades
intelectuales, que se hicieron hombres un día cualquiera, de la
noche a la mañana, y que manejan la perspectiva definitivamente
asumida de la finitud temprana de sus vidas, jugadas en
enfrentamientos con la policía o en ajustes de cuentas dentro de
su propio entorno. Una apreciación que puede parecer nimia o
demasiado simplista, pero que explica por qué tanta sangre
corriendo sin contención, como una dantesca pesadilla que nada ni
nadie puede detener. Una manera dramática de decir "te llevo
conmigo porque eres cómplice y yo no tengo nada que perder".
Entonces, hagámonos cargo de haber mantenido activo el agujero
negro, pero no más. La hora impone el despertar de los anticuerpos
sociales para que, en la generación que está naciendo ahora, la
educación, la igualdad de oportunidades para afianzar la
indisolubilidad de los núcleos familiares, la garantía efectiva de
los derechos elementales terminen clausurando definitivamente la
entrada a la pesadilla del agujero negro y su secuela de daños
irreversibles.
Eso sí, a partir de ser un país previsible, queremos ser una
nación respetada por el mundo.