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ANECDOTARIO DE JUAN N. FERNÁNDEZ Este link se lo debemos al señor Roberto Iguera. A raíz de los hermosos relatos que nos ha mandado de su niñez y adolescencia vividas en nuestro pueblo, abrimos este espacio para que cada cual, con sus palabras o con fotos nos haga partícipes de sus vivencias. Nuestra comunidad, a lo largo de sus casi 100 años, tiene plasmada anécdotas de todo tipo. Un escultor, antes de comenzar su obra maestra, mirando el bloque de piedra, dijo: "la figura está ahí, sólo hay que quitarle lo que le sobra". Las anécdotas están en nuestro tiempo, sólo hay que sacarlas de allí y volverlas al presente. “LA LLAVE DEL PUEBLO” ANÉCDOTA ESCRITA POR ROBERTO IGUERA
(26 /
IX / 2012) ¡Cómo cambian los paradigmas con el tiempo! Seguramente la gente
que vive allí, se va olvidando de las condiciones de vida que gozaba veinte
años atrás, por culpa de la pandemia de la inseguridad que invade aún los
enclaves urbanos más pequeños de la provincia. Cada episodio ocurrido en los
últimos tiempos va generando un durísimo clima de desconfianza y la
necesidad de aferrarse al reclamo como signo de actitud ante las
autoridades, porque está incorporado en la cultura de la gente que debemos
ser cuidados por quienes tienen el deber de cuidarnos. Digo esto porque la
contrapartida de no poder vivir con todo a la mano como en las grandes
ciudades era, justamente, el valor de la tranquilidad, tan poco apreciada
cuando se la tiene y se la goza. Y eso pasaba en JNF al momento de recrearse
los recuerdos que nutren, una vez más este espacio anecdotario.
HOMENAJE AL AMIGO
En estos días, leía en Facebook la crónica sobre la conmemoración de los 90
años de la fundación del Club Defensores. En los actos centrales, se recordó
a varios socios que tuvieron que ver con la vida de ese emblemático Club, y
entre ellos a un entrañable amigo de la infancia y la adolescencia, quizá
más que ningún otro en aquellos años. Mario nos dejó prematuramente, cuando
estaba disfrutando de esta etapa de la vida en que los premios son los
mejores a los que se puede aspirar, porque seguramente quienes leen y surcan
los mismos tramos que yo, saben que nada puede sustituir la felicidad que
nos brindan los nietos.
LA SOCIEDAD ESPAÑOLA Y LOS BAILES DE CARNAVAL
(7 / VII / 2012)
24 / V / 2012
TAMBIÉN SON ANÉCDOTAS
El último domingo de abril, vísperas de un feriado, nos convocamos en
Necochea quienes transitamos el Instituto Excelsior cuando éste daba,
trabajosamente, sus primeros pasos en la importante oferta educativa de un
Colegio secundario para Juan N. Fernández.
Si giramos en el sentido de las agujas del reloj, comenzando por la
izquierda vemos a: Mirta, Maria Inés, María del Carmen (Pico), Roberto,
Emilia (Chichita), Marta, Juan Carlos, Alicia, Cora, María Cristina y Mirta.
De ellos (11), siete nos congregamos en el mencionado encuentro (un
respetable 64 %), con el fin, como dice la tarjeta amorosamente
confeccionada por las organizadoras, de celebrar los 50 años!! de nuestro
egreso en distintos Colegios de distintas ciudades, ya que luego del Tercer
año en el Excelsior y ante la finalización de la licencia otorgada por el
Organismo de Control educativo, debimos emigrar hacia otros rumbos a
continuar con el 4to y 5to años del secundario.
5 / V / 2012
"LA ESQUINA DE LA ESMERALDA"
A veces, también es necesario incentivar a la memoria para extraerle
recuerdos de la época dorada, y algunas menciones de los amables cibernautas
suelen despertar vivencias que creíamos perdidas. En estos días, por
ejemplo, alguien hizo mención a la esquina de “La Esmeralda”, y si bien en
otras intervenciones he llegado a nombrar lugares emblemáticos del pueblo,
nunca me había detenido en ese punto geográfico. La esquina mencionada tuvo,
efectivamente, un lugar destacado para los noctámbulos de aquella época.
Claro que nadie la mencionaría si no es acompañada con los distintos grupos
de “trasnochadores del estío” (si, efectivamente, era en verano que se podía
“alquilar” la esquina para darle acabada terminación a las noches del Club,
cuando nos rajaban por ser muy recreativos pero poco consumidores). Nadie
supo explicar nunca el porqué de la elección de esa esquina, lo cierto es
que “los chabones” (como ya le gustaba decir al cordobés Córdoba),
recalábamos allí. Si me permiten yo quiero esgrimir algunas teorías
“justificativas”:
4 / IV / 2012
"DÍA ESPLÉNDIDO...Y GANA BARRACAS"
Corria mas o menos el año 65 o 66, no puedo
precisarlo, y an la famosa esquina de Tienda La Esmeralda, reunidos
circunstancialmente dado la proximidad del partido del domongo de...DEFE Y
BARRACAS, que tal ,un acontecimiento unico deportivamente hablando para
los fernandeses, y como decia reunidos, cocane, jose marriezcurrena, menna,
el corto corral y algun otro que me puedo olvidar.Todos opinando que iba a
pasar con el resultado, quien jugara o quien no, llovera , habla sol, todo
lo que podemos imaginar respecto del clasico. En eso toma la palabra
cocane , que sabia mucho de meteorologia, y cuando empezo a opinar
respecto del tiempo, todos hicimos un silencio sepulcral. Que dijo Cocane?..Vamos
a tener un dia esplendido y por supuesto gana barracas, aunque no dijo el
resultado.Que paso el sabado?..empezo a lloviznar a la mañana, siguio..siguio
y cayeron nada mas ni nada menos que 104 mm, sin partido y creo que cocane
no opino mas sobre el tiempo.
Agrego algo mas, era tradicional jun tarse a
charlar en esquina de La Esmeralda, o no?.Jose Maria vos trabajas ahi pero
igual participabas.
Ruben Aranguren
22 / I / 2011
UNA LEONA SUELTA POR LAS CALLES DE JUAN N. FERNÁNDEZ
Transcurrían los últimos días de diciembre de 1953. Los arbolitos de Navidad
ya tenían sus adornos esperando la Noche Buena. Hacía unos días se había
instalado un circo en la esquina de las calles 26 y 35, donde hoy es el
Banco Nación, pleno centro de la localidad.
Ricardo Basualdo
Mi agradecimiento a Rubén Pan y José María "El Gallego" Orejas por haberme narrado esta historia con sus detalles.
16 / XI / 2010
ANÉCDOTARIO
Por Mariel Salvador
19-11-09
YA SE VA A SABER…
Me permito saltar la tapia con esta anécdota, que no es precisamente de JN, porque con ella he hecho roncha en los más exclusivos mentideros por los que me ha llevado la vida. Pero además, aconteció en un pueblo chico como el nuestro, muy caro a mis sentimientos, que se llama Copetonas, cuna de mi viejo, y actual locación de varios parientes. Estoy seguro que muchos lectores ya lo identifican, porque pertenece a Tres Arroyos, cuya radio, LU 24, creo que es muy escuchada en Fernández. Tengo allí un primo hermano, Veterinario él, que es dueño de un pedazo de campo muy cerca del pueblo, y que más allá de alguna aguada, molino y potreros no tiene población alguna. Por eso, un vecino de la sección quintas a cambio de algunos pesitos, le vigilaba la heredad, sobre todo de noche , ya que mi pariente solía tener esporádicamente algunas vaquillonas de engorde, que siempre son una tentación cuando no hay pobladores que vigilen. Don Zotillo, según cuenta mi primo, trabajaba durante todo el día en el pueblo y a la tardecita regresaba a su humilde pero prolija casita. Sobre una pared lateral de la misma acostumbraba a apilar, prolijamente, la leña proveniente de árboles caídos o que los vecinos le regalaban cuando el desrame, y que don Zotillo cortaba en trozos casi idénticos haciendo la provisión, con tiempo, para el invierno. Lo cierto es que era tan prolijo que desde hacia un tiempito notaba que se le estaban llevando los troncos, y cuando mi primo se arrimaba a preguntarle como andaba, el viejo exponía su queja. - Y dígame don Zotillo, Ud. no tiene idea de quien puede ser? - Claro que sé quien se lleva mi leña! - Y bueno, venga conmigo que lo llevo al pueblo y hace la denuncia en la Comisaría! -¡No, de ninguna manera, ya se va a saber quien es!¡yaaaa se va a saber…! Todos los días repetía lo mismo: ¡ya se va a saber!…y nada. Hasta que un día, entrado el invierno, se escuchó una fuerte explosión y los vecinos que salieron al patio vieron como del techo de paja de un rancho a unos 80 metros de lo de Zotillo salía volando una cocina económica “Istilart” hasta alcanzar unos veinte metros de altura y caer en la calle.- El viejo pícaro había agujereado un tronco y le había vaciado como cinco cartuchos de pólvora, tapándolo nuevamente con la misma viruta para que nada se notara. Semejante atentado a la paz de la noche congregó prestamente a vecinos y curiosos, amén de la intervención policial de oficio, mientras el infractor alegaba desconocer qué había pasado, rascándose la cabeza parado en la cocina, en el hueco donde hasta hacia unos minutos lucía la “Istilart”: demasiado verde la leña!, demasiado verde la leña!, repetía mientras era indagado por la autoridad.- A todo esto, mi pariente recalaba en lo de don Zotillo: ¡vio don Raúl, se supo nomás!
Roberto Iguera Bahía Blanca 19 / XI / 2009 Otra de “Patita” BEBIDAS EXTRANJERAS, NO
Ricardo J. Basualdo 18 / XI / 2009 Estimado Ricardo 14 / XI / 2009 DORMIDO QUIZÁS, “VENAO” JAMÁS Hoy tiene ochenta y pico y una vez por mes lo visito. Tiene la memoria tan fresca que sus recuerdos parecen de ayer. Los años le han hecho mella en su andar y le han plasmado en su rostro su sonrisa fácil, casi imborrable, sobre todo al apretar fuerte la mano de un amigo. “Qué hacés Basualdito”, me grita cuando voy llegando, haciendo gala de una vista envidiable. Casi siempre lo encuentro sentado afuera de su casa, al sol en invierno y a la sombra en verano, al lado de la bomba de agua, testigo clave de sus salidas y de esta anécdota. “Patita” siempre fue laburador en tareas rurales, especialmente “bolsero” y “palero”. También esquilador, en aquellos años en que los chacareros tenían majadas de ovejas inmensas. Yo comencé a trabajar a los 15 años en la firma López, Pettorossi y Cía, de la que era su encargado en Juan N. Fernández el sr. Arturo Alonso, a quien le agradezco por todos los conocimientos que me enseñó y los favores que me hizo. Una de mis tareas, luego del primer año en que me desempeñé como cadete, era la de ir al campo a “recibir” el cereal que le entregaban a la firma. En esos años aún quedaban algunos chacareros que cosechaban en bolsas. Para esa tarea y para “palear” los silos, llevaba gente idónea. Dentro del plantel estaba “Patita” que, diría, fue, por muchos años, el emblema de mi personal. Hombre acostumbrado al tinto y más que acostumbrado diría que ”aquerenciado”, ya que a cualquier hora le venía bien un buen vaso de tinto fresco. Eran tiempos del orgullo de ser buen “piquero” (trabajador) y de no amilanarse por el madrugón, al contrario, el que se preciaba de tal, debía estar esperando afuera, cuando llegaran a buscarlo y por supuesto no estar “venao” o sea, en ayunas “Patita” no escapaba a ese orgullo y siempre cumplía con el precepto. Me parece verlo: Cinco de la mañana, camisa blanca, bombacha negra, gorro al tono, pañuelo al cuello, una bolsa bien doblada abajo del brazo, apoyado en el marco de la tranquera de su casa, esperando mi llegada. Como siempre, había un comentario de quien se levantaba antes y cuantas pavas de mate se habían tomado, entre el personal. Una mañana, como tantas otras, en la que ya habíamos pactado el horario de salida (alrededor de las cinco de la mañana), paso por su casa, ya con tres empleados más en la camioneta y “Patita” no estaba esperando. El “Uuuuhhh..” no se hizo aguardar entre la muchachada cuando no lo vieron acodado en la puerta, como correspondía. Le di dos o tres aceleradas y nada, “Patita” no aparecía. Comencé a tocarle bocina y al cuarto toque salió de la casa como ánima que se la llevaba el viento, agarrándose el gorro para que no se le vuele, con un mano y terminando de sujetarse el cinto con la otra. Lo que nos llamó la atención fue que no salió directo hacia donde estábamos nosotros, estiró su carrera hacia la bomba. Lo que pensamos todos fue que se iría a lavar la cara. ¡Qué equivocados estábamos! Metió un brazo adentro de la pileta de la bomba y sacó una botella de vino tinto, chorreando agua fresca, la destapó y “le pegó” 4 ó 5 tragos que le bajaron un cuarto al envase. –“Ahora sí”- se escuchó. Apurado subió a la camioneta y antes que surjan las primeras cargadas por el apurado madrugón, nos miró con su ojeada pícara y su sonrisa única y nos dijo: -“Me van a agarrar venao y todo a mí, si”- Ricardo J. Basualdo 21 / VI / 2009 LOS BELLOS CARNAVALES
11 / IV / 2009 LA CASILLA BAMBOLEANTE
Ojalá no se apagaran nunca los ecos del Centenario y ocuparan los espacios más destacados de la página por mucho tiempo. Pero si así no fuera, deberíamos retornar a nutrir este esfuerzo de Ricardo con aportes a los distintos links que la conforman. En esa inteligencia, va este aporte que se destaca por su absoluta vigencia, ya que lo acontecido data de la misma noche en que culminaban los festejos, y, como se verá, con algunos contertulios bastante heridos por los aportes licorosos que, con toda justicia, habían adobado sus humanidades. No era cuestión, para algunos, de irse a dormir frescos ante tamaño acontecimiento; más aún, lo hubiesen considerado como un agravio gratuito a los parientes que allí viven. En este último sentido nadie ha de dudar, entonces, de sus espíritus amplios y generosos (sobre todo generosos con la ingesta).
Para centrar adecuadamente los sucesos, digamos que mi hermano hubo de recibir y alojar la noche del 28 de marzo de 2009, a más allegados de afuera que la capacidad disponible de su casa, pese a la derivación de parte de los visitantes hacia el campo de de su yerno Claudio. Y no se trató de economía, por cierto, pues bien sabido es que la fiesta colapsó la capacidad hotelera rápidamente, para regocijo de la población (y reconocimiento del dueño del hotel).
De todas maneras, el armado de plazas para dormir fue eficientemente resuelto por el anfitrión, recurriendo a una Casilla portante ubicada en la vieja carpintería, al lado del quincho, en el que también fueron ubicados algunos colchones. Porque Ud vio señora, Ud vio señor, los chicos no le hacen “asco” a nada cuando de dormir se trata. En la instancia, a uno de mis sobrinos de Tandil con su señora le fue asignada la mencionada casilla rodante, y así, ella, vencida por el cansancio habida cuenta de su dulce espera, se acostó temprano, en tanto que Fernando incursionó hasta tarde por la fiesta , y cuando algo “baleado” entró en la casilla y se sentó en la cama, la casilla (que no estaba amarrada y pivotaba sobre sus dos ruedas) cedió al peso del hombre y se inclinó, de modo tal que la puerta de acceso quedó ubicada en la parte más alta y la cama en la más baja, con lo que su señora rodó suavemente hasta quedar dormida casi sobre la ventana trasera y sin que se hubiese enterado, siquiera, de lo que sucedía. El causante, mientras tanto, gateaba aturdido hacia la puerta y cuando logró “saltar” afuera, horizontalizó el carruaje afirmando la lanza sobre un hueco de la antigua pared medianera de ladrillos desnudos. Seguidamente, accedió nuevamente al interior y, amén de observar que la dama había rodado en sentido contrario (siempre sin enterarse de nada), intentó nuevamente sentarse en la cama con lo que sufrió el mismo efecto que anteriormente: nueva inclinación, nuevo rodar de Magali, nuevo descenso para enderezar la bamboleante casilla. Optó entonces por ocupar un colchón del quincho destinado a su hermano, que aún vagaba por los festejos, calmando su sed, por supuesto, en cuanto stand visitaba (y algún que otro “boliche” camino a su albergue).
La cosa es que cuando llegó a su dormidero, en una conversación entre hermanos no demasiado clara (y con seguridad muy desopilante), Fernando le explicaba a Charly que no podía subirse a la casilla porque cuando quería acostarse ésta hacia “willy” y era muy difícil estabilizarla. El pobre Charly, que no estaba para comprender semejante delirio, ofrecía contrapesar el “subibaja” reposando en el otro extremo, pero ante la negativa de su hermano por razones de estabilidad estomacal, terminó durmiendo en el sillón del living de su tía Mercedes, pero con destino final en su colchón cuando Fernando, acosado por los mosquitos (auténticos mosquitos fernandenses, no del dengue), decidió el trueque y lo guió dormido cual autómata de la madrugada por el largo camino hasta el quincho. Apostillas de una noche “inolvidable”, largamente celebradas en el almuerzo del día siguiente con toda la familia. No fueron, de todas maneras, los únicos “adobados” y las imputaciones alegremente cruzadas prolongaron de alguna manera el clima festivo que primó en toda mi familia sin excepción en ocasión de La Fiesta.
Nota: Ante la genuina presunción de cualquier lector sobre adicciones a su majestad La Cerveza (o cualquier otra mezcla y /o especie bebible) de los protagonistas y el resto de los “afectados” de mi familia, convengamos que no hay tal, y que, el alegato de los que pasaron por algún estado calamitoso fue que, precisamente, dieron rienda suelta al mandato de homenajear una celebración excepcional y que nunca lo hicieron ni lo volverán a hacer .- Por mi parte, tienen el crédito concedido, ya que hace mucho que los conozco.-
Roberto Iguera Bahía Blanca 25 / III / 2009 EL SAPO Y LA CULEBRA Já! Esta sí que desafía a mi memoria. Porque no tendría yo más de 8/9 años cuando sucedía lo que voy a contar relacionado con la fauna del titulado. Los memoriosos habitantes del pueblo recordarán, a no dudarlo, la “Casa Prados”, un importante emplazamiento de “ramos generales”, precursor de las florecientes Cooperativas que llegaron más tarde. Allí, en ese complejo de propiedad de don Francisco Sánchez, se desarrollaban todo tipo de actividades relacionadas con la vida del pueblo y del campo. Se acopiaba y almacenaba cereales en bolsa, era almacén, bazar, ferretería, fiambrería, mueblería, corralón de materiales, maderera y, para resumirlo, lo dicho: “ramos generales”. Allí abrevaban los chacareros para proveerse de los insumos necesarios para su subsistencia, y se practicaba un solo balance anual, en el cual, después de la cosecha, se trazaba la raya final de la “libreta” para poder sumar, y se cancelaban los consumos con lo producido por el campo, parte de lo cual se entregaba en el escritorio de cereales, parte en efectivo. Mi viejo, Omar, pertenecía al staff de don Francisco y me contaba algo que hoy resultaría conmovedor y sorprendente: el crédito era “no avalado” y sólo consistía en la firma de la boleta. Nada de dejar el título de la casa o del campo para obtener crédito hasta de un año. También cualquier vecino compraba “al fiado” con cancelación mensual de la libreta. épocas de no creer, en la que se verificaba a diario el remanido aserto de que las palabras se sellaban con un apretón de manos. Todo lo que sucedía tenía como escenario un enorme salón , área en que transcurría la parte comercial del almacén . Este salón tenía cinco enormes vidrieras a la calle, dos por calle M. De Hoz (hoy 35) y tres por A. Del Valle (hoy 28), para usar la vieja nomenclatura, que es cuando existía “Casa Prados”. La licencia de haber contado un poco más de lo debido, viene, con las disculpas del caso, a plantear un escenario para la anécdota, y de paso recordar gloriosos días de paz y de trabajo bajo la égida única de los propios habitantes.- Pero vayamos a la anécdota. Omar pegó durante la semana cartelitos en esas vidrieras anunciando un espectáculo exclusivo para pibes con entrada libre y gratuita frente a una de los mencionados escaparates, a llevarse a cabo durante dos sábados consecutivos (en realidad era uno, pero el éxito posterior decidió el “bis”).- El día de cada evento el, aviso rezaba: HOY- GRAN COMBATE- HOY EL SAPO vs. LA CULEBRA A LAS 15 HS –LIBRE Y GRATUITO APTO SOLO PARA MENORES El día del evento, los pibes se sentaban en rueda sobre la vereda a la manera de disponerse a presenciar un teatro de títeres y, a la hora señalada, comenzaba a levantarse lentamente la cortina metálica del escaparate elegido (que previamente había sido prolijamente desocupado) y se veía una suerte de ring enmarcado con alambre tejido muy fino de cierta altura (o,50 mts). A continuación mi viejo depositaba en la “cancha” un sapo regordete de respetables dimensiones y una víbora culebra que también tenía lo suyo en cuanto a tamaño. La incógnita era entonces si pelearían, y si lo hacían quién vencería a quien. Pasados unos minutos la culebra comenzó a perseguir al sapo propinándole estiletazos con su lengua aunque sin poder alcanzarlo, merced a los ágiles saltos del batracio para escapar del peligro. Todos descontábamos un inminente desenlace a favor de la agresiva culebra, pero luego de un buen rato de persecución, de pronto, el sapo comenzó a girar alrededor del ofidio dejando a su paso claramente una “baba” que terminó por rodear totalmente a su oponente hasta inmovilizarla, producto vaya a saber de qué contenido de su saliva, que impedía al ofidio no solo moverse sino también escapar de ese ruedo maquiavélico instalado por el adversario. Allí terminaba el “match” sin que ninguno de los bichos sufriera males mayores porque eran prestamente separados por “el arbitro” (mi viejo). Parece poca cosa lo relatado, pero amén de la sorpresa de los chicos, sus gritos y su inclinación por alguno de los contendientes, el evento dejaba un temprana enseñanza sobre nociones de biología que, vaya a saber, quizá alguno de los allí presentes pudo haber capitalizado como vocación para su futuro. Por eso me gusta rescatar la actitud de mi viejo, que quizá haya observado alguna vez en el campo un enfrentamiento similar y tuvo la imaginación suficiente para trasladarlo a un improvisado escenario para poner en imágenes reales a la naturaleza misma. Hoy, esto mismo, debe ser habitual a través de videos que muestran cosas más tremendas y crueles entre los animales, y que está bien: el equilibrio biológico es tal desde que el mundo es mundo. Es una anécdota más, con las que quiero “pintar” al pueblo y de paso recordar algo de lo que allí sucedía hace tantos años… Roberto Iguera Bahía Blanca 10 / III / 2009
En primer lugar quiero recordar a una
persona que casi no conocí, porque era muy pequeña cuando falleció; mi
abuelo Folmer, ya que mi padre me hablaba siempre con admiración de él
por su generosidad. No tenía mucho dinero ni posesiones, pero cuando un
niño iba a pedirle una ayuda o limosna. él no le daba dinero síno que
tenía tarjetas con su nombre y sello y con estas autorizaba a quien le
pidiera a comprar pan en la panadería de Menna y luego pagaba a fin de
mes. Así evitaba que los padres gastaran su colaboración en otra cosa.
Mirta Inés
Taarning
Esta anécdota me lleva también a los días de
mi niñez en la casa que alquilabamos frente a las vías, a una cuadra del
paso a nivel. Eramos vecinos con los Colantonio y en total eramos 8
chicos de edades afines. Los vecinos eran 3 varones y una mujer,
nosotros eramos dos y dos. Los tres vecinos y mi hermano mayor eran MUY
unidos en las travesuras y mamá y la vecina a veces aplicaban
correctivos. Una vez ésta última encerró a sus hijos en el garage y mi
hermano hacía lo imposible por comunicarse con ellos a través del
paredón. Querían hacer un agujero en el mismo. mi hermano tenía que
golpear con un objeto (creo que era un hierro) y sus amigos le indicaban
donde golpear. ¿Cómo terminó? Con la llamada urgente de la vecina a mi
mamá para que viera lo que habían hecho. Los golpes, lejos de hacer un
agujero en el garage, rompieron la pared y los azulejos del baño y los
escombros cayeron en la bañera que estaba llena de ropa en remojo. ¡Qué
puntería para los golpes! Mi recuerdo en estas l.ineas son para los que
ya no están; mamá, papá, los vecinos Leonor y José, su hijo José y mi
hermano Enrique.
08 / III / 2009 EN ESTE VERANO LLEVE MI HIJO MAS CHICO AL CIRCO Y ME ACORDE DE MIS TIEMPO CUANDO LLEGABA UN CIRCO A FERNANDEZ ERA TODA UNA NOVEDAD SE AGRANDABA LA VUELTA DEL PERRO Y ESTO PASO: ESTABAMOS CON SERGIO MENDEZ EL VASCO TRUEBA
EL NEGRO CASALINI Y OTROS MAS Y HABIAN SACADO UN MONITO MIENTRAS 24 / II / 2009 OTRA QUE MAC GIVER Eran los tiempos en que un almacén, tenía mesa para tomar unas copas y también jugar al “truco” o a “la loba”. Eran los tiempos que la Confitería Yapeyú albergaba a numerosos parroquianos a diferentes horas y por diferentes motivos. A saber: a la mañana temprano, a desayunar. Algunos un café otros una grapa o ginebra. Antes de almorzar, el clásico Cinzano con “manices” (la palabra maníes no pega con la época ni con la situación). Luego del medio día, el café, otros el vino de sobre mesa y las clásicas mesas de “barajas”. Por la tarde y la noche, similares situaciones a las ya planteadas. Estas dos anécdotas, del mismo personaje, me las contó Rubén Cantón, memorioso de aquellos y contador único de este tipo de relatos. Además de vivirlas, compartió, con nuestro personaje, la vida misma. Nuestro primer actor tenía un apodo que, aquel que no conoce la idiosincrasia del pueblo y sus habitantes, lo consideraría peyorativo. Tenemos muchos ejemplos de ellos. Son sobre nombres que tuvieron un origen familiar, amistoso, desde chicos, por algún motivo especial y perduraron en el tiempo. Le decían “El Teta”. Tenía una personalidad muy amistosa, muy “amiguero” y sobre todo le gustaba mucho jugar a las cartas. También, al no tener un trabajo fijo, era muy común que anduviera corto de plata, por no decir “seco, como parto e’ gallina”. Pero lo que más se destacaba de su personalidad era su audacia. Estas tres condiciones alineadas daban como resultado una peligrosa mezcla de cuidado, sobre todo para quien compartiera una mesa de cartas o para quien le diera “fiado”. El primer episodio lo pone al “Teta” como deudor incobrable del almacén de don Irineo (*). Almacén que contaba con dos o tres mesas para tomar las copas o para jugarse una partida de naipes. Quedaba en una esquina. Le había sacado fiado por seis meses y cuando el almacenero se le puso firme y le exigió el pago, se retiró del lugar. Es más, para no pasar por la calle del almacén de don Irineo (*), daba la vuelta de la manzana. Un día, salió publicado en una revista “a color” la cara del nuevo billete que se había puesto en circulación. Era de tamaño, color y formato exactamente iguales al corriente, de la mayor denominación. Como si hoy fuera el de $ 100.- con la cara de Julio A. Roca, pero con mucho más poder adquisitivo. Al verlo, “El Teta”, urdió un plan muy astuto, pero no para pagar su deuda a don Irineo (*), justamente. Recortó prolijamente la foto del billete, lo dobló a lo largo en tres o cuatro partes, de tal manera que se pudiera identificar claramente que se trataba del billete del máximo valor de la época. Una vez doblado lo pasó por encima de su dedo mayor de la mano izquierda y los extremos le quedaban en la palma de la mano. Agitando su mano, como descuidado, entró al almacén de don Irineo (*), luego de más de un año sin pasar siquiera por el frente del negocio y saludó muy suelto de cuerpo. Al cordial saludo del “Teta”, le respondió un seco y desafiante –“Qué querés, Teta”- de don Irineo. En ese momento, el ofendido almacenero se percató del billete que traía enroscado en el dedo su deudor pero ya era tarde para cambiar su primera actitud. “El Teta”, lo supo y usando un tono amable y entrador, le dijo que quería hacer algunas compras, porque se tenía que ir al campo por unos días, mientras no dejaba de agitar su mano en la que tenía “el billete”, como aquel hipnotizador que agita su medallón para adormecer a una persona. Don Irineo (*) no quedó hipnotizado, pero sí fascinado con la idea tácita de cobrar su deuda. Así pues, su tono de voz cambió rotundamente por uno más afable y cordial. –“Qué vas a llevar Raulito (*)”- Ya no era más “El Teta”, ahora, con ese billete entre sus dedos y la futura compra, era “Raulito” (*), su nombre de pila, en diminutivo. “Con el chivo en el lazo”, el Teta, le pidió fideos, arroz, vino, verduras, frutas, etc, etc. La caja de cartón que estaba en el mostrador estaba llena con suficiente mercadería como para un mes. Don Irineo (*) entusiasmado le siguió preguntando: -“Qué más?”- El Teta ya llevaba todo lo que quería o mejor dicho todo lo que podía, así que puso en marcha la etapa final de su plan. -“No, nada más. Ah, sabe qué, don Irineo (*), me acordé que tengo que llevar un litro de querosén para la lámpara de la casilla y no traje envase”- le dijo en tono más que convincente. -“No te hagás problema, Raulito (*), yo te presto una botella que tengo en el patio. Voy a buscarte el querosén y hacemos la cuenta”- No lo sabemos, pero seguramente, como buen “bolichero”, don Irineo, ya tendría la cuenta sacada de la compra, más el cobro de su deuda. Quién sabe cuántas cosas más habrá pensado en esos dos o tres minutos que tardó en llenar la botella de querosén y llegar al negocio. Seguramente muchas, pero nunca que el Teta se le había ido con la caja de mercadería, su billete y sin pagarle la deuda. Otra de “El Teta” Una tarde / noche, en la Yapeyú, se había formado una mesa de loba, de cuatro, de la que participaba nuestro personaje. La cosa era por plata, pero en la mesa se veían sólo porotos. Al final de la juerga, se arreglaban los tantos, de acuerdo a la cantidad de porotos ganados y perdidos, los cuales tenían un valor. El Teta venía perdiendo más que los indios en las películas de Jhon Wayne. Lo peor, que ya estaban por terminar y no tenía un centavo. ¡Se había puesto a jugar sin plata! Se le venía la maroma y no había forma de salir pues la suerte le era esquiva todas las manos. Pero, para el audaz, nada es imposible. Ya cuando nadie parecía ayudarlo, se le paró atrás un parroquiano asiduo concurrente de las mesas y conocido por todos. Al verlo, el Teta le pidió un favor: -“Me hacés una gauchada, Gordo?”- A lo que su “pato” (así se le dice a los que miran detrás de los jugadores) le respondió que sí. –“Seguime la mano un cachito, que voy al baño”-, le pidió más que convincente, aduciendo que hacía varias horas que estaba sentado y ya no daba más. No sabemos cómo terminó la mesa, quién ganó y quién perdió. Lo que sí sabemos que, el o los que ganaron, no cobraron porque el Teta, se escapó por la ventana del baño y por los techos de la confitería. También que el pobre Gordo, comedido, quedó pegado de la jugarreta de su amigo, porque nunca terminó de convencer al resto de la mesa que era inocente de la trapisonda del Teta. (*) El nombre fue cambiado por uno ficticio. Ricardo J. Basualdo 17 / II / 2009 ATENTADO ECOLÓGICO INIMPUTABLE Correrían los últimos años de la década del ’70 o quizá primeros de la siguiente y no viene al caso precisarlo. Lo cierto es que el cónclave familiar era completo y, que yo recuerde, no faltaba ningún descendiente de las familias Andreasen e Iguera: dos pichones de Graciela, dos de Josefina, tres de Juan Carlos, tres de Norma y, en ese entonces, dos míos. Doce pequeños depredadores, todos juntos, demasiada mezcla explosiva como para que el día terminara sin novedades. Pero antes de disparar la parte jugosa de la anécdota, situemos el escenario del evento: mi casa de calle M. de Hoz, casona emblemática del pueblo, no porque haya sido de mi familia, sino porque (esto es una opinión personal) es, seguramente, parte del patrimonio arquitectónico de JNF, por haber sido construida nada menos que por la fundadora del poblado y donante de nuestra Iglesia. En su pequeño jardín delantero, esa casa lucía un ejemplar de palmera bien exótico para la zona, de procedencia quizá tropical, hermosa y decorativa. que no recuerdo haber visto otra igual por allí. La característica más saliente del árbol en cuestión era la absoluta verticalidad de su desarrollo y su llamativa altura, merced al poco diámetro de su tronco. Y otra curiosidad (si así se puede tildar) era que desarrollaba su copa en el extremo superior, dejando, en su crecimiento, envuelto el tronco en una suerte de “estopa” vegetal reseca y muy difícil de extraer. Las hojas de la mencionada copa habían alcanzado la altura de la ventana del primer piso y, arriesgando palabra de agrimensor, no serían menos de 5 metros. La cosa es que Alejandrito, uno de los mellizos de Juan ( a la sazón ahijado mío, por eso no lo ajusticié ahí nomás) andaba necesitando experimentar con una caja de fósforos que se había agenciado, y se le ocurrió encender la “estopa” a la altura de sus manos, contando para ello con la anuencia del resto de la “claque” de enanos malditos que esperaban ansiosos algún resultado impactante. Y vaya si lo obtuvieron: la “estopa” vegetal se encendió cual mecha de un cartucho de dinamita (pero con mucha más velocidad) hasta llegar a la parte verde, donde se estacionó el incipiente incendio que hubo de ser atendido prestamente por todos los que, en el interior de la casa, disfrutábamos de la sobremesa sabatina del almuerzo. Cadena de baldes de agua por la escalera interior, para evitar que el fuego tomara las persianas de madera y luego ganara el dormitorio comprometido. Improvisado cuerpo de bomberos (hombres y mujeres), en denodada tarea de extinción, mientras alguien gritaba ¡que no escape! ¡que no escape!, ya que el pirómano había ganado la vereda y, como se decía en la época, no quería lolas con el asunto. Y si, fue un atentado ecológico inimputable por la pérdida, con el tiempo, de semejante ejemplar y porque “el nene” “no podía comprender la ilicitud de ese hecho punible”, diría hoy su prima sicóloga en el supuesto de una tardía defensa del pequeño reo. Cuando no hay tragedias, la ternura puede ganarle a la nostalgia, y, sobre todo los padres, suelen henchirse expresivamente: ¡que los tiró estos pibes, redoblan la audacia que nosotros creíamos tener!, sin advertir que, en realidad, es una cuestión de genes, y como, dice mi señora, “los genes no perdonan”.- Roberto Iguera Bahía Blanca 17 / II / 2009
Ricardo :
Me parecio una idea brutal la del anecdotario,
ya que entiendo, habra muchos quienes tendran historias inolvidables para
movilizar nuestros recuerdos y nuestra nostalgia... Historias tan valiosas
como las que envia Roberto Iguera, que indudablemente es un exquisito
narrador y sin lugar a dudas un memorioso de aquellos.... Me gustaria, por
supuesto con muchisima menos vena literaria, contarles una anecdota de
aquellos años gloriosos, y que para darle una introduccion yo la llamaria
:
EL PAVO DEL DIPUTADO
Situamos la historia aproximadamente en el
principio de la decada de los setenta, cantina del club Fernandense, un
lugar cargado de historias, de vivencias, de bohemia, un lugar donde
aprendi de la broma y la "cargada" pero tambien de la charla seria y
profunda, donde aprendi que existian codigos y se respetaban, aprendi en
esa universidad de la vida del enorme valor de la amistad, cosa que cargo
en mi mochila hasta estos dias...
Y volviendo a la historia...Habia nacido en
una mesa de ese "templo" una extraña e insospechada alquimia que era una
fuerte amistad entre cinco chiquilines, que por ese entonces andarian por
los 15, 16 o 17 años y la de un famoso peluquero de unos cuarenta o
cuarenta y pico de años, por esos tiempos un "hombre mayor"...
Entre los corrillos de todos los dias
trascendio que en el fondo del club, el cantinero Pintos estaba dandole
los ultimos retoques alimenticios a un pavo seleccionado especialmente
para agasajar a importante diputado que llegaria al pueblo en visita
oficial...
Imaginemos que el arribo se produciria un dia
Viernes, el plan comenzo a urdirse el lunes anterior, cuidando y midiendo
minuciosamente cada detalle, por supuesto todo bajo las ordenes y la
supervision del jefe de la banda, "Fierr..., perdon el peluquero....
El dia D, Jueves por la noche, en medio de una
total normalidad, el peluquero se encamino en direccion al baño, pero
siguio sus pasos hacia el gallinero y con una calma absoluta y denotando
un llamativo profesionalismo, tomo silenciosamente al pavo y se lo entrego
sobre la tapia a un integrante de la "banda" que esperaba y que amparado
por la oscuridad lo llevo a su casa para sacrificarlo....
El pavo termino en la parrilla del fondo de la
peluqueria que estaba pegada al Cine Lourdes, compartido por todos los
integrantes de la "asociacion ilicita" ... El revuelo al dia siguiente fue
monumental, ya que el diputado debio ser agasajado. de apuro, con pollo y
ensalada rusa...Pero la "banda" evitando cualquier tipo de sospechas,
compartio rutinariamente la charla habitual en la misma mesa de todos los
dias... Y le agregaron un toque mas de audacia a la operacion,
En el mismo lugar donde el pavo vivio sus
ultimas horas, dejaron una bolsa con sus huesos, restos de la comilona,
con una emotiva nota de agradecimiento para el cantinero....
Un fuerte abrazo....Saludos
Jose Maria Mariezcurrena - San M. de Tucuman
- Josemmtuc@gmail.com
5 / II / 2009 Dedicado a Ángel Pérez, ex Jefe de Correos y amigo. MECÁNICA LIGERA, QUE LE DICEN La tradición oral para los pueblos es, sin lugar a dudas, la forma más veraz y honesta de seguir sus costumbres. También los relatos de las historias que se vivieron, que se conocieron, merecen seguir en la boca de todos por la riqueza que contienen sus detalles. Una historia de un suceso en particular no se circunscribe únicamente en el hecho, sino también en los pormenores de su época, en lo pintoresco de sus personajes. En conclusión, una simple historia que sucedió en un pueblito, es nada más y nada menos, que un pedazo de vida de aquellas personas que lo hicieron real. Esta historia no la viví, mas la escuché en muchas oportunidades con diferentes detalles, pero siempre con los mismos personajes, respetuosamente hablando. Me voy a quedar y voy a intentar narrar lo mejor posible la versión de ángel Pérez, el jefe de Correos y a quien le dedico, humildemente, esta anécdota. La prosperidad en Juan N. Fernández era tangible, sobre todo los primeros 50 años de vida. No tanto por la riqueza de sus pobladores sino por el patrimonio del lugar y por el porvenir de la zona. Pero igualmente, había gente que ya tenía dinero, propio de su trabajo y de sus propiedades. Nuestro primer actor de esta anécdota fue un señor muy respetable, honorable y de mucha influencia en el pueblo. Tenía campo y un próspero negocio en el pueblo. Lo vamos a llamar “Don Agustín” (*). Don Agustín fue uno de los primeros en adquirir un auto 0 km, en Juan N. Fernández. Aquí se diferencian las versiones entre un Chevrolet modelo 40, una Ford A o un Playmouth. Nosotros nos vamos a quedar con que nuestro anfitrión adquirió un Chevrolet último modelo, negro, brilloso, que causó asombro de todos los vecinos que acudían a admirar la máquina y a felicitarlo. Don Agustín, con su orgullo a flor de piel, se paseaba por las incipientes calles del pueblo no descansando en saludar a todos, sombrero en mano. Empero había un detalle que no le gustaba y lo guardaba como un íntimo secreto, al menos, el primer tiempo: le perdía aceite. Una gota de aceite, era el rastro que dejaba su flamante auto cada vez que lo estacionaba o lo guardaba en su galpón. Lo primero que hizo es reclamar en la agencia. Allí lo llevó en varias oportunidades, pero la gota seguía apareciendo después de estacionar su auto. Cansado de viajar, dejarlo en la agencia y que nunca le solucionaran el problema, acudió a otros mecánicos de la zona. Cada cual le daba un diagnóstico diferente, lo atendían, le cobraban y la porfiada gota se resistía a desaparecer. Tal cual la tortura china, de la gota de agua en la cabeza, esta gota de aceite, inclaudicable, no cedía ante el accionar de nadie. A Don Agustín ya no solamente lo tenía desmoralizado esta situación, sino también, era una realidad la cantidad de dinero que había gastado sin que le solucionaran este inconveniente. Nunca había pensado que un mecánico fernandense le iba a atender su vehículo. Primero porque al ser nuevo no iba a tener problemas y también porque iría a recurrir a la agencia ante cualquier inconveniente. Pero había tocado fondo en una situación que no le pudieron solucionar los mecánicos más afamados de la región. En Juan N. Fernández los “vaquianos” mecánicos de esa época, eran pocos y se dedicaban a maquinaria pesada. Pero había uno, en particular, que se las arreglaba para hacer mecánica en general. Lo único, que la fama de su honestidad como profesional de los “fierros”, no era óptima. Este detalle no era desconocido por Don Agustín que acudió a él a comentarle el problema. Luego de un pormenorizado relato de todos los caminos recorridos, los diagnósticos obtenidos y la falta de soluciones para su problema, le preguntó al mecánico si se animaba a darle una mirada a su auto y tratar de arreglarle la obstinada pérdida de aceite. La respuesta afirmativa surgió de inmediato, ante la fascinación del dueño del vehículo. Cuando salió del asombro, le puso una condición, por la cual se aseguraba no pagarle si no le arreglaba el problema: “Si en una semana no me pierde, vengo y le pago”. Un fuerte apretón de manos selló el pacto de caballeros y Don Agustín, dejó su auto, con una mezcla de duda, asombro y desconfianza. Al día siguiente ya estaba listo. Cuando llegó el acaudalado propietario, vio a su coche parado en la calle, imponente y escuchó: -“Ya está. Era una pavada. Llévelo y dentro de una semana me cuenta”- A la mañana siguiente, quizás antes de lo acostumbrado, Don Agustín fue hasta su galpón, corrió el auto y, para su incredulidad, la mancha no estaba. Aunque no quiso hacerse ilusiones, porque en otras ocasiones la rebelde gota apareció dos o tres días después, el optimismo le había comenzado a ganar a la desazón. Pasaron dos días, tres, cinco, ocho y la mancha no aparecía. Al octavo día, por la tarde, incrédulo, asombrado y agradecido, estrechó la mano del mecánico, lo felicitó por su labor, le pagó por su trabajo y le dejó unos pesos más como recompensa a su notable trabajo. Los días fueron pasando y la rebelde pérdida de aceite ya estaba por caer en el saco de los malos recuerdos cuando una mañana, al sacar el auto y mirar, ahí estaba de nuevo. ¡No! ¡Otra vez! Seguramente habrá pensado eso nuestro pobre Don Agustín. Pero si le causó esa reacción ver a la mancha nuevamente en el piso, cómo le habrá caído cuando llevó su auto a una fosa, lo miró por debajo y comprobó el arreglo que le había hecho el mecánico de su pueblo? Ahí estaba, un tarro, prolijamente amarrado con alambre que fue acumulando las gotas por veinte días, hasta que rebasó. (*) El nombre no es los real. 5 / II / 2009 OPERADORES TELEFÓNICOS, ERAN LOS DE ANTES Y ABONADOS, TAMBIÉN. Seguramente, a la actual generación, cuando le cuentan cómo nos comunicábamos hace treinta años (no es tanto tiempo, che!), creerán que es ciencia ficción al revés o directamente harán una comparación con la época de las cavernas. Claro, no es para menos. Hoy los teléfonos celulares con sus mensajes de textos, los mails y todo lo demás, son la antinomia de aquellos tiempos que, para hablar por teléfono a Buenos Aires, por ejemplo, con mucha suerte había unas cuantas horas de demora o directamente, “servicio condicional”, o sea no se sabía si la comunicación se iba a concretar, a qué hora y en qué momento. Efectivamente, yo trabajé nueve años en la E.N.Tel. (Empresa Nacional de Telecomunicaciones), además de ser hijo y hermano de telefónicos. Las microondas no existían, el vínculo para las comunicaciones era el cable de cobre y en un momento comenzó a tener un valor importante (el cobre), por lo tanto, los indeseables de siempre, lo robaban y nos dejaban incomunicados por varios días. En el orden local, el sistema era totalmente “manual”. El usuario (abonado) para efectuar una llamada debía descolgar el tubo, dar vuelta la manija varias veces (el magneto) y de esa manera, en la central telefónica caía una chapita (indicador) que señalaba qué abonado estaba llamando. El operador, se conectaba con el abonado llamante y le preguntaba: - “¿Número?” – a lo que el usuario le podía pedir un número local o uno de larga distancia. Se podían dar muchas más alternativas entre el usuario y el operador, pero lo que quiero rescatar aquí es un hecho verídico que ocurrió entre un usuario y una operadora que resultaba bastante antipática para algunos. Esta operadora en cuestión tenía la fama (yo no lo puedo atestiguar) que tardaba mucho, mucho tiempo en atender y esto era motivo para que recibiera muchas quejas y que en el pueblo se supiera que, si estaba ella de turno, las comunicaciones iban a costar más de lo normal para poder realizarse. Una mañana, un abonado que atendía una oficina de cereales, complicado con los avatares del negocio de los granos, necesitó hacer una comunicación rápida. Levantó el tubo y llamó (dio vuelta el magneto varias veces). Espera unos cuantos segundos en ser atendido y como no lo es, repite la operación. Encerrado en su oficina privada, urgido por la necesidad de comunicarse y sin ser atendido por la operadora comienza a “levantar presión.”. El primer improperio de este abonado se escuchó mientras daba vuelta el magneto por quinta vez, al tiempo que aseguraba que estaría de turno la operadora en cuestión. Cuando ya tenía el brazo y la mano cansados de dar vuelta la manijita y la paciencia estallando por sus poros por no ser atendido, comenzó a oírse una seguidilla de incalificables malas palabras con nombre y apellido de la operadora que suponía estaba de turno y no atendía. Sin más paciencia y luego de colgar el tubo de la misma manera que un hachero deja caer su herramienta en un tronco de quebracho, se cruzó al negocio de enfrente para intentar que lo atiendan. Ni bien llegó al negocio, su propietario no tuvo más que verle la cara para darse cuenta que, su vecino, estaba pasando por un momento de mal talante. Casi sin pedir permiso toma el teléfono y le da vueltas a la manija como si estuviera picando la carne para hacer chorizos, con la seguridad que le iba a pasar lo mismo que en su oficina. O sea, que la operadora no lo iba a atender, asegurando, también, que estaría haciendo cualquier cosa menos trabajar. Ni bien deja de dar vuelta el magneto por enésima vez, descuelga el tubo y se lo pone en el oído. Inmediatamente y para su enorme sorpresa, la operadora en cuestión le pregunta: -“¿Número?”- Con total incredulidad pero con la bronca que había acumulado en su oficina por no haber sido atendido, le hizo su reclamo airadamente, pero sin los improperios que le había dedicado hacía unos minutos. El diálogo que se suscitó fue más o menos el siguiente. Abonado: -“Señorita, estoy llamando desde el número 555(*), desde hace como quince minutos y ud, no me ha atendido. Ahora la tuve llamar de enfrente. Necesito hacer una llamada urgente a Necochea y ud. no me atiende. Yo pago el servicio para que me atiendan como corresponde y no para tenerme que cruzar de calle cada vez que quiera hacer un llamado porque ud. no me atiende”- La operadora lo escuchó con total pasividad y esperó que su interlocutor termine y se desahogue. Cuando lo hizo, usó la voz más pausada y tranquila que pudo para responderle: -“Señor Rodríguez (*), yo lo atendí todas las veces que ud. llamó desde el 555(*), lo que sucede es que su teléfono está descompuesto y ud. no podía escucharme”- A Rodríguez (*) se le aflojaron las piernas en un segundo. Primero porque se dio cuenta que su tremenda bronca no tenía un culpable más que el aparato telefónico y segundo porque se acordó de todas las “dedicatorias” que le brindó a la operadora mientras llamaba. A ella y a su familia. El interrogante le taladró los sesos: -El teléfono no me dejaba escucharla a ella, pero ¿Ella me habrá escuchado?- La operadora, siempre con su voz pausada y tranquila, le clavó el puñal. -“También, señor Rodríguez (*), tuve la oportunidad de escuchar todos los piropos que me dedicó a mi y a mi madre”. Como si esto hubiese sido poco, le aclaró: -“Ah, quédese tranquilo que ya le pasé su teléfono a reparaciones”- Abonado: “….. Perdón … y …. Gracias…” – clic.
(*) El número y el apellido no son los reales.
20 / I / 2009 HOLA, RICARDO, QUISIERA APUNTAR UNA ANECDOTA, DE ESAS QUE TODOS GUARDAMOS DE NUESTRO PUEBLO: COMO TODOS RECORDARAN, YO ME CRIE EN LA CASA
DE LA ABUELA HILDA( ANTIGUA CALLE RIVADAVIA S/N), ENFRENTE TENIAMOS LA TAN
CONOCIDA FAMILIA CANTON, FUI COMO LA SOBRINA POSTIZA DE : JORGE,
ROBERTO,CARLITOS, EL GORA,SUSANA Y ARTURO( EL PAPA DEL TULI Y CACHI),DEL
LADO DE SUSANA ME ACUERDO QUE VIVIA EN MAR DEL PLATA Y TENIA UNA HIJA
CLAUDIA, A LA QUE SOLO LE LLEVABA 4 DIAS DE DIFERENCIA, YA QUE SOY DEL 5 DE
MARZO Y ELLA DEL 9( DEL 67), CUANDO VENIAN EN EL VERANO ERA UNA "FIESTA" POR
LOS DESATRES QUE LE HACIAMOS A MAMA Y A SU ABUELA DOñA MARIA, PERO ERAN
EPOCAS FELICES!!!!!!!!!! A LO QUE IBA, TAN LIGADOS ESTABAMOS A LOS CANTON
QUE CUANDO EMPECE EL JARDIN DE LA ESCUELA 14, QUIEN ME LLEVABA Y TRAIA ERA
NADA MENOS QUE EL TULI, TODO UN HOMBRECITO, HASTA QUE UN DIA: A LAS 5 MAMA
COMO SIEMPRE MIRANDO SI VENIAMOS LO VE LLEGAR Y SOLO, CUANDO LE PREGUNTA POR
MI? ESTE REACCIONA Y SE DA CUENTA QUE ME HABIA DEJADO OLVIDADA, TAL FUE LA
DESESPERACION DE ESTE CHICO QUE SALIO DISPARADO HACIA EL JARDIN Y COMO NO
PODIA SER DE OTRA MANERA ALLI ESTABA YO SENTADITA EN EL SEGUNDO ESCALON DE
LA PUERTA ESPERANDO A MI PRINCIPE MAYOR QUE ESTA VEZ HABIA OLVIDADO A SU
RANA JJAJAJAJ AHI TE MANDO UNA FOTO TESTIMONIO, BUENO UN ABRAZO Y UN
RECUERDO SINCERO A AQUELLA FAMILIA QUE EMPEZO SIENDO AMIGA DE HUMBERTO Y
EVA, LUEGO MAMA Y DOñA MARIA Y FINALMENTE LOS NIETOS ES DECIR TRES
GENERACIONES DE AMISTAD, ES DECIR TODA UNA VIDA.
ELIDA PONTAC 14/01/09
AQUELLOS FUERON LOS AÑOS…
Como una secuencia sin solución de continuidad aparecen las imágenes de la niñez-adolescencia, y en ellas, el hombre de hoy evoca con emoción épocas no demasiado definidas en el tiempo. Pero todas, pugnan por agolparse en la memoria y por eso sólo son pasajes hermosos, y tratar de clasificarlos sería un definitivo atentado a la espontaneidad y a la emoción de poder recordar digna y libremente los años dorados de mi vida. Encender ya, ahora, esa posibilidad significa cerrar los ojos y escuchar desde no menos de media cuadra a José en su bicicleta entonando magistralmente “el alegre silbador” o “en un tren rumbo al sud” por las calles del pueblo, en su diaria tarea de repartir la fruta y la verdura que su padre, don Antonio, disponía desde la “casa central” frente a la Iglesia. Don Antonio Apud debe haber sido el primer comerciante en la vida de JNF que, adelantado a su época, creó una “sucursal” de su comercio, justamente a dos casas de donde yo vivía, y allí asumió Julio (el hermano de José) como encargado y gerente (según afirmaba divertido). Julio y José. El primero hincha de Boca, y José fanático de la academia. Julio el pulcro despachante siempre impecable en el mostrador, lisonjero y galante con las damas (signo perdido de la bella época), y José el laburante de la bicicleta con el gran canasto al frente, desandando las calles con su clásico silbido que alegraba la vida de sus vecinos. Seguramente una tácita asignación de roles que sólo se quebraba dos veces a la semana por la tardecita, cuando arribaba el tren procedente de Buenos Aires y entonces Julio tenía que arremangarse y tirar del enorme carro de dos ruedas en el que ambos hermanos cargaban la fruta y la verdura fresca procedentes de la capital, prolijamente embaladas en cajas o cajones cerrados y enzunchados. A don Antonio le costó toda su vida “enganchar” bien el idioma español, pero fue, con sus enormes bigotes y su bonhomía, un digno vecino que alguna vez me dio a probar su “kepí” hecho con trigo y carne casi cruda, y creo que no sólo a mí, ya que se deleitaba viendo las caras de su invitados cuando probaban la “especialidad”. Seguir con las imágenes del barrio, es recordar más adelante, a mis 14 o 15 años, la fiambrería del gordo “Chichongo” y su eterna barra de amigos a los que él capitaneaba y con los que intentaba “fundir” su negocio en el que todos abrevaban, y si no lo logró fue seguramente gracias a la tenacidad de su incondicional empleado, Hugo. Al gordo supo encarrilarlo Teresa (ya que logró desposarlo) y como siempre sucede, le espantó a la barra de noctámbulos bulliciosos, desbaratando así el parador, para solaz y tranquilidad de los vecinos directos.
¿Y en la esquina de enfrente?, la librería de don Jesús, todo un templo para los inquietos lectores y las madres de comienzo de clases. Su exclusiva imprenta siempre me pareció un tesoro imprescindible, donde felizmente varios de nosotros tuvimos oportunidad de incursionar brevemente cuando los intentos de consolidar una página del querido Colegio Excelsior nos llevó a conocer los rudimentos de la tipografía elemental y escuchar el glorioso ruido de las rotativas de don Jesús. Por aquel entonces contábamos con la mano conductora de Héctor Lázaro, nuestro profesor de gimnasia. Ya despuntaba evidentemente en él, su espíritu inquieto por las letras y la recopilación de aconteceres del pago chico.
¿Para qué alejarme en esta evocación de la manzana de mi casa si en ella estaba el club de mis amores? Fernandense era la cita obligada del ocio de aquellos días. Algún dato rescatado por allí hablaba de la posibilidad de que mi viejo hubiese sido cuota parte fundadora de la señera institución, pero esa especie nunca pude confirmarla antes de emigrar hacia el futuro de mi vida, y, además, poca importancia le asigno para el caso.
-¿Adonde vas? (pregunta de mi vieja como si pudiese haber alguna otra alternativa luego de almorzar o de cenar) -Al club vieja, no me esperes.
Todo se planificaba allí, en invierno y en verano, con la barra bulliciosa: Mario (el íntimo amigo que alguna vez todos llegamos a tener, y que en algún pasaje de la historia fuera secuestrado por la morocha que lo borró de toda programación hasta que una día lo devolvió sano y salvo y lo perdonamos); el Negro, su hermano (Ah! no sé, yo no tengo nada que ver!!, deslindaba cuando intentábamos comprometerlo en el rescate); mi propio hermano (no es porque sea mi hermano, pero “piqui” se prendía con envidiable idoneidad a bravos “codillos” con señores bastante más mayorcitos que él); Jaluf, el negro Capurro, el Cordooobés, Cutín, el “Petiso” Irursun, los Ibáñez (J.L. y “el negro”), el flaco Montovi, “raulaso”,y tantos otros menos frecuentes pero siempre anotados a la hora de las fechorías. Tan funcionales todos a los programas “non santos” como a la efectiva colaboración cuando el “presi” (Walter) encomendaba la organización de los gloriosos bailes sociales. Y allí aparecían “las chicas”: las Mendañas, mi hermana Norma, Josefina, Alicia, Pico, Susana, Mirta, Mercedes (las más asiduas), que bajo la rígida batuta de don Antonio le ponían el toque femenino a las galas de Fernandense, para fastidio de los muchachos de La Dulce y Juárez a los que siempre había que prestarles la corbata que olvidaban…y no había arreglo posible con don Fernández que con el sencillo e irrefutable argumento del respeto al esmerado atuendo de las damas, exigía igual comportamiento de los caballeros. Y lo lograba. Quiérase o no, esa exigente particularidad había hecho famosos y prestigiosos los “bailes” de JNF y ya nadie discutía la condición si el rumbo elegido era Fernandense…
El Club era el ámbito contenedor de nuestros encuentros, en civilizada convivencia con Defensores y Barracas sencillamente porque no poseía entre sus prestaciones al Fútbol, generador de otras rivalidades tan pintorescas en el amado pueblo. El símbolo deportivo de Fernandense era el excelente frontón de la cancha cerrada de pelota a paleta (había que andar muchos kilómetros para encontrar otra igual), luego suprimido a favor de una cancha de bowling, que nunca dejaré de lamentar.
Seguramente que no habría solución de continuidad en la evocación de recuerdos tan gratos, por eso, a no dudarlo, y parafraseando a Tormenta en “aquellos fueron los días” tan sugerente como “aquellos fueron los años…” podremos transportarnos a los sesenta, década a la que alguien calificó con nostalgia como “la década prodigiosa”. Seguramente lo ha sido para muchos de los lectores, y para las generaciones que nos sucedieron debe trasuntar una ingenua inocencia nada comparable a las vivencias de hoy. En los dos casos, hemos sido y somos testigos, con una ventaja: el íntimo privilegio de poder elegir.
Roberto Iguera Bahía Blanca 02 / I / 2009 A la memoria de Raúl “Gora” Cantón Ricardo J. Basualdo 02 / I / 2009 A la memoria de mis padres. Y… me fui a jugar a la pelota, Vieja! Tenía 15 años y como todo chico, adolescente la pelota, en todas sus alternativas, era mi vida. En la vereda jugábamos a patear al arco contra el portón del garage de casa o a las “cabezas”. En el potrero, depende del número de jugadores armábamos arco chico o grande. Los palos eran dos o tres ladrillos apilados o alguna ropa que tuviéramos de más. Nuestra generación de futbolistas pasó casi inadvertida ya que no teníamos ningún club que participara en campeonatos y fue una pena porque tuvimos grandes promesas. El “Tata” Torres, con su pique corto y su gambeta endiablada. “Colacha” Rochet con su categoría para pegarle al balón, sobre todo en los tiros libres. El “Gordo” Eduardo Fernández que, a pesar de físico (era de gran contextura física) poseía una rara habilidad para esconder la pelota. Jorge Morales, el arquero. Qué difícil que era hacerle un gol, cómo volaba! Jorge “Pinda” Betanzo era de esos que, del equipo que jugaba, tenía robo. ¡Imposible quitarle la pelota! Los hermanos Abel y Horacio Ferini, cada uno con sus cualidades. Abel más de tocar y Horacio imparable gambeteando. “Chichilo” Clark, qué zapatazo tenía. Más vale que la dejes pasar si te tocaba en el arco un pelotazo de él. La lista puede seguir con muchos nombres más. La cuestión que esa generación que hoy andamos merodeando los ’50, nos tuvimos que conformar con los “picados” de potrero. Yo, y unos poquitos más, tuvimos suerte. En mi caso me llamaron del Club Del Valle, de Necochea y jugué unos años. Mi primera incursión en ese prestigioso Club, ejemplo de institución, fue en un campeonato “Evita”, hoy llamados “Torneos Juveniles Bonaerenses”. Ganamos la etapa municipal, también la regional y fuimos a Coronel Vidal a jugar la etapa final. Pensábamos que, con los monstruos que iban a jugar esa instancia, nos volvíamos al otro día. Por eso, quizás, no cancelé una actuación que teníamos con el conjunto “Los de mi Pueblo”, mi segunda pasión. Esa actuación debía ser un domingo, al medio día en el Club Fernandense donde se iba a servir un almuerzo de la Cooperativa Calangueyú y nosotros éramos el número folklórico invitado. Situándonos en tiempo y lugar, era el año 1973/1974 y las comunicaciones no eran lo que son hoy. De cualquier manera intenté en dos oportunidades ir hasta una oficina pública (hoy, locutorio) y me fue imposible comunicarme con los viejos para avisarle que seguíamos jugando e íbamos a la final, justamente ese domingo, el de la actuación con “Los de mi Pueblo”. La cuestión que no aparecí por Fernández ese domingo. Mis compañeros, Cora Suárez, Cachito Landaburo y el Negrito Herrera tuvieron que ir al “organizador” y explicarle que la actuación no se iba a poder hacer porque faltaba un integrante y no sabían dónde estaba. Este “organizador”, una entrañable persona y gustosa de dar discursos cada vez que podía (sobre todo de los emotivos), no resistió la tentación y al final del almuerzo, cuando debíamos actuar con el conjunto, se subió al escenario, puso cara de circunstancias y dijo más o menos esto: “Lamentablemente tengo que anunciar que la actuación del conjunto Los de mi Pueblo no va a poder ser. Un integrante del mismo falta y no se sabe su paradero. Lamentamos mucho tener que dar esta noticia. Ricardo Basualdo es un buen muchacho, hijo de una respetable familia, pero ha desaparecido de casa. Quiera Dios y el destino, vuelva a su hogar”. Se imaginarán el revuelo que armaron estas palabras. Como pasa siempre, le fueron agregando algún comentario más y a los pocos minutos ya se decían cosas como que me golpeaban, que me habían secuestrado, que me había peleado con mis padres, etc, etc. No pasó mucho rato que mis viejos empezaron a recibir gente y llamados telefónicos preocupados por mi “destino”. Ellos a todos les decían que yo estaba jugando al fútbol, en Coronel Vidal, pero tanto fue la insistencia producto del discurso emotivo que igualmente se preocuparon. Yo llegué al otro día en un micro que me dejó en el cruce y mis viejos me fueron a buscar. Las caras de los dos no eran las de un feliz recibimiento. Luego del reto, me contaron por qué estaban así y me pidieron explicaciones. Qué les pude haber dicho…? Y… me fui a jugar a la pelota, Vieja. Nota: La final la perdimos contra Coronel Suárez 1 a 0. Ricardo J. Basualdo 16 / XII / 2008 UN TRIO CON AUDACIA ¡Señoras y señores!: el próximo número para este festival será protagonizado por el trío “los improvisados” compuesto por Mario Villa en bandoneón, “Toto” Erasun en acordeón y Roberto Iguera en piano. Interpretarán tres bonitas páginas de nuestro acervo típico: los tangos Felisia, El Garrón y 9 de Julio, con Uds., los intérpretes. Correría quizá el año 1960 o 1961, y no recuerdo quien oficiaba de animador-conductor a la manera de “talento argentino” pero con una escala de pretensiones infinitamente menor. Así y todo ¡que valioso resultaba para los “artistas” poder integrar una exposición artística de todo tipo de disciplinas, absolutamente local, en una Sociedad Española colmada de entusiastas aplaudidores, curiosos y hasta incrédulos de ver algunos intrépidos caraduras en papeles no cotidianos arriba del escenario! A esta última franja pertenecíamos “los improvisados” ya que si bien es cierto que con Mario solíamos practicar en conjunto piano y bandoneón de tanto en tanto, el “Toto” se había incorporado, como se dice, casi al “pie de la escalera”, y a efectos de este solo evento ya que no residía en el pueblo. No fue música de excelencia, pero tampoco demasiado bochornoso; lo que es seguro es que si hubo una puntuación, nosotros no figuramos ni en el rubro “mención”. Pero ¿saben qué? El episodio me quedó grabado para la nostalgia, porque nunca más (salvo alguna estudiantina en mi secundario de Necochea) tuve oportunidad de incursionar por el atrapante mundo de los tablones. Un episodio caro sólo a mí, seguramente, porque me transporta a las causales de la posibilidad narrada, y me veo con sólo nueve años concurriendo tres veces por semana a lo de la Señorita Ibáñez, a quien recuerdo siempre impecablemente ataviada, con sus largas uñas extremadamente cuidadas que impactaban armoniosamente sobre el teclado y mostraba una rígida actitud académica frente a su alumnado ¡que eran todas mujeres salvo yo! Todo el entorno se mostraba y olía a conservatorio de música: los pisos celosa e impecablemente encerados, cada cuadro, cada florero, cada adorno en su lugar, y absolutamente vedado transitar sin “patines”. La Srta Ibáñez férreamente sentada a nuestro lado o de pie detrás de la banqueta, nos marcaba con rigor crítico nuestros yerros, instándonos a seguir practicando la lección. Y una cosa más recuerdo con ternura: puerta por medio con ese ámbito y haciendo gala de una infinita paciencia yacía postrada su hermana Porota, que no podía caminar aún siendo muy joven, soportando día tras día las defectuosas interpretaciones de los practicantes en el piano. Creo recordar, no obstante, que pasado el tiempo un episodio de Fe le devolvió su movilidad y que tal evento fue bastante impactante para la comunidad fernandense. Ese fue el entorno de mi precaria formación musical (no por culpa de la Profesora, por cierto), tan odiada cuando la tenaz determinación de mi vieja impuso sin atenuantes esos tres años de aprendizaje, y tan preciado, como siempre pasa, con el transcurrir del tiempo frente a la posibilidad de saber leer un pentagrama, hoy abandonado para periódico cargo de mi conciencia. No creo para nada que haya sido un gen mío (porque era muy malo en esto) el causante de que tenga actualmente al menor de mis hijos estudiando música en la Universidad para mi íntimo orgullo y absoluta elección de él. Los padres siempre creemos que lo que pudimos y no supimos hacer, está bien que lo hagan nuestros hijos. ¡Señoras y señores!: un aplauso para los intérpretes, y con él les agradecemos su participación en esta jornada artística dedicada sólo a destacar los valores de nuestros jóvenes. Bueno, esto último difícilmente se haya dicho al finalizar nuestra participación, y quizá ni siquiera se haya dicho, pero hubiese sido muy adecuado, porque muestra a través de esta pequeña crónica que en todo tiempo hubo y seguramente sigue habiendo, responsables de encauzar las sanas inquietudes que siempre genera la juventud, cuando ellas pueden ser encuadradas en el debido contexto. Después, como habrán comprobado, sólo depende de dos posibles alternativas: o se es muy idóneo o se es muy AUDAZ. Con una pizca de disimulo las dos son válidas.- Roberto Iguera Bahía Blanca 14/12/08 11 / XII / 2008 El Padre Rafael y la perdiz colorada Y si, en su admirable tarea evangelizadora, Rafael era capaz de salir de “caza” con algún díscolo de su plantilla de alumnos del querido Excelsior y mientras andábamos en busca de los bichos darle duro a la prédica. Todos recuerdan a Rafael, pese a su relativamente corta estadía en el pueblo al frente del Instituto como Director, no sé si como consecuencia de su misión pastoral o por méritos innegables, técnica y académicamente (creo que por esto último, ya que poseía un doctorado). Tipo frontal con todos nosotros, personalidad avasallante y cautivadora, hábil contenedor de grupos de “desacatados”, Rafael tenía, sin embargo, una debilidad: le gustaba, como buen italiano, la caza menor, específicamente las perdices chicas e, increíblemente, habíamos hecho una buena yunta para salir de vez en cuando merced a la buena voluntad del viejo Omar que prestaba el ruidoso Rastrojero. Y allí iba Rafael escopeta 28 en ristre, caño fuera de la ventanilla, conducido (a veces) por mí y recorriendo algún potrero del campo cedido por amigos maravillados por el elegante “sport” negro del cura y sólo identificable en su calidad de clérigo por el impecable cuello duro blanco. La cierta idoneidad del conductor para detectar las presas y que no volaran, devenían de un largo aleccionamiento que los dos hermanos tuvimos desde muy chicos en estos menesteres por parte del querido viejo Iguera. La cosa es que Rafael, obedientemente, disparaba cuando se le indicaba y por cada acierto cambiaba su actitud sumisa opinando que “había que ir a buscar la presa”, presuntamente para que su “jefe” de arriba hiciera vista gorda a su tropelía. Pero el curita enmarcaba la excursión vaya a saber en que extraño código de “cazar para comer” proveniente del medio evo, aunque nunca derogado. Eso sí, no permitía los excesos, en cuanto al número de presas, nada de andar depredando salvajemente. Lo más sustancioso para mí eran sus yerros, ya que debía frenar sus imprecaciones antes que las completara: ¡pero la p….! Noooo padre que no tiene quien lo confiese..!; scusi, tené razón (bien tano en sus instintos). Un día, volviendo de la cacería, venía yo contándole de la existencia de la perdiz colorada, bicho que confesó no conocer, y que, si como yo le relataba, era bastante parecido a la martineta, no le interesaría. Mas esa opinión fue cambiando con los Km. al contarle las distintas maneras de cocinarla y lo particular de su exquisita carne. Habrá sido el azar (no era por entonces muy frecuente toparse con el bicho) o el Creador que quiso bonificarlo a Rafael por su labor pastoral (más allá de su debilidad de salir a cazar esos animalitos), la cosa es que, de pronto, allí, en la banquina, una hermosa colorada cabeceaba curiosa pero quieta, cosa rara en esa especie(siempre pensé que hubo una intervención divina), por lo que el cura no tuvo más remedio que dar cuenta de ella. Consumado el hecho se originó una suerte de discusión, pues ambos queríamos llevárnosla y los argumentos pasaban porque si bien era cierto que Rafael la capturó, yo había puesto toda la logística para ello. En definitiva el gallináceo fue cocinado saltado a la sartén con ajo bien chiquito, hecho por Maria, y comimos los dos solos porque no daba para más. Creo que hubo allí un vinito de Misa pero ¡ojo!, sin bendecir. Confieso a la distancia que nunca más tuve relación con otros sacerdotes, quizá por mi falta de militancia, o por una concepción filosófica muy particular, pero nunca olvidaré a Rafael. Era distinto a otros pares, más humano, sin cortapisas, llano en su proceder, el consejero que no anteponía a la Iglesia cuando un alumno necesitaba contención humana. Muchos años más tarde de ausentarme de JN me enteré que Rafael había formado una familia, abdicando a una Institución a la que, quizá, él no creía honrar, y me puse contento: aún siendo muy joven no me había equivocado con quien se podía transitar el andarivel de la AMISTAD. Y si no llegó a ser tal, fue por la bifurcación de los caminos. Sin dudas: si en JNF hubiera que colgar un cuadro de personajes trascendentes, yo lo pondría al Padre Rafael.- Roberto Iguera Bahía Blanca
10 / XII / 2008
¡Hola Ricardo! :
Cuánto tiempo de preocupaciones que a veces
nos impiden ver la esencia de las cosas!. A veces, la esencia está en los
buenos recuerdos, pero somos incorregibles y eso lo aceptamos a medias.
Recuerdos muy lejanos, sólo en el tiempo.-
¡Roberto! Vení que tenés que ir “a lo de Eden” a comprar papas. ¡No mamá, ahora no puedo, mandala a Norma!. ¿Cómo explicarle a la vieja que ese día la tensión entre las bandas había llegado a su punto más crítico? ¡Ir hasta la verdulería de Eden era jugarme la vida, y de yapa estaba con pocos soldados en ese momento vaya a saber porque!.Seguramente porque a Hugo, mi primo que vivía justo al lado de los Eden le habrían neutralizado la salida rumbo a mi casa y el otro Hugo, el de enfrente, algo habría hecho para que Alcira, la madre, no le habilitara permiso para jugar ese día. “Jugar” era lo que ella creía que le hacia perder, cuando en realidad un serio conflicto se estaba dilucidando desde hacía algunos días. Resto de la tropa de este lado: Horacio, el hijo de Osvaldo y Pira y mi hermano “el fabricante”(autor del “cañon” que arrojaba cañas de hinojo secas”). Del otro lado: Ismael, el pequeño Jaluf, Miguel, y los Albertoni, Mario y Juan. Quizás eventualmente se sumaban, seguro, algunos otros protagonistas olvidados, pero así estaba la cosa. El teatro de operaciones estaba bien definido. Por un lado, la calle, que los de mi banda reconocíamos perdida, y por el otro “la fortaleza”: el interior contenido tras ese largo paredón de 50 metros y cuya defensa habíamos asumido cual troyanos dispuestos “hasta” las últimas consecuencias de ser necesario. Ese día había mucha bronca, porque cuando el enemigo asomaba su cabecita por cualquier sector de aquel muro de ladrillos, se exponía seriamente a recibir un certero flechazo. Acá vale un paréntesis para describir la mortal arma concebida por el futuro Piqui: La base: tambor de 100 lts, cerrado y muy oxidado. Dispositivo móvil: una larga barra que entraba por el orificio de aquellos tanques con tapa a rosca (y se habría con cortafierro y martillo), barra que remataba en una suerte de “horqueta” o “cruceta” a la que se le había adaptado un caño de unas 5 pulgadas de diámetro y unos 80 centímetros de largo. La barra giraba horizontalmente y el caño lo hacia verticalmente. Dispositivo de fuego: un par de gomas fijadas en el extremo anterior del caño a la manera de las conocidas hondas.- Proyectiles: cañas secas de hinojo, que introducidas en el caño (cañón) permitían simultáneamente estirar las gomas para impulsarlas y hacer muy buena puntería. Lo más exquisito de todo era el hecho de la ubicación del artefacto, en la mitad de la distancia total del paredón y unos 15 mts hacia adentro, lo que permitía cubrir cualquier intento del enemigo para tratar de hacer uso de sus burdas gomeras. La cuestión es que había sido aquel un día agitado y el enemigo había sido repelido, permitiendo grabar una marca en el tronco del añoso eucalipto en señal de batalla ganada. Pero a la noche de ese mismo día, cuando se suponía vigente la tregua nocturna para salir a la vereda a disfrutar el aire aún caliente del verano, un certero (y artero) disparo de honda dio en mi frente y hubo que salir corriendo para la Sala médica donde me hice acreedor a dos puntos de sutura. Esa marca aún engalana mi ceja izquierda y quizás inconscientemente ha sido llevada durante toda mi vida con cierto orgullo, a la manera de los verdaderos gladiadores que nos asombraban en los “comics” de la época, pero también como mudo testigo para que siempre pueda seguir recordando una hermosa niñez en la que queríamos interpretar nuestras propias películas. “Pantalón cortito con un solo tirador, cajita de los recuerdos”, parafraseando al poeta. Esta pequeña crónica me pareció un digno homenaje al lugar, mi pueblo, donde transcurrió (y en ningún otro lugar) la menor parte de mi vida, pero, seguro, la más feliz.
Roberto Iguera Bahía Blanca
Estimados convecinos: La palabra "lagrimón" es cuasi un argentinismo lunfardo impuesto por el tango pero qué bien describe un sentimiento asociado a "se me pianta"! Estoy frente a un recorte de "Ecos Diarios" del año 1965, y allí el corresponsal de nuestro pueblo (¿Cómo se llamaba, Herrera quizás?...no sé) titulaba:"Proeza náutica", y comenzaba: "Cuatro jóvenes de esta localidad intentarán navegar el río Quequén" y no siento vergüenza en confesar: se me pianta un lagrimón. Estoy solo porque mi esposa ya no soporta más la anécdota, y a mi lado tres fotos de la partida tomada antes del amanecer por Salvador (con flash), inmediatamente después de depositarnos debajo del puente blanco y antes de la primera "palada" de los remos de los dos endebles "kayac" construidos por mi hermano, y el hermoso bote a vela de alta escuela construido por Roberto (el hermano de uno de los "proesistas"), no médico aún en ese año. El lagrimón incluye un recuerdo para el "petiso" (cuarto proesista), que los dejó temprano a Uds. en el pueblo para irse a navegar otros espacios. Pero el lagrimón incluye también un homenaje a una de las más sencillas y hermosas historias de mi vida, sin demasiados sobresaltos en el futuro y por ende previsible. Y si de sobresaltos debía de tratarse, si que los hubo a lo largo de exactamente 88 saltos de piedra que había que recorrer para desandar los ciento treinta y siete metros de altura entre el famoso "puente blanco" y la última cascada antes de arribar al "colgante" de Necochea, debajo del cual la consigna indicaba que había que descorchar la botella de "champú". Uno de esos 88 saltos se tomó su venganza por todos los 120 Km. de meandros barrancosos recorridos. Se tomó su venganza digo, por haberle quitado nosotros la virginidad de navegación (según las crónicas de la época) y lo que no pudieron las nutrias y carpinchos lo pudo el río tumbándonos por algún rato con las consecuencias lógicas de todo aquello que se moja (no más fotos, no más comida, no más ropa seca, etc., etc.).Cómo no recordar, entonces, a aquella familia gaucha de Pieres que en su establecimiento de campo nos cobijó y alimentó por una noche, cuando el frío calaba la liviana ropa de verano. Está claro que no existían aún en la TV los actuales canales del tiempo que permiten prever las inclemencias. Años de conmovedoras adhesiones, como un avión del aeroclub de Necochea monitoreando nuestro avance y reportando a LU13 el esperado mensaje a nuestras familias:"está todo bien" 1965 y una adolescencia de sanas transgresiones, ni más buenas ni más malas que las de hoy, sólo distintas. Quería, brevemente, relatar pasajes de esta aventura cuya preparación nos quitó el sueño durante meses, hasta Carnavales del 65 (carnavales fríos si los hubo en ese siglo). Y ahora que lo pienso, todo acontecía sólo seis años después de los festejos del Cincuentenario, y cuya semblanza también me permitió esbozar Ricardo Basualdo publicando mis recuerdos. Habrá mil anécdotas de mil convecinos que, como nosotros, hicieron lo suyo por esa geografía que no nos deja desprendernos, y en todo caso ¿no son historias simples de gentes sencillas que grabaron y graban sus pisadas por el pago chico siempre añorado? ¿Cómo se llega a 100 años si no hubiese nada que contar? Espero que así lo consideren y sepan disculpar una íntima emoción; el lagrimón ya paso y ahora hay que seguir.-
Roberto Iguera Bahía Blanca
20 / VIII / 2007. Fue una agradable sorpresa encontrarme casi de casualidad con esta pagina
de mi querido Fernandez.
18 / I 2006 Soy Juan Alberto Codagnone, de Tres Arroyos y vivo en Buenos Aires. Al ver vuestra página recordé una anécdota y se las quiero contar. Era la década del 60 y mi padre pudo comprarse un auto, un Ford 35 y uno de los primeros viajes lo quiso hacer a Juan N. Fernandez, donde vivía su hermano. Llegamos por una ruta que estaba asfaltada por la mitad y al llegar al pueblo encontramos un señor en un charret, a quien mi viejo le preguntó por los Codagnone, y la sorpresa fue que era él! Pasamos el día en JNF y creo que después nunca más volví. Quizas haya algún primo por ahí. Saludos, juan
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