FRANCISCO
INSPIRADOR
Escribe: Agr. ROBERTO IGUERA
(21 / III / 2013) Quizás no sea justamente yo el indicado para esbozar un
mensaje a mi pueblo. Un mensaje sencillo, que contenga sólo impresiones
sobre lo que está pasando con la Iglesia a partir de consagrarse a Jorge
Bergoglio como el máximo Pastor de ella. Y me meto en esto con esa duda
inicial si debería hacerlo, porque hace muchos, muchos años que me alejé de
cualquier tipo de fe religiosa simplemente para no violentar el hecho de
haber nacido, criado y educado en los preceptos de la Iglesia Católica
Apostólica y Romana. Me alejé, aún después de haber tenido la oportunidad de
conocer a dos verdaderos dignatarios de la Iglesia como fueron el Padre Juan
y el Padre Rafael. El primero, por haber sido el motor inicial que me
permitió completar mi educación secundaria, y el segundo por haberme
permitido ser su amigo y lograr que se despojara de su condición de
sacerdote para poder hablar muy claramente de la vida, y de la ya declarada
y tumultuosa relación de la Iglesia con su grey. A tal punto esto, que
cuando se enamoró hizo lo único coherente que puede hacer un ser humano
ungido con cargos que claramente condicionan a quienes por ellos optan y
tienen la desgracia de enfrentar sentimientos que sus votos le prohíben.
Juan fue el Pastor de pueblo que por aquellos tiempos, lejos de quedarse
enclaustrado en su sacristía, observó que la feligresía necesitaba, además
de su asistencia espiritual, una conducción fáctica que no bajaba ni del
lejano, lejanísimo (por entonces) municipio, ni siquiera del delegado en
turno ni de ninguna organización local. Él había ganado, entonces, la calle,
y más allá de las protocolares recomendaciones para juntar a los
parroquianos los domingos en la misa, se erigió como conductor- consejero
para orientar en todo tipo de actividad de la población. Al punto tal que
fue un feroz adversario de quienes intentaban y luego lograban la Autonomía
de San Cayetano frente a este Cura que la reclamaba para J.N. Fernández,
pero sin los recursos políticos que al final se impusieron. Fue el hacedor
ante la Diócesis de Mar del Plata para el milagro de un Instituto Secundario
en el pueblo, algo impensado allá por la década de los ’50. Fue el cura que
cada noche era invitado a cenar en una casa distinta, aún de quienes no
“militaban”, como mi viejo, que lo respetaba a ultranza y lo enojaba cuando
le decía: “Padre, por ahora no necesito intermediarios para orar…” En fin,
un personaje querido y respetado por todos.
El padre Rafael estuvo poco por J.N.F, de origen itálico, Doctor en
Teología, fue nuestro Director del querido Instituto Excelsior por unos
años. Ergo, con mucho menos predicamento en “la calle”, porque su misión
académica y dirigencial era muy clara para él, y no deseaba contaminarla.
Fue mi amigo cuando salíamos a cazar perdices, pero también cuando había que
hablar claro de todos los temas de la vida. Cuando mudé a Necochea para
terminar el 4to y 5to de mi secundario, dejé el Instituto con una
considerable estima y respeto por Rafael. Pero esa estima alcanzó el pico
más alto, cuando años después supe de la renuncia a sus votos para contraer
matrimonio.
La iglesia ya no me contuvo ni yo quise que lo hiciera, porque aquellos
reflejos que tuve oportunidad de vivir de cerca se fueron apagando en la
misma medida que muchos de sus dignatarios la iban envileciendo con sus
conductas, sin que se escucharan reacciones desde el Vaticano para extirpar
las ramas degradadas de su tronco. Por el contrario, hoy hay evidencias
objetivas de la protección a curas pedófilos por parte de algunos
Cardenales, que no supieron librar a su entidad madre de la vergüenza de sus
conductas.
De pronto, ya sea por el designio del destino, o por sus propios méritos, o
por su trayectoria (desconocida por mí) se produce un milagro para nuestro
país: Jorge se convierte en Francisco (Franchesco, amorosamente para los
tanos) y es ungido máxima autoridad de la Iglesia. Y entonces, en pocos
días. aparecen su trayectoria, sus obras, su humildad, su compromiso con los
más pobres, sus rictus y hasta sus cotidianas costumbres. También aparecen
las fuerzas contradictorias que intentan desacreditarlo, tan miserablemente
que ahora deberán ahogarse en la mugre de sus pequeñas existencias. Muchos
de ellos miserables sólo de espíritu, aunque millonarios de tanto que han
medrado con recursos que les son ajenos. Una avalancha que por años fue una
masa silenciosa se suma al regocijo por la entronización de Francisco. Y
hete aquí lo más curioso: el 90 % de quienes pudieron opinar para distintos
medios, expresaron su deseo de que Francisco practique en su papado, de
ahora en más, las concepciones que desde hace ya mucho tiempo sostiene con
su actitud para con la estructura de la Iglesia católica, ciertamente
retrógrada y anacrónica. ¿Y saben qué? A mí también logró sumarme a la
confianza que inspira, a pesar de no haber sido consecuente con la fe como
los verdaderos católicos, y aún convencido de que ya difícilmente lo sea.
Cuando Francisco sólo pide “recen por mí” muestra la sabiduría que posee
sobre la “soledad del poder”, y sabe que, si el poder es solitario, cuánto
más solitario será SEMEJANTE Poder que la grey católica del mundo le ha
conferido para contener a la Institución más antigua del orbe con más de
2000 años y 1200 millones de fieles. No se trata, entonces, de soledad por
ausencias personales, sino de soledad intelectual que ha de combatir cuando
perciba los rezos por él.
Me atrevo a escribir estas líneas, porque, además de las reflexiones que
inspira el primer Papa americano, y más aún argentino, hay también historia
referida, en un pequeño enclave llamado J.N. Fernández, y es por esa
historia que estas líneas no pueden tener otro destino que no sea la
comunidad de la que fui parte.
Roberto Iguera
BahÍa Blanca