PORTADA

 QUIÉNES SOMOS

 HISTORIA

 PLANO

 CÓMO LLEGAR

 DATOS ACTUALES

 FOTOS HISTÓRICAS

 MENSAJES

 DATOS GEOGRÁFICOS

 LUGARES DE INTERÉS

 CONTÁCTENOS

 AUTORIDADES

 SOCIALES

 CORREO JNFNET

 GUÍA TELEFÓNICA

 CENTENARIO

 NECROLÓGICAS

 101 AÑOS

 

         

 ANECDOTARIO DE JUAN N. FERNÁNDEZ

  Este link se lo debemos al señor Roberto Iguera.

  A raíz de los hermosos relatos que nos ha mandado de su niñez y adolescencia vividas en nuestro pueblo, abrimos este espacio para que cada cual, con sus palabras o con fotos nos haga partícipes de sus vivencias.

  Nuestra comunidad, a lo largo de sus casi 100 años, tiene plasmada anécdotas de todo tipo.

  Un escultor, antes de comenzar su obra maestra, mirando el bloque de piedra, dijo: "la figura está ahí, sólo hay que quitarle lo que le sobra".

  Las anécdotas están en nuestro tiempo, sólo hay que sacarlas de allí y volverlas al presente.


“LA LLAVE DEL PUEBLO”

ANÉCDOTA ESCRITA POR ROBERTO IGUERA

(26 / IX / 2012) ¡Cómo cambian los paradigmas con el tiempo! Seguramente la gente que vive allí, se va olvidando de las condiciones de vida que gozaba veinte años atrás, por culpa de la pandemia de la inseguridad que invade aún los enclaves urbanos más pequeños de la provincia. Cada episodio ocurrido en los últimos tiempos va generando un durísimo clima de desconfianza y la necesidad de aferrarse al reclamo como signo de actitud ante las autoridades, porque está incorporado en la cultura de la gente que debemos ser cuidados por quienes tienen el deber de cuidarnos. Digo esto porque la contrapartida de no poder vivir con todo a la mano como en las grandes ciudades era, justamente, el valor de la tranquilidad, tan poco apreciada cuando se la tiene y se la goza. Y eso pasaba en JNF al momento de recrearse los recuerdos que nutren, una vez más este espacio anecdotario.
Cumplía quince años mi sobrina, y como hito importante de su vida iba a haber fiesta en casa de mi hermano. Hicimos entonces, con tiempo, la correspondiente reserva en el hotel “Americano” para pernoctar (corta noche) de ese sábado. Temprano, recalamos en el hotel para ir acomodando los turnos para asearnos y cambiarnos y fuimos conducidos a nuestra habitación por Carlos Iberra, por aquel entonces titular único del establecimiento. El primer impulso de mi esposa, muy citadina ella, fue advertirme que faltaba la llave del dormitorio, que no era de los construidos últimamente, sino de las primitivas habitaciones reformadas y modernizadas. Pero una de las cosas que no había sido cambiada era la enorme puerta de dos metros y medio de alto. Me pidió que fuera a reclamarla, y ello me permitió, porque había mucho tiempo, sentarnos con “Coco” a tomar algo en la barra del magnífico e histórico comedor del hotel y enfrascarnos en una animada conversación entre dos amigos que hacía mucho tiempo no se veían. Pasado un buen rato le expuse que faltaba la llave, y rápido noté que había sorprendido a mi interlocutor, que comenzó a frotarse suavemente la barbilla en clara señal de preocupación. Luego de retirarse a la cocina y demorarse algún tiempo en volver, me dijo que fuera tranquilo a “la pieza” que ya la estaban buscando. Pasaba el tiempo y mi esposa se cambiaba custodiada por mí, pero a su vez prometía que si no había llave ella se iría a otro hotel ¿? (de todas maneras yo le decía que sí, que si no había llave en el Americano iríamos al Indoamericano). Cuando ya era casi la hora de partir para la fiesta apareció Coco con una amplia sonrisa en el rostro, blandiendo una llave de aproximadamente unos quince centímetros de largo, de color marrón oscuro; una llave de “aquellas”, que me produjo una no querida carcajada, tomada por Carlos con cara de pocos amigos, y que sin embargo fue probada y aprobada de conformidad por la quejosa pasajera-
- Perdoname negrito, pero yo no te pedí “la llave del pueblo”, porque no soy un pasajero ilustre!, mientras rodeaba sus hombros y contenía su enojo. Mi señora conforme. Pero apenas apartados de ella el Coco me retrucó:- ¡No le vayas a decir que con esa misma llave se pueden abrir todas las demás habitaciones de este hotel, a ver si cumple con su amenaza y la tenés que ir a buscar a Necochea! ; ¿No sabe que acá no hay otro hotel?
La llave, ese superfluo adminículo tan intrascendente por aquellos años y que adquiere tanta relevancia por estos días, al punto que su extravío podría significar la diferencia entre “trancar” la puerta por dentro o velar la noche sentado en una silla con una escopeta en ristre, también, seguramente, será preocupación de los pasajeros en el Hotel Americano.-
Roberto Iguera
Bahía Blanca, 22 /09/2012

 

 

 


 

HOMENAJE AL AMIGO

 

 

En estos días, leía en Facebook la crónica sobre la conmemoración de los 90 años de la fundación del Club Defensores. En los actos centrales, se recordó a varios socios que tuvieron que ver con la vida de ese emblemático Club, y entre ellos a un entrañable amigo de la infancia y la adolescencia, quizá más que ningún otro en aquellos años. Mario nos dejó prematuramente, cuando estaba disfrutando de esta etapa de la vida en que los premios son los mejores a los que se puede aspirar, porque seguramente quienes leen y surcan los mismos tramos que yo, saben que nada puede sustituir la felicidad que nos brindan los nietos.
Me amonesto a mi mismo por no haber incorporado en mis anécdotas a Mario, porque era muy raro que no estuviéramos juntos cuando sucedían las vivencias que a veces vuelco en este espacio, aunque sí recuerdo haberlo mencionado hace unos años (2008) evocando un episodio del trío “Los Improvisados” en este espacio. Quienes en la juventud han tenido compinches incondicionales de todo tipo de correrías sabrán comprender el pesar que me embarga con sólo imaginar la franca risotada que Mario hubiese proferido con sólo leer acá alguna trapisonda de las tantas que protagonizamos juntos. Pero nunca es tarde, en todo caso, si ello sirviera para mantener vigente su memoria, y si le sirviera a la querida Pochi para reconvertir su pesar, por un instante aunque más no sea, en una sonrisa que solo ella sabría comprender.
Cuando don Ricardo tenía el campo a un tiro de honda del pueblo, vivíamos esperando las vacaciones de verano para instalarnos allí a vivir. Ello coincidía con la época de cosecha, y nos resultaban cortos los días para gozar de tantísimas alternativas. Por ejemplo ayudar en la vieja “Masey” tratando de coser las bolsas rellenas del grano cosechado, porque, en realidad, nos apasionaba soltar el tobogán de descarga cuando estaba completo, e ir montados en la última bolsa. El “cosedor” profesional nos dejaba hacer porque sabía que rápido abandonábamos el cometido acobardados por los golpes. Alguna gente joven comenzará, seguramente a preguntar a sus mayores que era esto de las bolsas, el cosedor, el tobogán de descarga, y dejo gentilmente para ellos las explicaciones del caso.
Otra pasión era atar un caballo a un trineo de madera e irnos por el camino de la “Tigra” hasta el arroyo “Calaveras” a pescar bagres y dentudos, mientras que con unas ramitas y una desvencijada pava le entrabamos a una imprescindible mateada y charlábamos nuestras cosas desprovistos de preocupación alguna y más bien alrededor del próximo sábado y a quién íbamos a “sacar a bailar” en la fiesta de Fernandense. D e tanto hacerlo, destruimos, doy fe, el viejo trineo que don Ricardo había armado para tareas más productivas.
Mario era muy buen jinete, y por esa época, había en el campo una yegua alazana de la cual no recuerdo el nombre, pero sí recuerdo que era muy veloz. Cuando nos juntábamos con mi hermano “Piqui” y su hermano el “Negro” nos podíamos pasar toda una tarde haciendo “picadas” entre la yegua y la moto “Gilera” 150 que nuestro viejo, Omar, nos había regalado a Juan y a mí cuando apenas teníamos 14 y 15 años respectivamente. La “cancha” era el camino de entrada, desde la casa hasta la tranquera (unos 100 mts más o menos). Mario montaba el equino y Juan la motocicleta, y con el Negro (José Luis) dábamos el banderazo desde el extremo opuesto a la línea de largada. Probablemente había unas “chirolas” en juego, porque la cosa era pareja: en el arranque la yegüita sacaba varios cuerpos y luego era alcanzada por el rodado.
Un día, estando solos con Mario, decidimos salir a la tardecita a juntar unas vaquillonas para encorralarlas. Él me había enseñado lo poco que había aprendido en aquello de montar y, prudente, me asignó un viejo caballo del que sí recuerdo su nombre: “el rubio”, y el montaría la yegua, más arisca e impredecible en sus movimientos. Ambos montamos “en pelo”. Nunca supimos que le pasó al noble “rubio” pero la cosa es que ni bien llegué de un salto a su lomo , el mancarrón comenzó a corcovear y poco y nada tardó en expulsarme violentamente, cayendo de cola y mal al suelo cosa que pasó a ser un festival de la risa para Mario. No me podía levantar y él no podía parar de reír:
-¡No te rías que me duele la última vértebra loco!!, lo espetaba desde el suelo, revolcado y polvoriento;
-¡Perdoname pero no puedo, no lo hago a propósito, ahora te ayudo!, justificaba su incontenible risa, mirando para otro lado en inútil gesto de respeto por mi desparramo. El cuadro debió ser desopilante: yo con mi iracundia, mi dolor y mi vergüenza, y él con sus reprimidas lágrimas de tanto reír. Finalmente pudimos comprobar que todo mi esqueleto estaba bien y solo restaba considerar si el pobre cuadrúpedo merecía unos azotes, a lo que me opuse, por supuesto, ya que quienes gozábamos de raciocinio éramos nosotros y no el caballo.
Más que destacar una anécdota, y buscando en mi memoria, quise con este pequeño relato rendir un homenaje a la amistad, porque los seres humanos solemos darnos cuenta de que ella puede permanecer indemne sólo cuando falta una de las partes, ya que, mientras tanto, pareciera que nos basta con saber que el sujeto de esa otra parte camina bien por algún lado. Hasta un día cualquiera, Mario.-

Roberto Iguera
Bahía Blanca, sábado 14 de julio de 2012
 

 

 


 

LA SOCIEDAD ESPAÑOLA Y LOS BAILES DE CARNAVAL

 

(7 / VII / 2012)
A propósito de la noticia aparecida hace unos días en la página sobre el rescate de esa prestigiosa institución, me vinieron a la memoria algunos recuerdos de la juventud relacionados con la misma y con las fiestas carnestolendas. Yo vivía en calle Martínez de Hoz (hoy 35) nº 468, la casa que hoy es propiedad de Machain. El fondo de esa casa, a lo largo de 10 mts, lindaba con un estrecho pasillo en el que estaba el baño de “caballeros”, disposición que desconozco si aún continúa de la misma forma. Lo cierto es que el muro lindero era realmente de escasa altura (pongamos 1,80 mts), sin revocar, y lo más importante mi viejo se había negado siempre en colocar los clásicos (y peligrosos) trozos de vidrio de botella amurados a lo largo del remate del muro con cemento, lo que constituía una seria amenaza para la salud en aquella época en cientos de “paredones” que oficiaban de cerramiento de las heredades y desalentaban a visitantes furtivos de gallineros, quintas de verduras o frutas y cualquier otra pretensión de los cacos. Como se nota, una descripción de “enajenadores” muy lejos de lo que hoy soporta la población.
Lo cierto es que la ausencia de defensas dispuestas por Omar invitaba a “colarse” casi sin esfuerzo y sin ensuciarse demasiado a los clásicos bailes de carnaval que durante décadas organizó, para esas fiestas, la Sociedad Española y luego el Club Barracas. Una o dos horas después de finalizados los corsos, cuando todos dormían en casa, el largo pasillo lateral se convertía en una pasarela por la que desfilaban decenas de personajes rumbo al muro del fondo, trasponían fácilmente el mismo y ¡ya estaban en el baile “como viniendo del baño”! Muchos de ellos con el correspondiente disfraz, pero la mayoría de “civil”. Mi viejo era muy estricto, y teníamos prohibido Juan y yo usar esa vía para acceder al bailongo porque, quienes oficiaban de taquilleros, rápidamente identificarían que no habíamos pagado la entrada. Ni que recordar su cara cuando alguno de los dos, por primera y única vez propusimos armar un “peaje” a mitad de precio para amortizar nuestra propia concurrencia: casi nos echa.
Una noche de luna llena, y no sé por qué razón mi hermano y yo nos habíamos ido a dormir temprano, quizá porque era domingo y al otro día debíamos madrugar para el Colegio. Era difícil conciliar el sueño, porque al volumen de la música se agregaba el sordo ruido de las corridas de los “colantes” una vez que habían traspuesto el portón de hierro de la entrada de autos. Ese portón tenía unas barras de hierro que remataban en una suerte de puntas de lanza (creo que hoy se mantiene igual ese cerramiento). De pronto se oyeron forcejeos y conversaciones apagadas que nos motivaron a levantarnos para observar desde la ventana del dormitorio a través de las mirillas de la celosía y no podíamos reprimir la risa al ver a “Poncho Negro” colgando de los fondillos de una de las “puntas de lanza”, mientras que un “indio”(Calunga quizá?) trataba de liberarlo con el menor ruido posible. Una escena fellinesca en la que sólo faltaba el fiel caballo “Satán”. Luego de divertirnos un rato al no poder zafar Poncho Negro de su comprometida situación, decidimos con Juan salir supuestamente alarmados y muñidos de la vieja escopeta “28” del viejo (sin cartuchos por supuesto). ¡Ay mamita!, Kalunga huyó despavorido, mientras el enmascarado justiciero gritaba: ¡no me tiren soy fulano, no me tiren soy fulano!! (un autentico predecesor de Giordano).
Se alejó cabizbajo el “jinete sin fronteras”, luego que lo ayudamos en el trance, prometiendo no repetir la experiencia. Una linda pintura de épocas que, seguramente, no volverán. Ojalá, sin embargo, que la Sociedad Española pudiera retomar los bailes de Carnaval, un “clásico” siempre esperado por aquellos años y que tanto bien nos hacía.-
Roberto Iguera
Bahía Blanca, 06/07/12

 

 


 

24 / V / 2012

 

TAMBIÉN SON ANÉCDOTAS

 

El último domingo de abril, vísperas de un feriado, nos convocamos en Necochea quienes transitamos el Instituto Excelsior cuando éste daba, trabajosamente, sus primeros pasos en la importante oferta educativa de un Colegio secundario para Juan N. Fernández.
He aquí los protagonistas de aquellos gloriosos años:
 

 

Si giramos en el sentido de las agujas del reloj, comenzando por la izquierda vemos a: Mirta, Maria Inés, María del Carmen (Pico), Roberto, Emilia (Chichita), Marta, Juan Carlos, Alicia, Cora, María Cristina y Mirta. De ellos (11), siete nos congregamos en el mencionado encuentro (un respetable 64 %), con el fin, como dice la tarjeta amorosamente confeccionada por las organizadoras, de celebrar los 50 años!! de nuestro egreso en distintos Colegios de distintas ciudades, ya que luego del Tercer año en el Excelsior y ante la finalización de la licencia otorgada por el Organismo de Control educativo, debimos emigrar hacia otros rumbos a continuar con el 4to y 5to años del secundario.
El restorán ubicado en el parque Lillo y posteriormente la casa de Mirta de la derecha, fueron los continentes de tan hermosa jornada. Creo que el número de presentes fue clave para el éxito porque, sabido es, cuando en una mesa hay más de cuatro, suele dispersarse la atención en pequeños grupos que, alternativamente, se integran para escuchar a quien refiere en algún momento algo que a todos interesa. Seguramente, entonces, debemos habernos interiorizado mutuamente de la vida de los otros con mayor intensidad con quienes teníamos enfrente o al lado y parcialmente con el resto. Ello, quizá, haya sido la causa de la firmeza con que nos prometimos repetir el encuentro, ¡ pero no con semejante espacio de tiempo por supuesto!
Fuimos desgranando múltiples anécdotas que sirvieron para consolidar recuerdos que cada quien tenía y otros no. Alternativamente, también primó el interés por saber cómo había andado por la vida cada uno de nosotros , la obvia referencia a la integración familiar y, en fin, la inmensa alegría de saber que todos los presentes se encontraban bien y complacidos de poder recordar esas viejas épocas. Por ese almuerzo y esa mateada de media tarde transitaron desde el Padre Juan y el Padre Rafael, dignísimos Directores del Instituto, hasta cada uno de los profesores que tuvieron que lidiar con nosotros; y ni que hablar de las tropelías cometidas por los más osados y también los más castigados, que no eran, precisamente , las adustas señoritas
Fue breve pero muy intensa nuestra relación en los años dorados de fines de los 50 y principio de los 60, y por ello dejé a cada uno un breve mensaje escrito como corolario de esas vivencias del que rescato sólo algunos párrafos: “A nosotros, de todas maneras, debe importarnos lo que, felizmente, pudimos vivir juntos en esa breve ráfaga de tres años antes de la diáspora inevitable del grupo, rumbo a nuestros destinos. ¿Cómo no recordarlos entonces con ternura si en ese enclave temporal descubrimos juntos la más hermosa etapa de la vida? Los primeros amores, las primeras desilusiones, las primeras sociedades de complicidad de género entre las chicas y los varones (calificación que debe quedar con nosotros por su lamentable desactualización); las primeras lágrimas emocionales, los primeros rigores docentes, el descubrimiento de rebeldías nuestras que portábamos y, sin embargo, desconocíamos y, en fin, la fatídica cercanía con la adolescencia responsable que hubiésemos deseado que no llegara nunca porque, quienes la conocían, nos contaban que su breve paso nos conduciría directo a la temida adultez, y de ese modo quedarían atrás todas aquellas maravillas que sin embargo no sabíamos apreciar pese a la permanente advertencia de nuestros mayores. Puede sonar presuntuoso, calificar de maravillosos esos tres años que estuvimos contenidos dentro y fuera del Instituto, pero válido a la distancia temporal porque con sus euforias y sus decepciones, fueron y serán para siempre una etapa de la vida irrepetible, digna de conservar en la memoria”
En fin, un regalo para el alma ese último domingo de abril.-

Roberto Iguera
23/05/2012
 

 

 

 


 

5 / V / 2012

 

"LA ESQUINA DE LA ESMERALDA"

 

 

A veces, también es necesario incentivar a la memoria para extraerle recuerdos de la época dorada, y algunas menciones de los amables cibernautas suelen despertar vivencias que creíamos perdidas. En estos días, por ejemplo, alguien hizo mención a la esquina de “La Esmeralda”, y si bien en otras intervenciones he llegado a nombrar lugares emblemáticos del pueblo, nunca me había detenido en ese punto geográfico. La esquina mencionada tuvo, efectivamente, un lugar destacado para los noctámbulos de aquella época. Claro que nadie la mencionaría si no es acompañada con los distintos grupos de “trasnochadores del estío” (si, efectivamente, era en verano que se podía “alquilar” la esquina para darle acabada terminación a las noches del Club, cuando nos rajaban por ser muy recreativos pero poco consumidores). Nadie supo explicar nunca el porqué de la elección de esa esquina, lo cierto es que “los chabones” (como ya le gustaba decir al cordobés Córdoba), recalábamos allí. Si me permiten yo quiero esgrimir algunas teorías “justificativas”:
- Si el mástil de la plaza es el centro geográfico del pueblo, de los cuatro vértices equidistantes, (con la vieja denominación) Casa Cappi, Casa Apud, Escritorio de Martínez Torres y La Esmeralda, ésta última era la más cercana al Norte (por la leve inclinación de la aguja magnética hacia el Este de ese cuadrado), y como el Norte siempre es el rumbo preferido de todos, allí nos agrupábamos, para la toma de energía diaria. Además, del Norte es el viento de los locos y en aquellos años todos éramos un poco locos.-
- Era, presumiblemente, la única esquina que guardaba prudencial distancia con los dormitorios de las familias normales (las que dormían), ya que nadie podía garantizar que no se elevaran algunos “sapucay”, producto de la sana ingesta de algunas cervezas de más y no queríamos escandalizar por razones obvias de mantenimiento del paradero.
- La probable equidistancia entre la esquina de marras y dos clubes activos (Fernandense y Defensores) y uno semiactivo (Barracas), reductos, todos, de nuestra contención en aquellos años (y como seguramente, seguirá siéndolo en la actualidad en mayor o menor grado).
- Y cerrando las teorías, la presunción de nuestra propia honestidad, al someternos, bien a la vista, al mandato “del rondín” que, a pie o en bicicleta, bajaba desde la antigua comisaría Martínez de Hoz al fondo, en su tranquila tarea de preservar la paz de la población por aquellos tiempos. Dicho sin rodeos, nos mandaba a todos a dormir luego de cambiar algunos saludos amistosos, porque era la autoridad el hombre pero no era tonto.
Alguien podría preguntar por qué no era el mástil el lugar ideal, y saben qué: éramos respetuosos de todo el cariño que se generaba en los bancos que rodeaban al monumento, justamente por la profunda penumbra del lugar que, por otro lado, no nos permitiría ir evaluando el deplorable estado de algunos hasta concluir en el efectivo traslado a la puerta de su domicilio y, en algunos casos, practicar un “rin raje” de emergencia, solamente por solidaridad y no para molestar a nadie.
La Esmeralda: si los lugares conservaran, antes que el viento ó el tiempo se las lleve, la enorme cantidad de palabras conteniendo sueños, ideas, propuestas, aunque también sandeces y manifiestos de descarte, rescataríamos, seguramente, material para más de una anécdota jugosa, que en todo caso, podría ser motivo de otra ocupación de este espacio. Por de pronto me ha hecho bien evocar tan sólo el lugar, porque no es frecuente que los escenarios nos despierten manifestaciones de nostalgia.-

Roberto Iguera
Bahía Blanca
 

 

 


 

4 / IV / 2012

 

"DÍA ESPLÉNDIDO...Y GANA BARRACAS"

 

Corria mas o menos el año 65 o 66, no puedo precisarlo, y an la famosa esquina de Tienda La Esmeralda, reunidos circunstancialmente dado la proximidad del partido del domongo de...DEFE Y BARRACAS, que tal ,un acontecimiento unico deportivamente hablando para los fernandeses, y como decia reunidos, cocane, jose marriezcurrena, menna, el corto corral y algun otro que me puedo olvidar.Todos opinando que iba a pasar con el resultado, quien jugara o quien no, llovera , habla sol, todo lo que podemos imaginar respecto del clasico. En eso toma la palabra cocane , que sabia mucho de meteorologia, y cuando empezo a opinar respecto del tiempo, todos hicimos un silencio sepulcral. Que dijo Cocane?..Vamos a tener un dia esplendido y por supuesto gana barracas, aunque no dijo el resultado.Que paso el sabado?..empezo a lloviznar a la mañana, siguio..siguio y cayeron nada mas ni nada menos que 104 mm, sin partido y creo que cocane no opino mas sobre el tiempo.
Agrego algo mas, era tradicional jun tarse a charlar en esquina de La Esmeralda, o no?.Jose Maria vos trabajas ahi pero igual participabas.
                                            Ruben Aranguren

 

 


 

22 / I / 2011

 

UNA LEONA SUELTA POR LAS CALLES DE JUAN N. FERNÁNDEZ

 

Transcurrían los últimos días de diciembre de 1953. Los arbolitos de Navidad ya tenían sus adornos esperando la Noche Buena. Hacía unos días se había instalado un circo en la esquina de las calles 26 y 35, donde hoy es el Banco Nación, pleno centro de la localidad.
Las jaulas de los animales estaban ubicadas atrás de la carpa y de vez en cuando los dueños o domador del circo dejaban pasar para ver a los leones que ni se inmutaban. Se los veía flacos y con poca energía.
Ese día las altas temperaturas dieron paso a una tormenta de verano que trajo lluvia a la región e hizo que la función de esa noche se suspendiera.
Pero algo iba a ocurrir, un capítulo muy importante del anecdotario fernandense se iba a escribir esa noche.
No se sabe con exactitud si ese mismo día o anterior, un empleado del circo, de apellido Puebla, fue echado por sus empleadores por motivos que no se supieron. Con domicilio en Benito Juárez, Puebla, no se fue a su ciudad, si no que se quedó esa noche en Juan N. Fernández. Aprovechando la oscuridad, el conocimiento de las instalaciones y la lluvia que hacía que la gente no saliera, cautelosamente, abrió la puerta de una jaula y la leona “Lulú” salió a recorrer el pueblo.
No se sabe quién la vio primero y dio aviso. A pesar que las comunicaciones no eran las de hoy, la noticia corrió como “reguero de pólvora”. Eran las 10 de la noche.
“Lulú” no se alejó mucho de su hogar temporario, si no que anduvo cazando en las calles cercanas. Fue así que a la altura de la calle 39, entre 26 y 28, una zona de terrenos baldíos, en ese entonces, se cruzó con un perro del cual dio cuentas y se lo comió.
En ese preciso momento, en la oscuridad de la noche lluviosa, pasó a pocos metros de la leona comiendo Manuel Pan Campos, padre de Rubén, quien iba apurado y preocupado por la salud de su hijo, internado en el Hospital y que muriera horas más tarde de tétanos. Después de enterarse por dónde había pasado explicó que le pareció un perro grande comiendo algo con hueso, por los ruidos que escuchó.
“Lulú”, a pesar del tiempo que llevaría encerrada no había perdido el instinto cazador y enfrente de la reciente víctima olfateó una presa mejor, más grande y sin posibilidades de escapar. Era en la esquina de las calles 26 y 39, un terreno baldío donde se levantaría tiempo después el nuevo edificio de la Escuela Nº 14. Ahí estaba “el campito”, llamado así por los chicos de esa época, donde tenían arcos para el fútbol y algunas hamacas. En ese lote de grandes dimensiones (cuarta manzana) guardaban una yegua tordilla la familia Apud, que tenían una frutería y usaban al animal para tirar un carro con el que iban a buscar la fruta y la verdura a la Estación cuando llegaba el tren.
El olfato, el instinto y seguramente el hambre del felino hicieron que sorteara el alambre olímpico que circundaba el lote y un portón cerrado. Según pudo saberse luego de observar la escena, la leona habría atacado al equino subiéndose al lomo del animal y dio cuenta de él rompiéndole el cuello.
Muchas fueron las personas que dijeron después, haberse cruzado con “Lulú”. Por ejemplo cuentan que “Quico” Cabrera se enfrentó al animal en la calle 26, en la vereda del Templo Parroquial. Joven y ágil, al verla, saltó las rejas del patio de la Iglesia y quedó allí hasta que lo ayudaron a salir, por la mañana.
Luego de haber saciado su añejo apetito seguramente necesitó descansar y buscó un lugar que se asemejara a su jaula. Por eso es que entró en el zaguán de la casa donde vivía la familia Gabino (37 e/ 26 y 28). Cuentan que Doña Magdalena escuchó los ruidos de las garras de la leona rascando la puerta de ingreso a la casa, adentro del zaguán y se llevó un mayúsculo susto cuando se encontró, a través del vidrio, con semejante “gatito”.
Esa fue la última travesura de “Lulú”. Allí la encontró Don José Barbieri quien, al igual que mucha gente, había salido armado a la calle en busca de la leona suelta, al igual que los dueños del circo. Barbieri la encontró echada en el piso y le disparó un tiro de su pistola que le dio en una de sus manos a la altura de la paleta. En ese momento llegaron también los propietarios del circo y pararon lo que hubiese sido la muerte segura de la leona. El domador trajo la jaula, la acomodó en la puerta del zaguán y comenzó a llamar al felino que, rengueando, se introdujo en ella. Eran las 4 de la mañana.
Quien sabe cuántas pequeñas anécdotas más se contaron acerca de lo sucedido esa noche de diciembre. La cuestión es que “Lulú” tuvo seis horas de libertad, quizás las únicas de su vida y fue la principal figura de esta historia que trato de relatar lo más prolija posible, para que permanezca fresca en el recuerdo y no se pierda adentro del baúl del tiempo.

 

                                                  Ricardo Basualdo

 

 Mi agradecimiento a Rubén Pan y José María "El Gallego" Orejas por haberme narrado esta historia con sus detalles.

 

 

 


 

 

16 / XI / 2010

 

ANÉCDOTARIO


AGRUPACIÓN FOLKLÓRICA
DE
JUAN N. FERNÁNDEZ

(1975-2010)


DEDICADO:
A todos los que hicieron estos 35 años.

    

                                Por Mariel Salvador

 

 

LEER COMPLETO AQUÍ
 

 


 

 

19-11-09

 

YA SE VA A SABER…

 

Me permito saltar la tapia con esta anécdota, que no es  precisamente de JN, porque con ella he hecho roncha en los más exclusivos mentideros por los que me ha llevado la vida. Pero además, aconteció en un pueblo chico como el nuestro, muy caro a mis sentimientos,  que se llama Copetonas, cuna de mi viejo, y actual locación de varios parientes. Estoy seguro que muchos lectores ya lo identifican, porque pertenece a Tres Arroyos, cuya radio, LU 24, creo que es muy escuchada en Fernández.

Tengo allí un primo hermano, Veterinario él, que es dueño de un pedazo de campo muy cerca del pueblo, y  que más allá de alguna aguada, molino y potreros no tiene población alguna. Por eso, un vecino de la sección quintas a cambio de algunos pesitos, le vigilaba la heredad, sobre todo de noche , ya que mi pariente solía tener esporádicamente algunas vaquillonas de engorde, que siempre son una tentación cuando no hay pobladores que vigilen. Don Zotillo, según cuenta mi primo, trabajaba durante todo el día en el pueblo y a la tardecita regresaba a su humilde pero prolija casita. Sobre una pared lateral de la misma acostumbraba a apilar, prolijamente, la leña proveniente de árboles caídos o que los vecinos le regalaban cuando el desrame, y que don Zotillo cortaba en trozos casi idénticos haciendo la provisión, con tiempo, para el invierno.

Lo cierto es que era tan prolijo que desde hacia un tiempito notaba que se le estaban llevando los troncos, y cuando mi primo se arrimaba a preguntarle como andaba, el viejo exponía su queja.

- Y dígame don Zotillo, Ud. no tiene idea de quien puede ser?

- Claro que sé quien se lleva mi leña!

- Y bueno, venga conmigo que lo llevo al pueblo y hace la denuncia en la Comisaría!

-¡No, de ninguna manera, ya se va a saber quien es!¡yaaaa se va a saber…!

Todos los días repetía lo mismo: ¡ya se va a saber!…y nada.

Hasta que un día, entrado el invierno, se escuchó una fuerte explosión y los vecinos que salieron al patio vieron como del techo de paja de un rancho a unos 80 metros de lo de Zotillo salía volando una cocina económica “Istilart” hasta alcanzar unos veinte metros de altura y caer en la calle.-

El viejo pícaro había agujereado un tronco y le había vaciado como cinco cartuchos de pólvora, tapándolo nuevamente con la misma viruta para que nada se notara.

Semejante atentado a la paz de la noche congregó prestamente a vecinos y curiosos, amén de la intervención policial de oficio, mientras el infractor alegaba desconocer qué había pasado, rascándose la cabeza  parado en la cocina, en el hueco donde hasta hacia unos minutos lucía la “Istilart”: demasiado verde la leña!, demasiado verde la leña!, repetía mientras era indagado por la autoridad.-

A todo esto, mi pariente recalaba en lo de don Zotillo: ¡vio don Raúl, se supo nomás!

 

Roberto Iguera

Bahía Blanca


19 / XI / 2009

Otra de “Patita”

BEBIDAS EXTRANJERAS, NO


 En otra ocasión teníamos que ir a cargarle trigo a don Luis Colantonio. Llevé a "Patita" y dos más, porque tenían que palear dos bases de silos, seguramente para desocuparlos para esperar la próxima cosecha.
El calor de los primeros días de diciembre se estaba haciendo sentir y para colmo eran las dos de la tarde cuando levanté al último de los tres.     Obligadamente el tema de conversación fue el verano, que en forma implacable se estaba abriendo paso entre los últimos días de primavera. Esa hora, para el trabajo, es complicada, porque recién se comió y porque si se saltea la siesta arremete la sed.                                                                   El que siempre tuvo la voz autorizada para demandar o pedir algo fue “Patita”. Una mirada cómplice entre el personal, que detecté inmediatamente, hizo que “el capataz” me pidiera: “Basualdito, vamos a lo de Doña Josefa, tomamos algo fresco y seguimos”. Doña Josefa Lértora tuvo un bar durante muchísimos años sobre la ruta, atendido por ella (desde que yo recuerdo) y lugar por donde solíamos pasar, cuando estábamos holgados de tiempo. Esta no era la ocasión. No recuerdo por qué, pero estábamos retrasados. Así que le dije que no, por este motivo y seguimos para el campo. Yo era un “pibe” de 16 ó 17 años, pero el respeto era mutuo y cada cual supo guardar su lugar en todo momento. De cualquier manera, la garganta seguía seca y pedía desesperada algo para calmar la sed. 
Llegamos al campo y don Luis tenía todo preparado para cargar su cereal. A “Patita” le llamó la atención que el dueño de casa tenía una cantimplora amarrada a su cintura. Por lo bajo me dijo: “Je, se ve que al patrón también le gusta el trago”. Tratando de minimizar su opinión le respondí que seguramente, lo que tenía en su caramañola era agua fresca, a lo que, en forma tajante, me aseguró que no. “Eso es vino, seguro”, me respondió.
Yo me olvidé inmediatamente de los comentarios y lo que hacía o dejaba de hacer el dueño del campo. Pero “Patita” lo estuvo observado en todo momento, mientras cumplía con su labor.
Al finalizar la agobiante tarea (para los paleros) vino la “refrescada”, unos minutos de descanso a la sombra de un hermoso monte de eucaliptos y la charla obligada entre el personal, don Luis y yo. Alguno se dio cuenta de la ausencia de “Patita” y nos preguntamos a dónde había ido. A todo esto, Don Luis estaba sentado en un tronco y se había quitado la cantimplora que tenía cuando llegamos. Ese detalle no pasó inadvertido por “Patita”, como así también dónde la había dejado. 
Comenzamos todos a buscarlo con la vista, cuando de pronto apareció, saliendo de un galpón cercano a los silos, con la cantimplora de don Luis en una mano y escupiendo “a diestra y siniestra” con claros gestos de una repugnancia colosal. El primero que largó la carcajada fue don Luis, porque lo conocía a “Patita”, pero sobre todo porque sabía el contenido de su cantimplora. Como descompuesto se acercó al grupo, su cara estaba desfigurada por lo que había tomado pero quizás más aún por el chasco que se llevó. Lo único que dijo, antes de subirse solo a la camioneta, entregándole el recipiente a don Luis y en medio de la risa de todos fue: “Tomá… dejate de Poca Cola”.

                                                 Ricardo J. Basualdo
 


18 / XI / 2009

Estimado Ricardo

Vos abriste el fuego luego de bastante tiempo. Ojalá se encadenen más anécdotas que sigan nutriendo el espacio.-

18-11-09


DORMIDO QUIZAS…Y DORMIDO NOMAS!

No debe haber cosa más reconfortante que las ruedas de mate o de café-mate en las que los contertulios desgranan anécdotas verídicas…y de las otras. Bah! Comienzan con las primeras y al rato se convierten en un inocente mentidero, para el deleite de la “rueda” que ruega en silencio que nunca se terminen. Es un producto genuino de los pueblos y del campo y de allí han surgido las más famosas y entrañables historias inmortalizadas en literarias ediciones. Todos recuerdan las historias de “Don Rosa”.

Con esto no pretendo encasillar la pintoresca anécdota de Ricardo, sino más bien confesar que logró inspirar a mi memoria , con algo parecido de lo cual fui protagonista, cuando siendo muy joven el tío Walter me confiaba el Jeep Ika y con la balanza ocupando casi toda la caja, yo recogía a la cuadrilla y partía, muy temprano, rumbo al campo a cargar bolsas en camiones. Mi misión era “calar” de tanto en tanto algunas bolsas y, por supuesto, pesar y anotar. Cuando hube de ponerme más canchero hasta adquirí la habilidad de rechazar algunas tandas por “gorgojo”.

Ese lunes de carnaval se me antojaba problemático, porque se suponía “cargado” de festejos hasta altas horas, y como , aunque parezca mentira, yo era muy responsable, a las cinco de la madrugada ya estaba haciendo la ronda para completar la plantilla. Venía bien, y sólo faltaba pasar por la casa del capataz, pieza imprescindible para la conservación del orden y la disciplina. Yo tenía buena empatía con “Juanete” (¿quién, entre los memoriosos, no recuerda a juanete?), y él se encargaba de mantener a raya a la tropa para que respetaran al “jefe”, tierno mote con el que me distinguían, en una mezcla de genuina ironía e inexistente distancia, pero de tibio respeto al fin. 

El hecho fue que, al igual que en el relato de Ricardo, “juanete” no estaba en la puerta a la hora señalada y no hubo más remedio que utilizar el odioso recurso del bocinazo. Como verán, el resultado fue parcial, ya que pudimos ver como corría presuroso hacia la bomba ubicada en el patio delantero, terminando de ajustar la faja a la bombacha bataraza mientras corría. Tardó un rato respetable en echarse agua en la cara ( en la tarea de tratar de despertarse bien, seguramente). Y luego se acercó a la camioneta, donde tenía asignado el asiento del acompañante, ensayando una suerte de disculpa y de protesta: “¡pero mire don que me lavé dos o tres veces y no haya caso que me pueda despejar!”. Recién ahí advertí el motivo de las carcajadas que provenían de la caja : “juanete” tenía puesta la careta de cartón con la cual había, seguramente, regresado de los corzos y dormido el resto de la noche.

No sé si el incidente habrá mellado su autoridad por mucho tiempo, pero el resto de ese día, les confirmo que sí.



Roberto Iguera

Bahía Blanca


14 / XI / 2009

DORMIDO QUIZÁS, “VENAO” JAMÁS

  Hoy tiene ochenta y pico y una vez por mes lo visito. Tiene la memoria tan fresca que sus recuerdos parecen de ayer. Los años le han hecho mella en su andar y le han plasmado en su rostro su sonrisa fácil, casi imborrable, sobre todo al apretar fuerte la mano de un amigo.

 “Qué hacés Basualdito”, me grita cuando voy llegando, haciendo gala de una vista envidiable. Casi siempre lo encuentro sentado afuera de su casa, al sol en invierno y a la sombra en verano, al lado de la bomba de agua, testigo clave de sus salidas y de esta anécdota.

“Patita” siempre fue laburador en tareas rurales, especialmente “bolsero” y “palero”. También esquilador, en aquellos años en que los chacareros tenían majadas de ovejas inmensas.

 Yo comencé a trabajar a los 15 años en la firma López, Pettorossi y Cía, de la que era su encargado en Juan N. Fernández el sr. Arturo Alonso, a quien le agradezco por todos los conocimientos que me enseñó y los favores que me hizo.

  Una de mis tareas, luego del primer año en que me desempeñé como cadete, era la de ir al campo a “recibir” el cereal que le entregaban a la firma. En esos años aún quedaban algunos chacareros que cosechaban en bolsas. Para esa tarea y para “palear” los silos, llevaba gente idónea. Dentro del plantel estaba “Patita” que, diría, fue, por muchos años, el emblema de mi personal.

Hombre acostumbrado al tinto y más que acostumbrado diría que ”aquerenciado”, ya que a cualquier hora le venía bien un buen vaso de tinto fresco.  Eran tiempos del orgullo de ser buen “piquero” (trabajador) y de no amilanarse por el madrugón, al contrario, el que se preciaba de tal, debía estar esperando afuera, cuando llegaran a buscarlo y por supuesto no estar “venao” o sea, en ayunas

“Patita” no escapaba a ese orgullo y siempre cumplía con el precepto. Me parece verlo:  Cinco de la mañana, camisa blanca, bombacha negra, gorro al tono, pañuelo al cuello, una bolsa bien doblada abajo del brazo, apoyado en el marco de la tranquera de su casa, esperando mi llegada. Como siempre, había un comentario de quien se levantaba antes y cuantas pavas de mate se habían tomado, entre el personal.

 Una mañana, como tantas otras, en la que ya habíamos pactado el horario de salida (alrededor de las cinco de la mañana), paso por su casa, ya con tres empleados más en la camioneta y “Patita” no estaba esperando. El “Uuuuhhh..” no se hizo aguardar entre la muchachada cuando no lo vieron acodado en la puerta, como correspondía. Le di dos o tres aceleradas y nada, “Patita” no aparecía. Comencé a tocarle bocina y al cuarto toque salió de la casa como ánima que se la llevaba el viento, agarrándose el gorro para que no se le vuele, con un mano y terminando de sujetarse el cinto con la otra. Lo que nos llamó la atención fue que no salió directo hacia donde estábamos nosotros, estiró su carrera hacia la bomba. Lo que pensamos todos fue que se iría a lavar la cara. ¡Qué equivocados estábamos! Metió un brazo adentro de la pileta de la bomba y sacó una botella de vino tinto, chorreando agua fresca, la destapó y “le pegó” 4 ó 5 tragos que le bajaron un cuarto al envase.  –“Ahora sí”- se escuchó. Apurado subió a la camioneta y antes que surjan las primeras cargadas por el apurado madrugón, nos miró con su ojeada pícara y su sonrisa única y nos dijo: -“Me van a agarrar venao y todo a mí, si”-

                                                                   Ricardo J. Basualdo


21 / VI / 2009

LOS BELLOS CARNAVALES


Muchas veces los argentinos no logramos entender el porqué de la modificación de las costumbres, sobre todo si esas costumbres se pierden sin razones que puedan ser percibidas. Los Carnavales son un ejemplo nostálgico de esos abandonos, a pesar que la legislación no ha modificado un ápice la asociación que el catolicismo mantiene de la cuaresma cristiana y solo ha suprimido el rojo de los almanaques pero sin suprimir la mención de los tres día en que cada año, cuarenta días antes de Semana Santa, corresponden a esta particular celebración. A pesar que podría encuadrarse en una verdadera fiesta pagana por su exteriorización, es definitivamente, de raíz cristiana, por su inescindible enlace con la cuaresma.
Pero más allá de cualquier disquisición filosófica, lo cierto es que su manifestación se ha perdido en muchos lugares donde años ha, era buenamente esperado por todo el arco comunitario. Las autoridades poniendo la logística necesaria para crear el escenario apropiado, llámese el colgado de guirnaldas, tendidos de luces multicolores cada 30 metros, de lado a lado de la calle, la anunciación del comienzo y finalización de los “corsos”, bomba de estruendo mediante, en fin, toda la parafernalia propia para asegurar el éxito de “las carnestolendas” que felizmente eran una cita obligada hace ya muchos años. Y si las instituciones ponían lo suyo, los actores, los eternos actores de la vida social, ponían el resto: su presencia, su alegría, su ingenio para enmascarar identidades, para construir hermosas carrozas alegóricas, para compartir dos o tres horas de supresión de toda diferencia, al mejor estilo de la semblanza de Serrat en su tema “Fiesta”, acertadamente traído a cuento por Ricardo Basualdo en esta página, cuando resume con esos versos nuestra íntima epopeya del Centenario , versos que comienzan: 

“Gloria a Dios en las alturas
recogieron las basuras
de mi calle ayer a oscuras
y hoy sembrada de bombillas”

No hay consuelo para quienes vivimos aquella bella época al comprobar que hoy la comunidad de Juan N. Fernández transcurre privada de tales fiestas anuales; por eso, y a riesgo de la posible indiferencia de algunos o el descarte liso y llano de otros, me gustaría revivir el recuerdo de aquellos días, que por haber sido trascendentes para mí, me resultan tan vívidos y seguramente lo serán para más de un lector.

Primero, recordar que JN, como todo pueblo en aquella época, tenía su infaltable “vuelta al perro” de los sábados y domingos vigentes en la primavera , el estío y la entrada del otoño. El circuito peatonal, básicamente se componía en aquellas tardecitas calurosas, a lo largo de calle 35 desde 20 (1er altavoz de “Radio publicidad Gerlig”) hasta la plaza (en la esquina de 24 y 35, 2do altavoz de la emisora). La gente podía, entonces, pasear y escuchar música y la profesional voz de Amalia con publicidades locales y comentarios varios. En aquel entonces, lo que hoy es una radiodifusora, era modestamente una “propaladora” –

Para transitar en vehículos, recreando eternas costumbres argentinas de todos los pueblos y ciudades, es decir observarse mutuamente entre quienes circulan y quienes están estáticos, dos eran los circuitos adoptados: un ida y vuelta por 35 entre 20 y 30 con giros en redonda en éstas dos últimas, o circular por 35 y 37 (en los actuales sentidos de circulación) enlazándolas con 20 y 30 ó 28. Todas doble mano, todas habilitadas para giro en “U”. 

Entonces, en ocasión de Carnavales, las “bombillas” se sembraban en 35 entre 20 y 28 y no estaba permitida la circulación de vehículos, salvo aquellos que pudieran traccionar las engalanadas carrozas que nunca faltaban. Estaba prohibido el juego con agua mientras las luces del corso permanecían encendidas, y primaba la alegría entre serpentinas y papel picado, en tanto que radio Gerlig extendía su transmisión de una hora diaria hasta que culminaba la fiesta de cada noche .Por fin, a las 0 horas en punto se lanzaba un bomba de estruendo con un pequeño mortero, y cinco minutos después se apagaban las “bombillas” habilitando, para quienes lo desearan, el juego con agua, por lo que, quienes estaban ataviados para el baile de Carnaval debían llegar presurosos a la Sociedad Española antes de esa hora so peligro de ser empapados por los transgresores de siempre. En una especial interpretación de la vigencia de la fiesta, las calles permanecían adornadas hasta 20 días, y los fines de semana se reiteraban los festejos y todo el mundo era feliz. 

¡Como me gustaría que algún vecino aportara, de tenerla, alguna fotografía específica de aquellos Carnavales de antaño para ser agregada a esta semblanza anecdótica! ¡Cómo me gustaría que alguien más desgranara alguna anécdota puntual referida a estas fiestas!. Seguramente yo volveré con alguna participación personal más adelante, sin rubores, sin falsos pudores, porque cada historia es, no me caben dudas, parte de la historia del pueblo y sus protagonistas. Sólo es cuestión de enriquecerla.
No podría ser de otra manera: de la bella época, los bellos carnavales… 

Roberto Iguera
Bahía Blanca


11 / IV / 2009

LA CASILLA BAMBOLEANTE

 

Ojalá no se apagaran nunca los ecos del Centenario y ocuparan los espacios más destacados de la página por mucho tiempo. Pero si así no fuera, deberíamos retornar a nutrir este esfuerzo de Ricardo con aportes a los distintos links que la conforman.

En esa inteligencia, va este aporte que se destaca por su absoluta vigencia, ya que lo acontecido data de la misma noche en que culminaban los festejos, y, como se verá, con algunos contertulios bastante heridos por los aportes licorosos que, con toda justicia, habían adobado sus humanidades. No era cuestión, para algunos, de irse a dormir frescos ante tamaño acontecimiento; más aún, lo hubiesen considerado como un agravio gratuito a los parientes que allí viven. En este último sentido nadie ha de dudar, entonces, de sus espíritus amplios y generosos (sobre todo generosos con la ingesta).

 

Para centrar adecuadamente los sucesos, digamos que mi hermano hubo de recibir y alojar la noche del 28 de marzo de 2009, a más allegados de afuera que la capacidad  disponible de su casa, pese a la derivación de parte de los visitantes hacia el campo de de su yerno Claudio. Y no se trató de economía, por cierto, pues bien sabido es que la fiesta colapsó la capacidad hotelera rápidamente, para regocijo de la población (y reconocimiento del dueño del hotel).

 

De todas maneras, el armado de plazas para dormir fue eficientemente resuelto por el anfitrión, recurriendo a una Casilla portante ubicada en la vieja carpintería, al lado del quincho, en el que también fueron ubicados algunos colchones. Porque Ud vio señora, Ud vio señor, los chicos no le hacen “asco” a nada cuando de dormir se trata. En la instancia, a uno de mis sobrinos de Tandil con su señora le fue asignada la mencionada casilla rodante, y así, ella, vencida por el cansancio habida cuenta de su dulce espera, se acostó temprano, en tanto que Fernando incursionó hasta tarde por la fiesta , y cuando algo “baleado” entró en la casilla y se sentó en la cama, la casilla (que no estaba amarrada y pivotaba sobre sus dos ruedas) cedió al peso del hombre y se inclinó, de modo tal que la puerta de acceso quedó ubicada en la parte más alta y la cama en la más baja, con lo que su señora rodó suavemente hasta quedar dormida casi sobre la ventana trasera y sin que se hubiese enterado, siquiera, de lo que sucedía. El causante, mientras tanto, gateaba aturdido hacia la puerta y cuando logró “saltar” afuera,  horizontalizó  el carruaje afirmando la lanza sobre un hueco de la antigua pared medianera de ladrillos desnudos. Seguidamente, accedió nuevamente al interior y, amén de observar que la dama había rodado en sentido contrario (siempre sin enterarse de nada), intentó nuevamente sentarse en la cama con lo que sufrió el mismo efecto que anteriormente: nueva inclinación, nuevo rodar de Magali, nuevo descenso para enderezar la bamboleante casilla. Optó entonces por ocupar un colchón del quincho destinado a su hermano, que aún vagaba por los festejos, calmando su sed, por supuesto, en cuanto stand visitaba (y algún que otro “boliche” camino a su albergue).

 

La cosa es que cuando llegó a su dormidero, en una conversación entre hermanos  no demasiado clara (y con seguridad  muy desopilante), Fernando le explicaba a Charly que no podía subirse a la casilla porque cuando quería acostarse ésta hacia “willy” y era muy difícil estabilizarla. El pobre Charly, que no estaba para comprender semejante delirio, ofrecía contrapesar el “subibaja” reposando en el otro extremo, pero ante la negativa de su hermano por razones de estabilidad estomacal, terminó durmiendo en el  sillón del living de su tía Mercedes, pero con destino final en su colchón cuando Fernando, acosado por los mosquitos (auténticos mosquitos fernandenses, no del dengue), decidió el trueque y lo guió dormido cual autómata de la madrugada por el largo camino hasta el quincho.

Apostillas de una noche “inolvidable”, largamente celebradas en el almuerzo del día siguiente con toda la familia. No fueron, de todas maneras, los únicos “adobados” y las imputaciones alegremente cruzadas prolongaron de alguna manera el clima festivo que primó en toda mi familia sin excepción en ocasión de La Fiesta.

 

Nota: Ante la genuina presunción de cualquier lector sobre adicciones a su majestad La Cerveza (o cualquier otra mezcla y /o especie bebible) de los protagonistas y el resto de los “afectados” de mi familia, convengamos que no hay tal, y que, el alegato de los que  pasaron por algún estado calamitoso fue que, precisamente, dieron rienda suelta al mandato de homenajear una celebración excepcional y que nunca lo hicieron ni lo volverán a hacer .-

Por mi parte, tienen el crédito concedido, ya que hace mucho que los conozco.-

 

Roberto Iguera

Bahía Blanca

agrimensura@iguera.com.ar  


25 / III / 2009

EL SAPO Y LA CULEBRA

 Já! Esta sí que desafía a mi memoria. Porque no tendría yo más de 8/9 años cuando sucedía lo que voy a contar relacionado con la fauna del titulado.

Los memoriosos habitantes del pueblo recordarán, a no dudarlo, la “Casa Prados”, un importante emplazamiento de “ramos generales”, precursor de las florecientes Cooperativas que llegaron más tarde. Allí, en ese complejo de propiedad de don Francisco Sánchez, se desarrollaban todo tipo de actividades relacionadas con la vida del pueblo y del campo. Se acopiaba y almacenaba cereales en bolsa, era almacén, bazar, ferretería, fiambrería, mueblería, corralón de materiales, maderera y, para resumirlo, lo dicho: “ramos generales”. Allí abrevaban los chacareros para proveerse de los insumos necesarios para su subsistencia, y se practicaba un solo balance anual, en el cual, después de la cosecha, se trazaba la raya  final de la “libreta” para poder sumar, y se cancelaban los consumos con lo producido  por el campo, parte de lo cual se entregaba en el escritorio de cereales,  parte en efectivo.

Mi viejo, Omar, pertenecía al staff de don Francisco y me contaba algo que hoy resultaría conmovedor y sorprendente: el crédito era “no avalado” y sólo consistía en la firma de la boleta. Nada de dejar el título de la casa o del campo para obtener crédito hasta de un año. También cualquier vecino compraba “al fiado” con cancelación mensual de la libreta. épocas de no creer, en la que se verificaba a diario el remanido aserto de que las palabras se sellaban con un apretón de manos. Todo lo que sucedía tenía como escenario un enorme salón , área en que transcurría la parte comercial del almacén . Este salón tenía cinco enormes vidrieras a la calle, dos por calle M. De Hoz (hoy 35) y tres por A. Del Valle (hoy 28), para usar la vieja nomenclatura, que es cuando existía “Casa Prados”.

La licencia de haber contado un poco más de lo debido, viene, con las disculpas del caso, a plantear un escenario para la anécdota, y de paso recordar gloriosos días de paz y de trabajo bajo la égida única de los propios habitantes.-

Pero vayamos a la anécdota. Omar pegó durante la semana cartelitos en esas vidrieras anunciando un espectáculo exclusivo para pibes con entrada libre y gratuita frente a una de los mencionados escaparates, a llevarse a cabo durante dos sábados consecutivos (en realidad era uno, pero el éxito posterior decidió el “bis”).-

El día de cada evento el, aviso rezaba:

                                               HOY- GRAN COMBATE- HOY

                                                   EL SAPO vs. LA CULEBRA

                                           A LAS 15 HS –LIBRE Y GRATUITO

                                               APTO SOLO PARA MENORES

 El día del evento, los pibes se sentaban en rueda sobre la vereda  a la manera de disponerse a presenciar un  teatro de títeres y, a la hora señalada, comenzaba a levantarse lentamente la cortina metálica del escaparate elegido (que previamente había sido prolijamente desocupado) y se veía una suerte de ring enmarcado con alambre tejido muy fino de cierta altura (o,50 mts). A continuación mi viejo depositaba en la “cancha” un sapo regordete de respetables dimensiones y una víbora culebra que también tenía lo suyo en cuanto a tamaño. La incógnita era entonces si pelearían, y si lo hacían quién vencería a quien.

Pasados unos minutos la culebra comenzó a perseguir al sapo propinándole estiletazos con su lengua aunque sin poder alcanzarlo, merced a los ágiles saltos del batracio para escapar del peligro. Todos descontábamos un inminente desenlace a favor de la agresiva culebra, pero luego de un buen rato de persecución, de pronto, el sapo comenzó a girar alrededor del ofidio dejando a su paso claramente una “baba” que terminó por rodear totalmente  a su oponente hasta inmovilizarla, producto vaya a saber de qué contenido de su saliva, que impedía al ofidio no solo moverse sino también escapar de ese ruedo maquiavélico instalado por el adversario. Allí terminaba el “match” sin que ninguno de los bichos sufriera males mayores porque eran prestamente separados por “el arbitro” (mi viejo).

Parece poca cosa lo relatado, pero amén de la sorpresa de los chicos, sus gritos y su inclinación por alguno de los contendientes, el evento dejaba un temprana enseñanza sobre nociones de biología que, vaya a saber, quizá alguno de los allí presentes pudo haber capitalizado como vocación para su futuro. Por eso me gusta rescatar la actitud de mi viejo, que quizá haya observado alguna vez en el campo un enfrentamiento similar y tuvo la imaginación suficiente para trasladarlo a un improvisado escenario para poner en imágenes reales a la naturaleza misma. Hoy, esto mismo, debe ser habitual a través de videos que muestran cosas más tremendas y crueles entre los animales, y que está bien: el equilibrio biológico es tal desde que el mundo es mundo.

Es una anécdota más, con las que quiero “pintar” al pueblo y de paso recordar algo de lo que allí sucedía hace tantos años… 

 Roberto Iguera

Bahía Blanca


10 / III / 2009

En primer lugar quiero recordar a una persona que casi no conocí, porque era muy pequeña cuando falleció; mi abuelo Folmer, ya que mi padre me hablaba siempre con admiración de él por su generosidad. No tenía mucho dinero ni posesiones, pero cuando un niño iba a pedirle una ayuda o limosna. él no le daba dinero síno que tenía tarjetas con su nombre y sello y con estas autorizaba a quien le pidiera a comprar pan en la panadería de Menna y luego pagaba a fin de mes. Así evitaba que los padres gastaran su colaboración en otra cosa.
 
                                  Mirta Inés Taarning
 
Esta anécdota me lleva también a los días de mi niñez en la casa que alquilabamos frente a las vías, a una cuadra del paso a nivel. Eramos vecinos con los Colantonio y en total eramos 8 chicos de edades afines. Los vecinos eran 3 varones y una mujer, nosotros eramos dos y dos. Los tres vecinos y mi hermano mayor eran MUY unidos en las travesuras y mamá y la vecina a veces aplicaban correctivos. Una vez ésta última encerró a sus hijos en el garage y mi hermano hacía lo imposible por comunicarse con ellos a través del paredón. Querían hacer un agujero en el mismo. mi hermano tenía que golpear con un objeto (creo que era un hierro) y sus amigos le indicaban donde golpear. ¿Cómo terminó? Con la llamada urgente de la vecina a mi mamá para que viera lo que habían hecho. Los golpes, lejos de hacer un agujero en el garage, rompieron la pared y los azulejos del baño y los escombros cayeron en la bañera que estaba llena de ropa en remojo. ¡Qué puntería para los golpes! Mi recuerdo en estas l.ineas son para los que ya no están; mamá, papá, los vecinos Leonor y José, su hijo José y mi hermano Enrique.

08 / III / 2009

EN ESTE VERANO LLEVE MI HIJO MAS CHICO AL CIRCO Y ME ACORDE DE MIS TIEMPO CUANDO LLEGABA UN CIRCO A FERNANDEZ ERA TODA UNA NOVEDAD SE AGRANDABA LA VUELTA DEL PERRO Y ESTO PASO:

 ESTABAMOS CON SERGIO MENDEZ EL VASCO TRUEBA EL NEGRO CASALINI Y OTROS MAS Y HABIAN SACADO UN MONITO MIENTRAS
ARMABAN LA CARPA Y TODOS LOS CHICOS LE TIRABAN CARAMELOS EL MONITO RECHOCHO.
LO APLAUDIAN TODOS , EN UN MOMENTO EL NEGRO CASALINI TENIA PASTILLAS MENTOLIPTUS LAS Q TENIAN EL POLVITO ESE PICANTE Y LE TIRO UNA ,,HAY ESE MONITO COMO REFREGABA LA LENGUA EN EL PISO .. AHORA ME DARIA LASTIMA PERO SON ANECDOTAS DE PUEBLO Y CUANDO UNO ES CHICO... TENGO MUCHAS MAS UN SALUDO GRANDE Y NOS VEMOS EN LOS 100 ...

                                                                       PINOCHO DEIBE


24 / II / 2009

OTRA QUE MAC GIVER

  Eran los tiempos en que un almacén, tenía mesa para tomar unas copas y también jugar al “truco” o a “la loba”. Eran los tiempos que la Confitería Yapeyú albergaba a numerosos parroquianos a diferentes horas y por diferentes motivos. A saber: a la mañana temprano, a desayunar. Algunos un café otros una grapa o ginebra. Antes de almorzar, el clásico Cinzano con “manices” (la palabra maníes no pega con la época ni con la situación). Luego del medio día, el café, otros el vino de sobre mesa y las clásicas mesas de “barajas”. Por la tarde y la noche, similares situaciones a las ya planteadas.

  Estas dos anécdotas, del mismo personaje, me las contó Rubén Cantón, memorioso de aquellos y contador único de este tipo de relatos. Además de vivirlas, compartió, con nuestro personaje, la vida misma.

  Nuestro primer actor tenía un apodo que, aquel que no conoce la idiosincrasia del pueblo y sus habitantes, lo consideraría peyorativo. Tenemos muchos ejemplos de ellos. Son sobre nombres que tuvieron un origen familiar, amistoso, desde chicos, por algún motivo especial y perduraron en el tiempo. Le decían “El Teta”. Tenía una personalidad muy amistosa, muy “amiguero” y sobre todo le gustaba mucho jugar a las cartas. También, al no tener un trabajo fijo, era muy común que anduviera corto de plata, por no decir “seco, como parto e’ gallina”. Pero lo que más se destacaba de su personalidad era su audacia.  Estas tres condiciones alineadas daban como resultado una peligrosa mezcla de cuidado, sobre todo para quien compartiera una mesa de cartas o para quien le diera “fiado”.

  El primer episodio lo pone al “Teta” como deudor incobrable del almacén de don Irineo (*). Almacén que contaba con dos o tres mesas para tomar las copas o para jugarse una partida de naipes. Quedaba en una esquina. Le había sacado fiado por seis meses y cuando el almacenero se le puso firme y le exigió el pago, se retiró del lugar. Es más, para no pasar por la calle del almacén de don Irineo (*), daba la vuelta de la manzana.

  Un día, salió publicado en una revista “a color” la cara del nuevo billete que se había puesto en circulación. Era de tamaño, color y formato exactamente iguales al corriente, de la mayor denominación. Como si hoy fuera el de $ 100.- con la cara de Julio A. Roca, pero con mucho más poder adquisitivo.

  Al verlo, “El Teta”, urdió un plan muy astuto, pero no para pagar su deuda a don Irineo (*), justamente. Recortó prolijamente la foto del billete, lo dobló a lo largo en tres o cuatro partes, de tal manera que se pudiera identificar claramente que se trataba del billete del máximo valor de la época. Una vez doblado lo pasó por encima de su dedo mayor de la mano izquierda y los extremos le quedaban en la palma de la mano. Agitando su mano, como descuidado, entró al almacén de don Irineo (*), luego de más de un año sin pasar siquiera por el frente del negocio y saludó muy suelto de cuerpo. Al cordial saludo del “Teta”, le respondió un seco y desafiante –“Qué querés, Teta”- de don Irineo. En ese momento, el ofendido almacenero se percató del billete que traía enroscado en el dedo su deudor pero ya era tarde para cambiar su primera actitud.

  “El Teta”, lo supo y usando un tono amable y entrador, le dijo que quería hacer algunas compras, porque se tenía que ir al campo por unos días, mientras no dejaba de agitar su mano en la que tenía “el billete”, como aquel hipnotizador que agita su medallón para adormecer a una persona.

 Don Irineo (*) no quedó hipnotizado, pero sí fascinado con la idea tácita de cobrar su deuda. Así pues, su tono de voz cambió rotundamente por uno más afable y cordial. –“Qué vas a llevar Raulito (*)”- Ya no era más “El Teta”, ahora, con ese billete entre sus dedos y la futura compra, era “Raulito” (*), su nombre de pila, en diminutivo.

  “Con el chivo en el lazo”, el Teta, le pidió fideos, arroz, vino, verduras, frutas, etc, etc. La caja de cartón que estaba en el mostrador estaba llena con suficiente mercadería como para un mes. Don Irineo (*) entusiasmado le siguió preguntando: -“Qué más?”-

El Teta ya llevaba todo lo que quería o mejor dicho todo lo que podía, así que puso en marcha la etapa final de su plan.

-“No, nada más. Ah, sabe qué, don Irineo (*), me acordé que tengo que llevar un litro de querosén para la lámpara de la casilla y no traje envase”- le dijo en tono más que convincente.

-“No te hagás problema, Raulito (*), yo te presto una botella que tengo en el patio. Voy a buscarte el querosén y hacemos la cuenta”-

  No lo sabemos, pero seguramente, como buen “bolichero”, don Irineo, ya tendría la cuenta sacada de la compra, más el cobro de su deuda. Quién sabe cuántas cosas más habrá pensado en esos dos o tres minutos que tardó en llenar la botella de querosén y llegar al negocio. Seguramente muchas, pero nunca que el Teta se le había ido con la caja de mercadería, su billete y sin pagarle la deuda.

 Otra de “El Teta”

 Una tarde / noche, en la Yapeyú, se había formado una mesa de loba, de cuatro, de la que participaba nuestro personaje. La cosa era por plata, pero en la mesa se veían sólo porotos. Al final de la juerga, se arreglaban los tantos, de acuerdo a la cantidad de porotos ganados y perdidos, los cuales tenían un valor.

  El Teta venía perdiendo más que los indios en las películas de Jhon Wayne. Lo peor, que ya estaban por terminar y no tenía un centavo. ¡Se había puesto a jugar sin plata!

  Se le venía la maroma y no había forma de salir pues la suerte le era esquiva todas las manos. Pero, para el audaz, nada es imposible. Ya cuando nadie parecía ayudarlo, se le paró atrás un parroquiano asiduo concurrente de las mesas y conocido por todos. Al verlo, el Teta le pidió un favor: -“Me hacés una gauchada, Gordo?”- A lo que su “pato” (así se le dice a los que miran detrás de los jugadores) le respondió que sí. –“Seguime la mano un cachito, que voy al baño”-, le pidió más que convincente, aduciendo que hacía varias horas que estaba sentado y ya no daba más.

  No sabemos cómo terminó la mesa, quién ganó y quién perdió. Lo que sí sabemos que, el o los que ganaron, no cobraron porque el Teta, se escapó por la ventana del baño y por los techos de la confitería.

  También que el pobre Gordo, comedido, quedó pegado de la jugarreta de su amigo, porque nunca terminó de convencer al resto de la mesa que era inocente de la trapisonda del Teta.    

(*) El nombre fue cambiado por uno ficticio.

                                                         Ricardo J. Basualdo


17 / II / 2009

ATENTADO ECOLÓGICO INIMPUTABLE

 Correrían los últimos años de la década del ’70 o quizá primeros de la siguiente y no viene al caso precisarlo. Lo cierto es que el cónclave familiar era completo y, que yo recuerde, no faltaba ningún descendiente de las familias Andreasen e Iguera: dos pichones de Graciela, dos de Josefina, tres de Juan Carlos, tres de Norma y, en ese entonces, dos míos. Doce pequeños depredadores, todos juntos, demasiada mezcla explosiva como para que el día terminara sin novedades.

Pero antes de disparar la parte jugosa de la anécdota, situemos el escenario del evento: mi casa de calle M. de Hoz, casona emblemática del pueblo, no porque haya sido de mi familia, sino porque (esto es una opinión personal) es, seguramente, parte del patrimonio arquitectónico de JNF, por haber sido construida nada menos que por la fundadora del poblado y donante de nuestra Iglesia. En su pequeño jardín delantero, esa casa lucía un ejemplar de palmera bien exótico para la zona, de procedencia quizá tropical, hermosa y decorativa. que no recuerdo haber visto otra igual por allí. La característica más saliente del árbol en cuestión era la absoluta verticalidad de su desarrollo y su llamativa altura, merced al poco diámetro de su tronco. Y otra curiosidad (si así se puede tildar) era que desarrollaba su copa en el extremo superior, dejando, en su crecimiento, envuelto el tronco en una suerte de “estopa” vegetal reseca y muy difícil de extraer. Las hojas de la mencionada copa habían alcanzado la altura de la ventana del primer piso y, arriesgando palabra de agrimensor, no serían menos de 5 metros.

 La cosa es que Alejandrito, uno de los mellizos de Juan ( a la sazón ahijado mío, por eso no lo ajusticié ahí nomás) andaba necesitando experimentar con una caja de fósforos que se había agenciado, y se le ocurrió encender la “estopa” a la altura de sus manos, contando para ello con la anuencia del resto de la “claque” de enanos malditos que esperaban ansiosos algún resultado impactante. Y vaya si lo obtuvieron: la “estopa” vegetal se encendió cual mecha de un cartucho de dinamita (pero con mucha más velocidad) hasta llegar a la parte verde, donde se estacionó el incipiente incendio que hubo de ser atendido prestamente por todos los que, en el interior de la casa, disfrutábamos de la sobremesa sabatina del almuerzo. Cadena de baldes de agua por la escalera interior, para evitar que el fuego tomara las persianas de madera y luego ganara el dormitorio comprometido. Improvisado cuerpo de bomberos (hombres y mujeres), en denodada tarea de extinción, mientras alguien gritaba ¡que no escape! ¡que no escape!, ya que el pirómano había  ganado la vereda y, como se decía en la época, no quería lolas con el asunto.

 Y si, fue un atentado ecológico inimputable  por la pérdida, con el tiempo, de semejante ejemplar y porque “el nene” “no podía comprender la ilicitud de ese hecho punible”,  diría hoy su prima sicóloga en el supuesto de una tardía defensa del pequeño reo.

Cuando no hay tragedias, la ternura puede ganarle a la nostalgia, y, sobre todo los padres, suelen henchirse expresivamente: ¡que los tiró estos pibes, redoblan la audacia que nosotros creíamos tener!, sin advertir que, en realidad, es una cuestión de genes, y como, dice mi señora, “los genes no perdonan”.-

Roberto Iguera

Bahía Blanca


17 / II / 2009

Ricardo :
 
Me parecio una idea brutal la del anecdotario, ya que entiendo, habra muchos quienes tendran historias inolvidables para movilizar nuestros recuerdos y nuestra nostalgia... Historias tan valiosas como las que envia Roberto Iguera, que indudablemente es un exquisito narrador y sin lugar a dudas un memorioso de aquellos.... Me gustaria, por supuesto con muchisima menos vena literaria, contarles una anecdota de aquellos años gloriosos, y que para darle una introduccion yo la llamaria :

EL PAVO DEL DIPUTADO                                         

 
 
Situamos la historia aproximadamente en el principio de la decada de los setenta, cantina del club Fernandense, un lugar cargado de historias, de vivencias, de bohemia, un lugar donde aprendi de la broma y la "cargada" pero tambien de la charla seria y profunda, donde aprendi que existian codigos y se respetaban, aprendi en esa universidad de la vida del enorme valor de la amistad, cosa que cargo en mi mochila hasta estos dias...
Y volviendo a la historia...Habia nacido en una mesa de ese "templo" una extraña e insospechada alquimia que era una fuerte amistad entre cinco chiquilines, que por ese entonces andarian por los 15, 16 o 17 años y la de un famoso peluquero de unos cuarenta o cuarenta y pico de años, por esos tiempos un "hombre mayor"...
Entre los corrillos de todos los dias trascendio que en el fondo del club, el cantinero Pintos estaba dandole los ultimos retoques alimenticios a un pavo seleccionado especialmente para agasajar a importante diputado que llegaria al pueblo en visita oficial...
Imaginemos que el arribo se produciria un dia Viernes, el plan comenzo a urdirse el lunes anterior, cuidando y midiendo minuciosamente cada detalle, por supuesto todo bajo las ordenes y la supervision del jefe de la banda, "Fierr..., perdon el peluquero....
El dia D, Jueves por la noche, en medio de una total normalidad, el peluquero se encamino en direccion al baño, pero siguio sus pasos hacia el gallinero y con una calma absoluta y denotando un llamativo profesionalismo, tomo silenciosamente al pavo y se lo entrego sobre la tapia a un integrante de la "banda" que esperaba y que amparado por la oscuridad lo llevo a su casa para sacrificarlo....
El pavo termino en la parrilla del fondo de la peluqueria que estaba pegada al Cine Lourdes, compartido por todos los integrantes de la "asociacion ilicita" ... El revuelo al dia siguiente fue monumental, ya que el diputado debio ser agasajado. de apuro, con pollo y ensalada rusa...Pero la "banda" evitando cualquier tipo de sospechas, compartio rutinariamente la charla habitual en la misma mesa de todos los dias... Y le agregaron un toque mas de audacia a la operacion,
 
En el mismo lugar donde el pavo vivio sus ultimas horas, dejaron una bolsa con sus huesos, restos de la comilona, con una emotiva nota de agradecimiento para el cantinero....
 
Un fuerte abrazo....Saludos 
 
Jose Maria Mariezcurrena -  San M. de Tucuman - Josemmtuc@gmail.com   

5 / II / 2009

Dedicado a Ángel Pérez, ex Jefe de Correos y amigo.

 MECÁNICA LIGERA, QUE LE DICEN

   La tradición oral para los pueblos es, sin lugar a dudas, la forma más veraz y honesta de seguir sus costumbres. También los relatos de las historias que se vivieron, que se conocieron, merecen seguir en la boca de todos por la riqueza que contienen sus detalles. Una historia de un suceso en particular no se circunscribe únicamente en el hecho, sino también en los pormenores de su época, en lo pintoresco de sus personajes. En conclusión, una simple historia que sucedió en un pueblito, es nada más y nada menos, que un pedazo de vida de aquellas personas que lo hicieron real.

  Esta historia no la viví, mas la escuché en muchas oportunidades con diferentes detalles, pero siempre con los mismos personajes, respetuosamente hablando.

  Me voy a quedar y voy a intentar narrar lo mejor posible la versión de ángel Pérez, el jefe de Correos y a quien le dedico, humildemente, esta anécdota.

  La prosperidad en Juan N. Fernández era tangible, sobre todo los primeros 50 años de vida. No tanto por la riqueza de sus pobladores sino por el patrimonio del lugar y por el porvenir de la zona. Pero igualmente, había gente que ya tenía dinero, propio de su trabajo y de sus propiedades.

  Nuestro primer actor de esta anécdota fue un señor muy respetable, honorable y de mucha influencia en el pueblo. Tenía campo y un próspero negocio en el pueblo. Lo vamos a llamar “Don Agustín” (*).

  Don Agustín fue uno de los primeros en adquirir un auto 0 km, en Juan N. Fernández. Aquí se diferencian las versiones entre un Chevrolet modelo 40, una Ford A o un Playmouth. Nosotros nos vamos a quedar con que nuestro anfitrión adquirió un Chevrolet último modelo, negro, brilloso, que causó asombro de todos los vecinos que acudían a admirar la máquina y a felicitarlo.

  Don Agustín, con su orgullo a flor de piel, se paseaba por las incipientes calles del pueblo no descansando en saludar a todos, sombrero en mano. Empero había un detalle que no le gustaba y lo guardaba como un íntimo secreto, al menos, el primer tiempo: le perdía aceite. Una gota de aceite, era el rastro que dejaba su flamante auto cada vez que lo estacionaba o lo guardaba en su galpón.

  Lo primero que hizo es reclamar en la agencia. Allí lo llevó en varias oportunidades, pero la gota seguía apareciendo después de estacionar su auto.

  Cansado de viajar, dejarlo en la agencia y que nunca le solucionaran el problema, acudió a otros mecánicos de la zona. Cada cual le daba un diagnóstico diferente, lo atendían, le cobraban y la porfiada gota se resistía a desaparecer. Tal cual la tortura china, de la gota de agua en la cabeza, esta gota de aceite, inclaudicable, no cedía ante el accionar de nadie. A Don Agustín ya no solamente lo tenía desmoralizado esta situación, sino también, era una realidad la cantidad de dinero que había gastado sin que le solucionaran este inconveniente.

  Nunca había pensado que un mecánico fernandense le iba a atender su vehículo. Primero porque al ser nuevo no iba a tener problemas y también porque iría a recurrir a la agencia ante cualquier inconveniente. Pero había tocado fondo en una situación que no le pudieron solucionar los mecánicos más afamados de la región. 

  En Juan N. Fernández los “vaquianos” mecánicos de esa época, eran pocos y se dedicaban a maquinaria pesada. Pero había uno, en particular, que se las arreglaba para hacer mecánica en general. Lo único, que la fama de su honestidad como profesional de los “fierros”, no era óptima. Este detalle no era desconocido por Don Agustín que acudió a él a comentarle el problema.

  Luego de un pormenorizado relato de todos los caminos recorridos, los diagnósticos obtenidos y la falta de soluciones para su problema, le preguntó al mecánico si se animaba a darle una mirada a su auto y tratar de arreglarle la obstinada pérdida de aceite. La respuesta afirmativa surgió de inmediato, ante la fascinación del dueño del vehículo. Cuando salió del asombro, le puso una condición, por la cual se aseguraba no pagarle si no le arreglaba el problema: “Si en una semana no me pierde, vengo y le pago”. Un fuerte apretón de manos selló el pacto de caballeros y Don Agustín, dejó su auto, con una mezcla de duda, asombro y desconfianza.

  Al día siguiente ya estaba listo. Cuando llegó el acaudalado propietario, vio a su coche parado en la calle, imponente y escuchó: -“Ya está. Era una pavada. Llévelo y dentro de una semana me cuenta”-

  A la mañana siguiente, quizás antes de lo acostumbrado, Don Agustín fue hasta su galpón, corrió el auto y, para su incredulidad, la mancha no estaba. Aunque no quiso hacerse ilusiones, porque en otras ocasiones la rebelde gota apareció dos o tres días después, el optimismo le había comenzado a ganar a la desazón.

  Pasaron dos días, tres, cinco, ocho y la mancha no aparecía. Al octavo día, por la tarde, incrédulo, asombrado y agradecido, estrechó la mano del mecánico, lo felicitó por su labor, le pagó por su trabajo y le dejó unos pesos más como recompensa a su notable trabajo.

  Los días fueron pasando y la rebelde pérdida de aceite ya estaba por caer en el saco de los malos recuerdos cuando una mañana, al sacar el auto y mirar, ahí estaba de nuevo. ¡No! ¡Otra vez! Seguramente habrá pensado eso nuestro pobre Don Agustín. Pero si le causó esa reacción ver a la mancha nuevamente en el piso, cómo le habrá caído cuando llevó su auto a una fosa, lo miró por debajo y comprobó el arreglo que le había hecho el mecánico de su pueblo? Ahí estaba, un tarro, prolijamente amarrado con alambre que fue acumulando las gotas por veinte días, hasta que rebasó.

(*) El nombre no es los real.


5 / II / 2009

 OPERADORES TELEFÓNICOS, ERAN LOS DE ANTES Y ABONADOS, TAMBIÉN.

   Seguramente, a la actual generación, cuando le cuentan cómo nos comunicábamos hace treinta años (no es tanto tiempo, che!), creerán que es ciencia ficción al revés o directamente harán una comparación con la época de las cavernas. Claro, no es para menos. Hoy los teléfonos celulares con sus mensajes de textos, los mails y todo lo demás, son la antinomia de aquellos tiempos que, para hablar por teléfono a Buenos Aires, por ejemplo, con mucha suerte había unas cuantas horas de demora o directamente, “servicio condicional”, o sea no se sabía si la comunicación se iba a concretar, a qué hora y en qué momento.

  Efectivamente, yo trabajé nueve años en la E.N.Tel. (Empresa Nacional de Telecomunicaciones), además de ser hijo y hermano de telefónicos.

  Las microondas no existían, el vínculo para las comunicaciones era el cable de cobre y en un momento comenzó a tener un valor importante (el cobre), por lo tanto, los indeseables de siempre, lo robaban y nos dejaban incomunicados por varios días.

  En el orden local, el sistema era totalmente “manual”. El usuario (abonado) para efectuar una llamada debía descolgar el tubo, dar vuelta la manija varias veces (el magneto) y de esa manera, en la central telefónica caía una chapita (indicador) que señalaba qué abonado estaba llamando. El operador, se conectaba con el abonado llamante y le preguntaba: - “¿Número?” –  a lo que el usuario le podía pedir un número local o uno de larga distancia.

  Se podían dar muchas más alternativas entre el usuario y el operador, pero lo que quiero rescatar aquí es un hecho verídico que ocurrió entre un usuario y una operadora que resultaba bastante antipática para algunos. Esta operadora en cuestión tenía la fama (yo no lo puedo atestiguar) que tardaba mucho, mucho tiempo en atender y esto era motivo para que recibiera muchas quejas y que en el pueblo se supiera que, si estaba ella de turno, las comunicaciones iban a costar más de lo normal para poder realizarse.

  Una mañana, un abonado que atendía una oficina de cereales, complicado con los avatares del negocio de los granos, necesitó hacer una comunicación rápida. Levantó el tubo y llamó (dio vuelta el magneto varias veces). Espera unos cuantos segundos en ser atendido y como no lo es, repite la operación. Encerrado en su oficina privada, urgido por la necesidad de comunicarse y sin ser atendido por la operadora comienza a “levantar presión.”.

 El primer improperio de este abonado se escuchó mientras daba vuelta el magneto por quinta vez, al tiempo que aseguraba que estaría de turno la operadora en cuestión. Cuando ya tenía el brazo y la mano cansados de dar vuelta la manijita y la paciencia estallando por sus poros por no ser atendido, comenzó a oírse una seguidilla de incalificables malas palabras con nombre y apellido de la operadora que suponía estaba de turno y no atendía. Sin más paciencia y luego de colgar el tubo de la misma manera que un hachero deja caer su herramienta en un tronco de quebracho, se cruzó al negocio de enfrente para intentar que lo atiendan.

  Ni bien llegó al negocio, su propietario no tuvo más que verle la cara para darse cuenta que, su vecino, estaba pasando por un momento de mal talante. Casi sin pedir permiso toma el teléfono y le da vueltas a la manija como si estuviera picando la carne para hacer chorizos, con la seguridad que le iba a pasar lo mismo que en su oficina. O sea, que la operadora no lo iba a atender, asegurando, también, que estaría haciendo cualquier cosa menos trabajar.

 Ni bien deja de dar vuelta el magneto por enésima vez, descuelga el tubo y se lo pone en el oído. Inmediatamente y para su enorme sorpresa, la operadora en cuestión le pregunta: -“¿Número?”- Con total incredulidad pero con la bronca que había acumulado en su oficina por no haber sido atendido, le hizo su reclamo airadamente, pero sin los improperios que le había dedicado hacía unos minutos. El diálogo que se suscitó fue más o menos el siguiente.

Abonado: -“Señorita, estoy llamando desde el número 555(*), desde hace como quince minutos y ud, no me ha atendido. Ahora la tuve llamar de enfrente. Necesito hacer una llamada urgente a Necochea y ud. no me atiende. Yo pago el servicio para que me atiendan como corresponde y no para tenerme que cruzar de calle cada vez que quiera hacer un llamado porque ud. no me atiende”-

La operadora lo escuchó con total pasividad y esperó que su interlocutor termine y se desahogue. Cuando lo hizo, usó la voz más pausada y tranquila que pudo para responderle:

-“Señor Rodríguez (*), yo lo atendí todas las veces que ud. llamó desde el 555(*), lo que sucede es que su teléfono está descompuesto y ud. no podía escucharme”-

A Rodríguez (*) se le aflojaron las piernas en un segundo. Primero porque se dio cuenta que su tremenda bronca no tenía un culpable más que el aparato telefónico y segundo porque se acordó de todas las “dedicatorias” que le brindó a la operadora mientras llamaba. A ella y a su familia. El interrogante le taladró los sesos: -El teléfono no me dejaba escucharla a ella, pero ¿Ella me habrá escuchado?-

La operadora, siempre con su voz pausada y tranquila, le clavó el puñal.

-“También, señor Rodríguez (*), tuve la oportunidad de escuchar todos los piropos que me dedicó a mi y a mi madre”.

Como si esto hubiese sido poco, le aclaró: -“Ah, quédese tranquilo que ya le pasé su teléfono a reparaciones”-

Abonado: “….. Perdón … y …. Gracias…” – clic.

 

(*) El número y el apellido no son los reales.


 

20 / I / 2009

 HOLA, RICARDO, QUISIERA APUNTAR UNA ANECDOTA, DE ESAS QUE TODOS GUARDAMOS DE NUESTRO PUEBLO:

COMO TODOS RECORDARAN, YO ME CRIE EN LA CASA DE LA ABUELA HILDA( ANTIGUA CALLE RIVADAVIA S/N), ENFRENTE TENIAMOS LA TAN CONOCIDA FAMILIA CANTON, FUI COMO LA SOBRINA POSTIZA DE : JORGE, ROBERTO,CARLITOS, EL GORA,SUSANA Y ARTURO( EL PAPA DEL TULI Y CACHI),DEL LADO DE SUSANA ME ACUERDO QUE VIVIA EN MAR DEL PLATA Y TENIA UNA HIJA CLAUDIA, A LA QUE SOLO LE LLEVABA 4 DIAS DE DIFERENCIA, YA QUE SOY DEL 5 DE MARZO Y ELLA DEL 9( DEL 67), CUANDO VENIAN EN EL VERANO ERA UNA "FIESTA" POR LOS DESATRES QUE LE HACIAMOS A MAMA Y A SU ABUELA DOñA MARIA, PERO ERAN EPOCAS FELICES!!!!!!!!!! A LO QUE IBA, TAN LIGADOS ESTABAMOS A LOS CANTON QUE CUANDO EMPECE EL JARDIN DE LA ESCUELA 14, QUIEN ME LLEVABA Y TRAIA ERA NADA MENOS QUE EL TULI, TODO UN HOMBRECITO, HASTA QUE UN DIA: A LAS 5 MAMA COMO SIEMPRE MIRANDO SI VENIAMOS LO VE LLEGAR Y SOLO, CUANDO LE PREGUNTA POR MI? ESTE REACCIONA Y SE DA CUENTA QUE ME HABIA DEJADO OLVIDADA, TAL FUE LA DESESPERACION DE ESTE CHICO QUE SALIO DISPARADO HACIA EL JARDIN Y COMO NO PODIA SER DE OTRA MANERA ALLI ESTABA YO SENTADITA EN EL SEGUNDO ESCALON DE LA PUERTA ESPERANDO A MI PRINCIPE MAYOR QUE ESTA VEZ HABIA OLVIDADO A SU RANA JJAJAJAJ AHI TE MANDO UNA FOTO TESTIMONIO, BUENO UN ABRAZO Y UN RECUERDO SINCERO A AQUELLA FAMILIA QUE EMPEZO SIENDO AMIGA DE HUMBERTO Y EVA, LUEGO MAMA Y DOñA MARIA Y FINALMENTE LOS NIETOS ES DECIR TRES GENERACIONES DE AMISTAD, ES DECIR TODA UNA VIDA. 
                                                                 

                                                                       ELIDA PONTAC


14/01/09

 

AQUELLOS FUERON LOS AÑOS…

 

Como una secuencia sin solución de continuidad  aparecen las imágenes de la niñez-adolescencia, y en ellas, el hombre de hoy evoca con emoción épocas no demasiado definidas en el tiempo. Pero todas, pugnan por agolparse en la memoria y  por eso sólo son pasajes hermosos, y tratar de clasificarlos sería un definitivo atentado a la espontaneidad y a la emoción de poder recordar digna y libremente los años dorados de mi vida.

Encender ya, ahora, esa posibilidad significa cerrar los ojos y escuchar desde no menos de media cuadra a José en su bicicleta entonando magistralmente “el alegre silbador” o “en un tren rumbo al sud”  por las calles del pueblo, en su diaria tarea de repartir la fruta y la verdura  que su padre, don Antonio, disponía desde la “casa central” frente a la Iglesia. Don Antonio Apud debe haber sido el primer comerciante en la vida de JNF que, adelantado a su época, creó una “sucursal” de su comercio, justamente a dos casas de donde yo vivía, y allí asumió Julio (el hermano de José) como encargado y gerente (según afirmaba divertido). Julio y José. El primero hincha de Boca, y José fanático de la academia. Julio el pulcro despachante siempre impecable en el mostrador, lisonjero y galante con las damas (signo perdido de la bella época), y José el laburante de la bicicleta con el gran canasto al frente, desandando las calles con su clásico silbido que alegraba la vida de sus vecinos. Seguramente una tácita asignación de roles que sólo se quebraba dos veces a la semana por la tardecita, cuando arribaba el tren procedente de Buenos Aires y entonces Julio tenía que arremangarse y tirar del enorme carro de dos ruedas en el que ambos hermanos cargaban la fruta y la verdura fresca procedentes de la capital, prolijamente embaladas en cajas o cajones cerrados y enzunchados. A don Antonio le costó toda su vida “enganchar” bien el idioma español, pero fue, con sus enormes bigotes y su bonhomía, un digno vecino que alguna vez me dio a probar su “kepí” hecho con trigo y carne casi cruda, y creo que no sólo  a mí, ya que se deleitaba viendo las caras de su invitados cuando probaban la “especialidad”.

Seguir con las imágenes del barrio, es  recordar  más adelante, a mis 14 o 15 años, la fiambrería del gordo “Chichongo” y su eterna barra de amigos a los que él capitaneaba y con los que intentaba “fundir” su negocio en el que todos abrevaban, y si no lo logró fue seguramente gracias a la tenacidad de su incondicional empleado, Hugo. Al gordo supo encarrilarlo Teresa (ya que logró desposarlo) y como siempre sucede, le espantó  a la barra de noctámbulos bulliciosos, desbaratando así el parador, para solaz y tranquilidad de los vecinos directos.

 

¿Y en la esquina de enfrente?, la librería de don Jesús, todo un templo para los inquietos lectores y las madres de comienzo de clases. Su exclusiva imprenta siempre me pareció un tesoro imprescindible, donde felizmente varios de nosotros tuvimos oportunidad de incursionar brevemente cuando los intentos de consolidar una página del querido Colegio Excelsior nos  llevó a conocer los rudimentos de la tipografía elemental y escuchar el glorioso ruido de las rotativas de don Jesús. Por aquel entonces contábamos con la mano conductora de Héctor Lázaro, nuestro profesor de gimnasia. Ya despuntaba evidentemente en él, su espíritu inquieto por las letras y la recopilación de aconteceres del pago chico.

 

¿Para qué alejarme en esta evocación de la manzana de mi casa si en ella estaba  el club de mis amores? Fernandense era la cita obligada del ocio de aquellos días. Algún dato rescatado por allí hablaba de la posibilidad de que mi viejo hubiese sido cuota parte fundadora de la señera institución, pero esa especie nunca pude confirmarla antes de emigrar hacia el futuro de mi vida, y, además, poca importancia le asigno para el caso.

 

-¿Adonde vas? (pregunta de mi vieja como si pudiese haber alguna otra alternativa luego de almorzar o de cenar)

-Al club vieja, no me esperes.

 

Todo se planificaba allí, en invierno y en verano, con la barra bulliciosa: Mario (el íntimo amigo que alguna vez todos llegamos a tener, y que en algún pasaje de la historia fuera secuestrado por la morocha que lo borró de toda programación hasta que una día lo devolvió sano y salvo y lo perdonamos); el Negro, su hermano (Ah! no sé, yo no tengo nada que ver!!, deslindaba cuando intentábamos comprometerlo en el rescate); mi propio hermano (no es  porque sea mi hermano, pero “piqui” se prendía con envidiable idoneidad a bravos “codillos” con señores bastante más mayorcitos que él); Jaluf, el negro Capurro, el Cordooobés, Cutín, el “Petiso” Irursun, los Ibáñez (J.L. y “el negro”), el flaco Montovi, “raulaso”,y tantos otros menos frecuentes pero siempre anotados a la hora de las fechorías. Tan funcionales todos a los programas “non santos” como a la efectiva colaboración cuando el “presi” (Walter) encomendaba la organización de los gloriosos bailes sociales. Y allí aparecían “las chicas”: las Mendañas, mi hermana Norma, Josefina, Alicia, Pico, Susana, Mirta, Mercedes (las más asiduas), que bajo la rígida batuta de don Antonio le ponían el toque femenino a las galas de Fernandense, para fastidio de los muchachos de La Dulce y Juárez a los que siempre había que prestarles la corbata que olvidaban…y no había arreglo posible con don Fernández que con el sencillo e irrefutable argumento del respeto al esmerado atuendo de las damas, exigía igual comportamiento de los caballeros. Y lo lograba. Quiérase o no, esa exigente particularidad había hecho famosos y prestigiosos los “bailes” de JNF y ya nadie discutía la condición si el rumbo elegido era Fernandense…

 

El Club era el ámbito contenedor de nuestros encuentros, en civilizada convivencia con Defensores  y Barracas sencillamente porque no poseía entre sus prestaciones al Fútbol, generador de otras rivalidades tan pintorescas en el amado pueblo. El símbolo deportivo de Fernandense era el excelente frontón de la cancha cerrada de pelota a paleta (había que andar muchos kilómetros para encontrar otra igual), luego suprimido a favor de una cancha de bowling, que nunca dejaré de lamentar.

   

Seguramente que no habría solución de continuidad en la evocación de recuerdos tan gratos, por eso, a no dudarlo, y parafraseando a Tormenta en “aquellos fueron los días” tan sugerente como “aquellos fueron los años…” podremos transportarnos a los sesenta, década a la que alguien calificó con nostalgia como “la década prodigiosa”. Seguramente lo ha sido para muchos de los lectores, y para las generaciones que nos sucedieron debe trasuntar una ingenua inocencia nada comparable a las vivencias de hoy. En los dos casos, hemos sido y  somos testigos, con una ventaja: el íntimo privilegio de poder elegir.

 

Roberto Iguera

Bahía Blanca


02 / I / 2009

 A la memoria de Raúl “Gora” Cantón

                                 JUGAR, JUGAMOS… PERO

  Familia futbolera, si las hay. Los Cantón tranquilamente podrían hacer un equipo con suplentes y todo. Lo fueron hace varios años y lo siguen siendo la actual generación de jóvenes. 
  La mayoría de ellos hinchas de Defensores. Creo no equivocarme que alguno fue hincha de Barracas. Eso si, del cuadro que fueran y que son, a muerte. Fanáticos al ciento por ciento.
  Según me contó Rubén (Cantón), en una oportunidad, cuado eran adolescentes, Heriberto "Neco" Suárez los invitó a “Gora” (Raúl) y a él a jugar un partido contra la “Calangueyú”. El Club de esa colonia tiene mucha y muy rica historia y en su momento fue muy representativo de su gente y de Juan N. Fernández. Tenía grandes valores futbolísticos.
  La cuestión es que Rubén y Gora, fanáticos de Defensores, aceptaron el “convite” y a media mañana de un domingo soleado subieron atrás de la caja del camión que los llevaría hasta el Club. Iban a jugar de visitantes. Las salutaciones con los que iban a ser sus compañeros se sucedieron hasta la llegada y por qué no alguna estrategia de juego, también. 
  Al llegar reconocieron el terreno y al rato ya estaba todo listo para dar comienzo al partido que, seguramente, era uno de los atractivos de la jornada. Después vendría el almuerzo y pasar la tarde entre charlas, baile y demás.
  "Neco", ahora como DT, empezó a repartir las camisetas con el número que les daba el puesto en que debían jugar. El que se dio cuenta de la gravedad de lo que estaba sucediendo fue Rubén, ya que Gora estaba en otro lugar del Club. Sin perder tiempo fue corriendo a buscarlo y con cara de tragedia le dijo a su primo: -“Gora, las camisetas son de Barracas”-. 
-“No! En serio? Preguntó aún más alarmado por la noticia.
-“Te digo que si”! – Yo no me la pongo ni loco”- le aseguró Rubén.
- “Yo tampoco” – le aseguró Gora
  Con total seguridad de lo que habían decidido ambos primos fueron con el DT y le expusieron sus razones por las cuales no se iban a poner las camisetas de Barracas, que no eran otras que su fanatismo por Defensores.
"Neco" Suárez estaba entre la espada y la pared pues había convocado solamente once jugadores y había dos que no querían jugar con las camisetas que había llevado.
  Sin duda la solución que se le dio a este problema debería inscribirse en algún lugar de la historia del fútbol, como antecedente, por si ocurre otro hecho similar.
    El partido comenzó y en el campo de juego se pudo ver al equipo local con sus once jugadores vestidos con sus tradicionales colores y al visitante con, nueve de ellos, vestidos de azul y amarillo y a dos con camisetas blancas. 
  ¿Fanático yo?

 

                                                            Ricardo J. Basualdo


02 / I / 2009

 A la memoria de mis padres.

 Y… me fui a jugar a la pelota, Vieja!

   Tenía 15 años y como todo chico, adolescente la pelota, en todas sus alternativas, era mi vida. En la vereda jugábamos a patear al arco contra el portón del garage de casa o a las “cabezas”. En el potrero, depende del número de jugadores armábamos arco chico o grande. Los palos eran dos o tres ladrillos apilados o alguna ropa que tuviéramos de más.

  Nuestra generación de futbolistas pasó casi inadvertida ya que no teníamos ningún club que participara en campeonatos y fue una pena porque tuvimos grandes promesas. El “Tata” Torres, con su pique corto y su gambeta endiablada. “Colacha” Rochet con su categoría para pegarle al balón, sobre todo en los tiros libres. El “Gordo” Eduardo Fernández que, a pesar de físico (era de gran contextura física) poseía una rara habilidad para esconder la pelota. Jorge Morales, el arquero. Qué difícil que era hacerle un gol, cómo volaba! Jorge “Pinda” Betanzo era de esos que, del equipo que jugaba, tenía robo. ¡Imposible quitarle la pelota! Los hermanos Abel y Horacio Ferini, cada uno con sus cualidades. Abel más de tocar y Horacio imparable gambeteando. “Chichilo” Clark, qué zapatazo tenía. Más vale que la dejes pasar si te tocaba en el arco un pelotazo de él. La lista puede seguir con muchos nombres más. La cuestión que esa generación que hoy andamos merodeando los ’50, nos tuvimos que conformar con los “picados” de potrero.

  Yo, y unos poquitos más, tuvimos suerte. En mi caso me llamaron del Club Del Valle, de Necochea y jugué unos años. Mi primera incursión en ese prestigioso Club, ejemplo de institución, fue en un campeonato “Evita”, hoy llamados “Torneos Juveniles Bonaerenses”.

  Ganamos la etapa municipal, también la regional y fuimos a Coronel Vidal a jugar la etapa final. Pensábamos que, con los monstruos que iban a jugar esa instancia, nos volvíamos al otro día. Por eso, quizás, no cancelé una actuación que teníamos con el conjunto “Los de mi Pueblo”, mi segunda pasión. Esa actuación debía ser un domingo, al medio día en el Club Fernandense donde se iba a servir un almuerzo de la Cooperativa Calangueyú y nosotros éramos el número folklórico invitado.

  Situándonos en tiempo y lugar, era el año 1973/1974 y las comunicaciones no eran lo que son hoy. De cualquier manera intenté en dos oportunidades ir hasta una oficina pública (hoy, locutorio) y me fue imposible comunicarme con los viejos para avisarle que seguíamos jugando e íbamos a la final, justamente ese domingo, el de la actuación con “Los de mi Pueblo”.

  La cuestión que no aparecí por Fernández ese domingo. Mis compañeros, Cora Suárez, Cachito Landaburo y el Negrito Herrera tuvieron que ir al “organizador” y explicarle que la actuación no se iba a poder hacer porque faltaba un integrante y no sabían dónde estaba.

  Este “organizador”, una entrañable persona y gustosa de dar discursos cada vez que podía (sobre todo de los emotivos), no resistió la tentación y al final del almuerzo, cuando debíamos actuar con el conjunto, se subió al escenario, puso cara de circunstancias y dijo más o menos esto:

“Lamentablemente tengo que anunciar que la actuación del conjunto Los de mi Pueblo no va a poder ser. Un integrante del mismo falta y no se sabe su paradero. Lamentamos mucho tener que dar esta noticia. Ricardo Basualdo es un buen muchacho, hijo de una respetable familia, pero ha desaparecido de casa. Quiera Dios y el destino, vuelva a su hogar”.

  Se imaginarán el revuelo que armaron estas palabras. Como pasa siempre, le fueron agregando algún comentario más y a los pocos minutos ya se decían cosas como que me golpeaban, que me habían secuestrado, que me había peleado con mis padres, etc, etc.

  No pasó mucho rato que mis viejos empezaron a recibir gente y llamados telefónicos preocupados por mi “destino”. Ellos a todos les decían que yo estaba jugando al fútbol, en Coronel Vidal, pero tanto fue la insistencia producto del discurso emotivo que igualmente se preocuparon.

 Yo llegué al otro día en un micro que me dejó en el cruce y mis viejos me fueron a buscar. Las caras de los dos no eran las de un feliz recibimiento.

  Luego del reto, me contaron por qué estaban así y me pidieron explicaciones. Qué les pude haber dicho…? Y… me fui a jugar a la pelota, Vieja.

 Nota: La final la perdimos contra Coronel Suárez 1 a 0.

                                                              Ricardo J. Basualdo


16 / XII / 2008

  UN TRIO CON AUDACIA

 ¡Señoras y señores!: el próximo número para este festival será protagonizado por el trío “los improvisados” compuesto por Mario Villa en bandoneón, “Toto” Erasun en acordeón  y Roberto Iguera en piano. Interpretarán tres bonitas páginas de nuestro acervo típico: los tangos Felisia, El Garrón y 9 de Julio, con Uds., los intérpretes.

Correría quizá el año 1960 o 1961, y no recuerdo quien oficiaba de animador-conductor a la manera de “talento argentino” pero con una escala de pretensiones infinitamente menor. Así y todo ¡que valioso resultaba para los “artistas” poder integrar una exposición artística de todo tipo de disciplinas, absolutamente local, en una Sociedad Española colmada de entusiastas aplaudidores, curiosos y hasta incrédulos de ver algunos intrépidos caraduras en papeles no cotidianos arriba del escenario! A esta última franja pertenecíamos   “los improvisados” ya que si bien es cierto que con Mario solíamos practicar en conjunto piano y bandoneón de tanto en tanto, el “Toto” se había incorporado, como se dice, casi al “pie de la escalera”, y a efectos de este solo evento ya que no residía en el pueblo. No fue música de excelencia, pero tampoco  demasiado bochornoso; lo que es seguro es que si hubo una puntuación, nosotros no figuramos ni en el rubro “mención”. Pero ¿saben qué? El episodio me quedó grabado para la nostalgia, porque nunca más (salvo alguna estudiantina en mi secundario de Necochea) tuve oportunidad de incursionar por el atrapante mundo de los tablones.

 Un episodio caro sólo a mí, seguramente, porque me transporta a las causales de la posibilidad narrada, y me veo con sólo nueve años concurriendo tres veces por semana a lo de la Señorita Ibáñez, a quien recuerdo siempre impecablemente ataviada, con sus largas uñas extremadamente cuidadas que impactaban armoniosamente sobre el teclado y mostraba una rígida actitud académica frente a su alumnado ¡que eran todas mujeres salvo yo! Todo el entorno se mostraba y olía a conservatorio de música: los pisos celosa e impecablemente encerados, cada cuadro, cada florero, cada adorno en su lugar, y absolutamente vedado transitar sin “patines”. La Srta Ibáñez férreamente sentada a nuestro lado o de pie detrás de la banqueta, nos marcaba con rigor crítico nuestros yerros, instándonos a seguir practicando la lección.

  Y una cosa más recuerdo con ternura: puerta por medio con ese ámbito y haciendo gala de una infinita paciencia yacía postrada su hermana Porota, que no podía caminar aún siendo muy joven, soportando día tras día las defectuosas interpretaciones de los practicantes en el piano. Creo recordar, no obstante, que pasado el tiempo un episodio de Fe le devolvió su movilidad y que tal evento fue bastante impactante para la comunidad fernandense.

 Ese fue el entorno de mi precaria formación musical (no por culpa de la Profesora, por cierto), tan odiada cuando la tenaz determinación de mi vieja impuso sin atenuantes esos tres años de aprendizaje, y tan preciado, como siempre pasa, con el transcurrir del tiempo frente a la posibilidad de saber leer un pentagrama, hoy abandonado para periódico cargo de mi conciencia. No creo para nada que haya sido un gen mío (porque era muy malo en esto) el causante de que  tenga actualmente al menor de mis hijos estudiando música en la Universidad para mi íntimo orgullo y absoluta elección de él. Los padres siempre creemos que lo que pudimos y no supimos hacer, está bien que lo hagan nuestros hijos.

 ¡Señoras y señores!: un aplauso para los intérpretes, y con él les agradecemos su participación en esta jornada artística dedicada sólo a destacar los valores de nuestros jóvenes. Bueno, esto último difícilmente se haya dicho al finalizar nuestra participación, y quizá ni siquiera se haya dicho, pero hubiese sido muy adecuado, porque muestra a través de esta pequeña crónica que en todo tiempo hubo y seguramente sigue habiendo, responsables de encauzar las sanas inquietudes que siempre genera la juventud, cuando ellas pueden ser encuadradas en el debido contexto.

Después, como habrán comprobado, sólo depende de dos posibles alternativas: o se es muy idóneo o se es muy AUDAZ. Con una pizca de disimulo las dos son válidas.-

 Roberto Iguera

Bahía Blanca


14/12/08
Estimado Ricardo y cibernautas todos:
Como bien lo define la Real Academia, entre varias acepciones, una anécdota
es un "relato breve de un hecho curioso que se hace como ilustración,
ejemplo o entretenimiento", con lo cual no es necesario que se busque en
ella un remate relevante, que haga reír, o emocionar, o, en fin, impactar al
lector, ya que otra definición fuerte de anécdota es "suceso circunstancial
o irrelevante". Y esto viene a cuento para tratar de incentivar a todos
aquellos que, desde el propio pueblo o desde las más lejanas radicaciones,
deseen aportar sucesos curiosos de su vida acontecidos en el pueblo
cumpleañero y que, podrán ser atesorados por los protagonistas de los mismos
pero que son poco conocidos para el resto de la comunidad. La excelente idea
de haber creado dentro de la página un espacio especial para ello, y por
supuesto que sin referato alguno, de manera tal que no se necesita ninguna
técnica ni habilidad para "contar", podría resultar una oportunidad más de
aportarle al Centenario, por el ejemplo un "cuaderno de las anécdotas del
Centenario", debiendo para ello, entonces sí, seleccionar las más curiosas,
las más emotivas, las más amenas, NO NECESARIAMENTE las mejor escritas.
Creo que algo en esa dirección intenta Maria Elena Méndez, aunque aún no
comprendo cual sería el contenido de su libro, en todo caso quizá con este
comentario le pueda estar haciendo un aporte, y si así fuera bienvenido sea.
Si esto fuera una posibilidad, digamos que a partir de hoy se convierte,
junto a otras áreas de atención de la Comisión organizadora, en una carrera
contra el tiempo más, que de cualquier manera está enmarcada sólo en una
cuestión de buena voluntad.
Por último la nobleza obliga a agradecer el distingo que significa para mí
que me hayan "nominado" como inspirador del "Anecdotario", aunque confieso
que con cada relato sentía que perturbaba este espacio que es y debe ser el
mensajero y por ende intuía la necesidad de un ámbito especial. En hora
buena ha llegado, y está en nosotros deshacernos de las inhibiciones y
darle duro al teclado para que todos nos enteremos de todo (o casi todo) lo
que ha pasado en buena parte de este siglo de vida que cumple nuestra
localidad. ¡Vamos convecinos!, que las historias simples de la vida que no
se cuentan son como un enorme derroche de emociones que se perderán en el
peor depredador de los recuerdos: el tiempo.
Hace algunos meses, por este medio, yo me preguntaba: ¿cómo se llega a los
cien años si no hubiera nada que contar? De eso se trata.
Saludos a todos
Roberto Iguera
 


11 / XII / 2008

 El Padre Rafael y la perdiz colorada

 Y si, en su admirable tarea evangelizadora, Rafael era capaz de salir de “caza” con algún díscolo de su plantilla de alumnos del querido Excelsior y mientras andábamos en busca de los bichos darle duro a la prédica. Todos recuerdan a Rafael, pese a su relativamente corta estadía en el pueblo al frente del Instituto como Director, no sé si como consecuencia de su misión pastoral o por méritos innegables, técnica y académicamente (creo que por esto último, ya que poseía un doctorado). Tipo frontal con todos nosotros, personalidad avasallante y cautivadora, hábil contenedor de grupos de “desacatados”, Rafael tenía, sin embargo, una debilidad: le gustaba, como buen italiano, la caza menor, específicamente las perdices chicas e, increíblemente, habíamos hecho una buena yunta para salir de vez en cuando merced a la buena voluntad del viejo Omar que prestaba el ruidoso Rastrojero. Y allí iba Rafael escopeta 28 en ristre, caño fuera de la ventanilla, conducido (a veces) por mí y recorriendo algún potrero  del campo cedido por amigos maravillados por el elegante “sport” negro del cura y sólo identificable en su calidad de clérigo por el impecable cuello duro blanco. La cierta idoneidad del conductor para detectar las presas y que no volaran, devenían de un largo  aleccionamiento que los dos hermanos tuvimos desde muy chicos en estos menesteres por parte del querido viejo Iguera.

La cosa es que Rafael, obedientemente, disparaba cuando se le indicaba y por cada acierto cambiaba su actitud sumisa opinando que “había que ir a buscar la presa”, presuntamente para que su “jefe” de arriba hiciera vista gorda a su tropelía. Pero el curita enmarcaba la excursión vaya a saber en que extraño código de “cazar para comer” proveniente del medio evo, aunque nunca derogado. Eso sí, no permitía los excesos, en cuanto al número de presas, nada de andar depredando salvajemente. Lo más sustancioso para mí eran sus yerros, ya que debía frenar sus imprecaciones antes que las completara: ¡pero la p….! Noooo padre que no tiene quien lo confiese..!; scusi, tené razón (bien tano en sus instintos).

Un día, volviendo de la cacería, venía yo contándole de la existencia de la perdiz colorada, bicho que confesó no conocer, y que, si como yo le relataba, era bastante parecido a la martineta, no le interesaría. Mas esa opinión fue cambiando con los Km. al contarle las distintas maneras de cocinarla y lo particular de su exquisita carne.

Habrá sido el azar (no era por entonces muy frecuente toparse con el bicho) o el Creador que quiso bonificarlo a Rafael por su labor pastoral (más allá de su debilidad de salir a cazar esos animalitos), la cosa es que, de pronto, allí, en la banquina, una hermosa colorada cabeceaba curiosa pero quieta, cosa rara en esa especie(siempre pensé que hubo una intervención divina), por lo que el cura no tuvo más remedio que dar cuenta de ella. Consumado el hecho se originó una suerte de discusión, pues ambos queríamos llevárnosla y los argumentos pasaban porque si bien era cierto que Rafael la capturó, yo había puesto toda la logística para ello.

En definitiva el gallináceo fue cocinado saltado a la sartén con ajo bien chiquito, hecho por Maria, y comimos los dos solos porque no daba para más. Creo que hubo allí un vinito de Misa pero ¡ojo!, sin bendecir.  

Confieso a la distancia que nunca más tuve relación con otros sacerdotes, quizá por mi falta de militancia, o por una concepción filosófica muy particular, pero nunca olvidaré a Rafael. Era distinto a otros pares, más humano, sin cortapisas, llano en su proceder, el consejero que no anteponía a la Iglesia cuando un alumno necesitaba contención humana.

Muchos años más tarde de ausentarme de JN me enteré que Rafael había formado una familia, abdicando a una Institución a la que, quizá, él no creía honrar, y me puse contento: aún siendo muy joven no me había equivocado con quien se podía transitar el andarivel de la AMISTAD. Y si no llegó a ser tal, fue por la bifurcación de los caminos.

Sin dudas: si en JNF hubiera que colgar un cuadro de personajes trascendentes, yo lo pondría al Padre Rafael.-

 Roberto Iguera

Bahía Blanca


 

10 / XII / 2008

¡Hola Ricardo! :
Cuánto tiempo de preocupaciones  que a veces nos impiden ver la esencia de las cosas!. A veces, la esencia está en los buenos recuerdos, pero somos incorregibles y eso lo aceptamos a medias.

Recuerdos muy lejanos, sólo en el tiempo.-

 

¡Roberto! Vení que tenés que ir “a lo de Eden” a comprar papas. ¡No mamá, ahora no puedo, mandala a Norma!. ¿Cómo explicarle a la vieja que ese día la tensión entre las bandas había llegado a su punto más crítico? ¡Ir hasta la verdulería de Eden era jugarme la vida, y de yapa estaba con pocos soldados en ese momento vaya a saber porque!.Seguramente porque a Hugo, mi primo que vivía justo al lado de los Eden le habrían neutralizado la salida rumbo a mi casa y el otro Hugo, el de enfrente, algo habría hecho para que Alcira, la madre, no le habilitara permiso para jugar ese día. “Jugar” era lo que ella creía que le hacia perder, cuando en realidad un serio conflicto se estaba dilucidando desde hacía algunos días. Resto de la tropa de este lado: Horacio, el hijo de Osvaldo y Pira y mi hermano “el fabricante”(autor del “cañon”  que arrojaba cañas de hinojo secas”). Del otro lado: Ismael, el pequeño Jaluf, Miguel, y los Albertoni, Mario y Juan. Quizás eventualmente se sumaban, seguro, algunos otros protagonistas olvidados, pero así estaba la cosa. El teatro de operaciones estaba bien definido. Por un lado, la calle, que los de mi banda reconocíamos perdida, y por el otro “la fortaleza”: el interior contenido tras ese largo paredón de 50 metros y cuya defensa habíamos asumido cual troyanos dispuestos “hasta” las últimas consecuencias de ser necesario.

Ese día había mucha bronca, porque cuando el enemigo asomaba su cabecita por cualquier sector de aquel muro de ladrillos, se exponía seriamente a recibir un certero flechazo. Acá vale un paréntesis para describir la mortal arma concebida por el futuro Piqui:

La base: tambor de 100 lts, cerrado y muy oxidado.

Dispositivo móvil: una larga barra que entraba por el orificio de aquellos tanques con tapa a rosca (y se habría con cortafierro y martillo), barra que remataba en una suerte de “horqueta” o “cruceta” a la que se le había adaptado un caño de unas 5 pulgadas de diámetro y unos 80 centímetros de largo. La barra giraba horizontalmente y el caño lo hacia verticalmente.

Dispositivo de fuego: un par de gomas fijadas en el extremo anterior del caño a la manera de las conocidas hondas.-

Proyectiles: cañas secas de hinojo, que introducidas en el caño (cañón) permitían simultáneamente estirar las gomas para impulsarlas y hacer muy buena puntería.

Lo más exquisito de todo era el hecho de la ubicación del artefacto, en la mitad de la distancia total del paredón y unos 15 mts hacia adentro, lo que permitía cubrir cualquier intento del enemigo para tratar de hacer uso de sus burdas gomeras.

La cuestión es que había sido aquel un día agitado y el enemigo había sido repelido, permitiendo grabar una marca en el tronco del añoso eucalipto en señal de batalla ganada.

Pero a la noche de ese mismo día, cuando se suponía vigente la tregua nocturna para salir a la vereda a disfrutar el aire aún caliente del verano, un  certero (y artero) disparo de honda dio en mi frente y hubo que salir corriendo para la Sala médica donde me hice acreedor a dos puntos de sutura. Esa marca aún engalana mi ceja izquierda y quizás inconscientemente ha sido llevada durante toda mi vida con cierto orgullo, a la manera  de los verdaderos gladiadores que nos asombraban en los “comics” de la época, pero también como mudo testigo  para que siempre pueda seguir recordando una hermosa niñez en la que queríamos interpretar nuestras propias películas. 

“Pantalón cortito con un solo tirador, cajita de los recuerdos”, parafraseando al poeta. Esta pequeña crónica me pareció un digno homenaje al lugar, mi pueblo, donde transcurrió (y en ningún otro lugar) la menor parte de mi vida, pero, seguro, la más feliz.

 

Roberto Iguera

Bahía Blanca

 


 

 

Estimados convecinos:

La palabra "lagrimón" es cuasi un argentinismo lunfardo impuesto por el tango pero qué bien describe un sentimiento asociado a "se me pianta"!

Estoy frente a un recorte de "Ecos Diarios" del año 1965, y allí el corresponsal de nuestro pueblo (¿Cómo se llamaba, Herrera quizás?...no sé) titulaba:"Proeza náutica", y comenzaba: "Cuatro jóvenes de esta localidad intentarán navegar el río Quequén" y no siento vergüenza en confesar: se me pianta un lagrimón. Estoy solo porque mi esposa ya no soporta más la anécdota, y a mi lado tres fotos de la partida tomada antes del amanecer por Salvador (con flash), inmediatamente después de depositarnos debajo del puente blanco y antes de la primera "palada" de los remos de los dos endebles "kayac" construidos por mi hermano, y el hermoso bote a vela de alta escuela construido por Roberto (el hermano de uno de los "proesistas"), no médico aún en ese año.

El lagrimón incluye un recuerdo para el "petiso" (cuarto proesista), que los dejó temprano a Uds. en el pueblo para irse a navegar otros espacios.

Pero el lagrimón incluye también un homenaje a una de las más sencillas y hermosas historias de mi vida, sin demasiados sobresaltos en el futuro y por ende previsible. Y si de sobresaltos debía de tratarse, si que los hubo a lo largo de exactamente 88 saltos de piedra que había que recorrer para desandar los ciento treinta y siete metros de altura entre el famoso "puente blanco" y la última cascada antes de arribar al "colgante" de Necochea, debajo del cual la consigna indicaba que había que descorchar la botella de "champú". Uno de esos 88 saltos se tomó su venganza por todos los 120 Km. de meandros barrancosos recorridos. Se tomó su venganza digo, por haberle quitado nosotros la virginidad de navegación (según las crónicas de la época) y lo que no pudieron las nutrias y carpinchos lo pudo el río tumbándonos por algún rato con las consecuencias lógicas de todo aquello que se moja (no más fotos, no más comida, no más ropa seca, etc., etc.).Cómo no recordar, entonces, a aquella familia gaucha de Pieres que en su establecimiento de campo nos cobijó y alimentó por una noche, cuando el frío calaba la liviana ropa de verano. Está claro que no existían aún en la TV los actuales canales del tiempo que permiten prever las inclemencias.

Años de conmovedoras adhesiones, como un avión del aeroclub de Necochea monitoreando nuestro avance y reportando a LU13 el esperado mensaje a nuestras familias:"está todo bien"

1965 y una adolescencia de sanas transgresiones, ni más buenas ni más malas que las de hoy, sólo distintas.

Quería, brevemente, relatar pasajes de esta aventura cuya preparación nos quitó el sueño durante meses, hasta Carnavales del 65 (carnavales fríos si los hubo en ese siglo). Y ahora que lo pienso, todo acontecía  sólo seis años después de los festejos del Cincuentenario, y cuya semblanza también me permitió esbozar Ricardo Basualdo publicando mis recuerdos.

Habrá mil anécdotas de mil convecinos que, como nosotros, hicieron lo suyo por esa geografía que no nos deja desprendernos, y en todo caso ¿no son historias simples de gentes sencillas que grabaron y graban sus pisadas por el pago chico siempre añorado? ¿Cómo se llega a 100 años si no hubiese nada que contar?

Espero que así lo consideren y sepan disculpar una íntima emoción; el lagrimón ya paso y ahora hay que seguir.-

 

Roberto Iguera

Bahía Blanca 

 


 

20 / VIII / 2007.

Fue una agradable sorpresa encontrarme casi de casualidad con esta pagina de mi querido Fernandez.
Recorrerla  con ansiedad y descubrir rincones, lugares y personas que son parte de mi vida fue muy movilizador y un disparador para los recuerdos y la nostalgia, que supongo algunos mas y otros menos pero todos los que alguna vez nos alejamos de nuestro terruño, debemos sentir.
 
Vino a mi memoria aquellos mis primeros tiempos en mi casita de la estacion, muy cerca de las vias donde los dias pasaban entre "brutales" peleas de cow boys, bolillas y por supuesto la pelota a toda hora, con una increible pandilla donde estaban "Quelin" Cejas, Carlitos Rochet, Aldo Bolzone, Victor Guerrero y muchos otros compañeros de aventuras.
Eran tiempos donde la llegada del tren era el acontecimiento esperado, porque en el llegaban los pasajeros, en muchos casos nuevos habitantes, llegaba mercaderia, llegaban las nuevas peliculas para el "Yeye" y El Grafico para Jesus Martinez, la nueva moda para Tienda Los Vascos y Casa Galli y la verdura para "La paisana Apud", los zapatos para Van de Kerkoff (asi se escribia ?) y las cartas que repartian " El chivo" y "Chingolo"...
Y aquel equipo del baby de Barracas, con la direccion tecnica de Marcelo Conde y Blanca Conde como "cocinera oficial" del equipo antes de cada partido... 
Y mi escuela 14 con la "Tati" , la "Gogy" la Sta. Rosario y despues... La adolecencia con la infaltable "vuelta del perro" que invariablemente empezaba en la esquina de la concesionaria de autos de Capurro y terminaba en la confiteria de "Pibito" Alonso, para volver a empezar una y mil veces....
y los 7 grandes bailes 7 de carnaval en la Sociedad española animados por Jaime Menna, y la romerias de la sociedad italiana, y el nacimiento de la TV. visto a travez de la vidriera de Casa Gerlin, y el primer beso robado junto al mastil de la plaza, y las infaltables mesas de cada dia en el club Fernandense despues de salir de mi trabajo en tienda La Esmeralda, donde aprendi a respetar y valorar a los mayores y a disfrutar  de la amistad junto a una barra increible, Mario Mendez, "El Corto" Corral, "Rulo" Fernandez, "Ali" Eden, los hermanos Arocena, "Luicho" Conde,"Fierrucho" y tantos otros...
Y los pic-nics del 21 de Septiembre, y los viajes a dedo al puente blanco, y las excursiones de pesca en semana santa, y alguna noche prohibida por alguna callecita de Quequen...Cuantos recuerdos!!! y sin entrar en la cursileria de que todo tiempo pasado fue mejor, realmente me hubiera gustado que mis hijos pudieran vivir por un momento ese tiempo de Fernandez....          
Cada año vuelvo a mi pueblo, porque aun tengo a mi madre, a mi suegra, amigos y a mi querido y entrañable tio "El Gringo" Codagnone y espero seguir teniendo siempre motivos para volver siempre......
 
Suerte ...Saludos y sigan adelante!!!!!!!!!
 
Jose Maria Mariezcurrena
San Miguel de Tucuman - Mail: josemmtuc@hotmail.com


 

 18 / I 2006

Soy Juan Alberto Codagnone, de Tres Arroyos y vivo en Buenos Aires. Al ver vuestra página recordé una anécdota y se las quiero contar.

Era la década del 60 y mi padre pudo comprarse un auto, un Ford 35 y uno de los primeros viajes lo quiso hacer a Juan N. Fernandez, donde vivía su hermano. Llegamos por una ruta que estaba asfaltada por la mitad y al llegar al pueblo encontramos un señor en un charret, a quien mi viejo le preguntó por los Codagnone, y la sorpresa fue que era él! Pasamos el día en JNF y creo que después nunca más volví. Quizas haya algún primo por ahí.

 Saludos, juan