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 FUE UN MARTES 13, HACE 22 AÑOS

 (14 / IV / 2015) Para los que lo vivimos parece que fue ayer. Ya entrada la noche las ráfagas de viento eran fortísimas. Los árboles se sacudían y se doblaban como si fueran flexibles y los techos hacían ruidos que nunca habíamos escuchado.

Para los que lo vivimos parece que fue ayer.
El año 1993 comenzó un día viernes. El presidente Carlos S. Menem se preparaba para la reelección. Bill Clinton era el presidente de los EE.UU.
En el orden local, Juan N. Fernández contaba con dos entidades bancarias: El Banco Comercial del Tandil y el Banco Nación (el Banco Provincia había cerrado hacía un tiempo).
Néstor Horacio Fuhr era el responsable de la Delegación Municipal, delegado de la administración de José Antonio Aloisi. Ambos funcionaron plantaron un cedro en la Plaza Independencia, ante la destrucción de dos árboles de la época de la fundación.
Aquel día, martes 13 de Abril de 1993, amaneció ventoso. El otoño ya nos había regalado unos días muy apacibles y soleados, típicos de esta época del año.
El viento, del oeste, aumentó su intensidad y las ráfagas hicieron que Matías Stemphelet (11 años) quien se había ido a jugar con los amigos al basurero, tuvieran que venir con sus bicicletas a la rastra pues era imposible pedalear viento en contra. Hasta eso era un juego. No sabía lo que, horas después, iba a tener que vivir.
Las nubes ya cubrían el cielo a la entrada del sol y el viento no cedía. Para los fernandenses era un día ventoso más. La desaparición de Estación López, producto de un tornado, apenas menos de un año antes (6 de Mayo de 1992), no parecía preocuparnos, hasta parecía muy lejano.
Ya entrada la noche las ráfagas de viento eran fortísimas. Los árboles se sacudían y se doblaban como si fueran flexibles y los techos hacían ruidos que nunca habíamos escuchado.
Adentro de las casas, con las puertas cerradas, la corriente de aire hacía mover los colgantes de luz.
Ocurrió alrededor de las 23.00. Había gente que ya dormía e inclusive se enteraron al día siguiente de lo que sucedió esa noche. Duró entre 5 y 10 minutos. Los minutos más largos que vivimos.
Cada uno escuchó, vio y sintió de manera diferente, pero con el mismo denominador. Particularmente, escuché una gran explosión. La intensidad del viento aumentaba sin parar y parecía que no tenía límites. El techo de mi casa sonaba y crujía. La corriente de aire adentro se sentía como afuera, en un día ventoso normal y tenía todas las puertas cerradas.
La puerta que daba al patio de aire-luz temblaba y quería abrirse como si alguien intentara hacerlo desde afuera usando la fuerza.
Una nueva explosión se escuchó afuera mezclada con el ruido ensordecedor del viento con árboles enteros, ramas, techos y chapas que volaban por todos lados.
Al mismo tiempo, Matías Stemphelet, en una habitación de su casa, con su mamá y su hermana, luego de un fuerte ruido, vieron las nubes y el cielo, en lugar del cielorraso. Al techo se lo había arrancado como si nada. Corrieron los tres, cruzaron la calle sumidos en el viento y la lluvia hasta la casa del vecino.
Jorge Sandoval venía hacia su casa en la camioneta del escritorio de cereales donde trabajaba. Había ido a pesar un camión de girasol. Cuando dobló por la 39 hacia la calle 22, un techo entero y varias chapas detrás pasaron por delante del vehículo. Minutos después, ya en su domicilio y luego de un fuerte ruido vio como el techo íntegro de lo que era el escritorio López, Pettorossi y Cía, había volado y se metió en el frente del Club Barracas.
Varias casas del Barrio “Islas Malvinas” sintieron el poder del viento. Tres de ellas también se quedaron sin techo. Los tres volaron por encima del resto y fueron a parar a la ruta (100 metros aproximadamente).
La quinta de Pagani era conocida por su frondoso monte de eucaliptos centenarios. Luego del tornado muchos (casi todos) quedaron horizontales con sus impresionantes raíces a la vista que pintaban contundentemente la fuerza del viento.
Unas pocas historias de las cientos que se cuentan de esa noche. Todas con los mismos denominadores: la sorpresa, el miedo, la angustia y el recuerdo permanente.
Por la mañana, las calles del pueblo parecían depósitos de escombros. Ramas, árboles, maderas, chapas, techos enteros, vidrios estaban depositados en cualquier parte de la localidad.
Con el correr de las horas nos fuimos enterando que la Provincia de Buenos Aires, entre el 13 y el 14 de Abril, fue azotada por 300 tornados siendo la oleada más grande registrada en el hemisferio sur.
Pasaron 22 años pero cada vez que el viento sopla fuerte del oeste, el recuerdo aflora en forma instantánea de aquel martes 13 de abril de 1993.

 

                                                             Ricardo J. Basualdo
 

 

 

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